LIBRO: «FUNDAMENTOS DE PSICOPATOLOGÍA PSICOANÁLITICA» (2004)

 

Es muy de agradecer que en estos tiempos que corren, parasitados por el aburridísimo método científico-técnico aplicado al pathos mental y por el explosivo auge de las llamadas neurociencias, aparezca en las librerías de nuestro país una obra con la lozanía que poseen estos Fundamentos de Psicopatología Psicoanalítica.

Sus autores —José María Álvarez, Ramón Esteban y François Sauvagnat—, con la colaboración de Rafael Huertas, Francisco Estévez y Francesc Roca, han logrado enhebrar, con hilo sutil pero firme, un discurso, en ocasiones apasionante, sobre la construcción de la subjetividad y los diversos modos que nuestra sociedad occidental ha tenido, tanto de concebir como de tratar, el sufrimiento psíquico, el pathos subjetivo. Esto es así porque en todas las sociedades, sean cuales fueren, el tratamiento de una patología constituye una consecuencia de las creencias sobre sus causas. Cuando en algunos círculos, resentidos o ignorantes (no sabría a ciencia cierta discriminar) se entona, con gran solemnidad, el «Requiescat in pace» (RIP) por esta señera disciplina —la Psicopatología— a la vez que se la acusa de haber sido «simple literatura» o bien una «especulación filosófica», he aquí que, merced a la inmensa tarea intelectual de estos ilustrados autores, ésta renace con todo su esplendor precisamente de la mano del Psicoanálisis.

Debido a la actual hegemonía de la orientación biologicista en el seno del discurso psiquiátrico contemporáneo —orientación que reduce nuestra psique al mero estatus de un objeto biológico, el cerebro— ya hay quien ha predicho la desaparición total de la Psicología Patológica por ser ésta totalmente innecesaria; la fisiología y la biología moleculares, incluso la genómica y la proteómica aplicadas al estudio del cerebro serían su relevo natural. 

Por otro lado, la formación en Psicopatología que desde el último cuarto del siglo pasado se viene impartiendo en la mayoría de las cátedras universitarias a los futuros clínicos (médicos y psicólogos) es deplorable pues se reduce al estudio (si puede llamarse así a esa actividad) de los sucesivos manuales que han ido apareciendo (DSM y CIE), farragosas taxonomías nosográficas —que en absoluto nosológicas— que tratan de agrupar, de manera «ateórica», los múltiples achaques que aquejan la mente del ser humano. Dicha semiología orientaría, sólo supuestamente, al clínico hacia un diagnóstico estadístico y a un posterior tratamiento estandarizado.

Pero aunque se esté intentando denigrar y reprimir con descaro a la Psicología Patológica, sabemos —gracias a Sigmund Freud— que lo reprimido insiste, y además de manera muy terca, en ser reconocido. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la celebración del último Congreso Nacional de Psiquiatría —el VII— que tuvo lugar en Palma de Mallorca en noviembre de 2003. Este Congreso, al que asistieron nada más ni nada menos que dos mil psiquiatras (vacaciones por todo el morro, pagadas, por supuesto, por los diversos Laboratorios Farmacéuticos que ofrecen —tan preocupados como están, por la correcta salud mental de la ciudadanía española— innúmeros psicotropos en el mercado), se reunió, de modo paradójico, bajo el paraguas (cínico y rimbombante) del siguiente lema: «Psicopatología en tiempos de la Neurociencia». Se puede observar, de forma palmaria, cómo el significante «psicopatología», que ha sido rechazado del discurso médico más cerrilmente organicista, retorna como un síntoma, ya que, finalmente y gracias a él, se terminaron congregando tantos psiquiatras para seguir hablando del cerebro, tal como se recoge en la crónica del evento que publica el número 489 (febrero de 2004) de la revista de información médica Forum: «Lo biológico, más que lo espiritual, presidió esta cumbre nacional de psiquiatría».

De seguir por este camino, mucho me temo que, tarde o temprano, la Psiquiatría (fundada a finales del siglo XVIII por Philippe Pinel) terminará por desaparecer —hay amores que matan— en los brazos de la Neurología, rama de la Medicina a quien le corresponde, legítimamente, el estudio de ese órgano tan esencial para el viviente al que llamamos cerebro.

Cabe considerar la aparición de este libro un hito editorial —mis felicitaciones a la «Editorial Síntesis»— por dos razones. La primera por ser el primero de estas características ya que es la primera vez que se reúnen en un libro las bases psicopatológicas del psicoanálisis de orientación lacaniana y extensión (consta de cinco partes, cuarenta y seis capítulos y setecientas ochenta y tres páginas —lo sé bien porque he sido uno de sus correctores—) escrito en castellano. La segunda, porque en la literatura psicoanalítica internacional habría que remontarse a La teoría psicoanalítica de las neurosis —publicada en Nueva York, en 1945, por el médico y psicoanalista Otto Fenichel— para encontrarle un antecedente parcial.

Según nos indican sus autores se encuentra en fase de redacción un segundo volumen, que se denominará Estructuras clínicas y clínica diferencial en psicopatología psicoanalítica, que junto a estos Fundamentos compondrán de hecho un Tratado que compendiará la totalidad de la Psicología Patológica según el punto de vista psicoanalítico.

Creo que no es casual sino estrictamente causal que dos de sus autores (José María Álvarez y Ramón Esteban) pertenezcan al conocido, incluso allende de nuestras fronteras, como «Consorcio Psiquiátrico Dr. Villacián de Valladolid», compuesto por un conjunto de estudiosos y profesionales comprometidos que, dirigidos por Fernando Colina, hace ya mucho tiempo, que se vienen ocupando en la tarea de mantener viva y transmitir, tanto en su actividad docente como clínica —a contracorriente de lo que sucede en otros lugares— la llama de una posición ética: la inalienable dignidad del trastornado mental y la particularidad subjetiva que cada caso comporta en la clínica.

Además, es de reseñar que ambos, junto con Manuel Espina —uno de los directores del Proyecto Editorial de Psicoanálisis que edita el libro y que también pertenece al colectivo «Dr. Villacián»— son miembros del «Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Castilla y León» (GEP-CyL), asociación de ámbito comunitario que fundamos cuatro colegas, que impartíamos docencia en diversos lugares, en Ampudia (Palencia), en octubre de 1998, con el animoso objetivo de promover el estudio y el desarrollo del psicoanálisis de orientación lacaniana en tierras castellano-leonesas.

Este Grupo está compuesto por psicoanalistas, psiquiatras, psicólogos, pedagogos, psicopedagogos, médicos, residentes de psiquiatría y psicología clínica, profesores, maestros, analizantes y estudiosos, sin más, del psicoanálisis. Ver fotografía al comienzo.

Por otro lado, el tercero de los autores de este libro que estoy reseñando —el profesor y psicoanalista François Sauvagnat— ocupa la cátedra de Psicopatología en la Universidad de Rennes-II y la vicepresidencia de la Federación Francesa de Salud Mental, y es miembro tanto de la «Asociación Mundial de Psicoanálisis» (AMP) como de la «École de la Cause Freudienne» (ECF), fundada por Jacques Lacan un año antes de su muerte. 

En mi opinión también cabría considerar esta publicación como el reverso de la obra de Karl Jaspers titulada Allgemeine Psychophatologie («Psicopatología General»), publicada en 1913, por cuanto el autor propuso en ella que «El objeto de la psicopatología es el acontecer psíquico realmente consciente […] Los procesos extraconscientes, en cambio, cuando no son procesos corporales que podamos percibir, no se pueden demostrar nunca.» Estos Fundamentos nos proponen que el objeto de la psicopatología, a partir del descubrimiento de la vida psíquica inconsciente por parte de Sigmund Freud, puede y debe ser ampliado a aquellos «procesos extraconscientes» de los que K. Jaspers nada quiso saber —por indemostrables según él— en su ilustre Tratado.

Recordemos que, desde un punto de vista histórico, el surgimiento del Psicoanálisis coincidió con la reciente autonomía de esta rama del saber, la psicopatología moderna, integrada hasta entonces en la filosofía, en la medicina alienista y en la psiquiatría. Si el psicoanálisis surgió como disciplina teórica y práctica fue porque un médico vienés especialista en neuropatología, Sigmund Freud, tuvo el genio y la osadía de subvertir la clínica médica de la mirada, que había heredado de sus maestros, por una clínica de la escucha del ser humano hablante y hablado (parlêtre en términos lacanianos). Así fue cómo se topó con el campo de lo inconsciente, ese campo pulsional gobernado por el deseo reprimido, que se extendía más allá de los procesos psíquicos conscientes; deseo, por otro lado indestructible, forjado en el transcurso de la primera infancia y que acompañará, inevitablemente, al sujeto durante su corta o larga existencia. 

Frente a la atomización propuesta por las camaleónicas clasificaciones, nada menos que internacionales, de los Trastornos Mentales y del Comportamiento, el psicoanálisis —especialmente a partir de las enseñanzas de Jacques Lacan— nos propone la existencia de tres estructuras subjetivas o invariantes universales: neurosis, psicosis y perversión (aunque en la clínica siempre hay el caso por caso, tampoco se debe ser muy estricto). Constituyen éstas tres modos diferentes de ser y de gozar en el mundo de las palabras y de las cosas. Son tres modos en la construcción de la subjetividad que han de enfrentar el deseo del Otro simbólico y social, que ha de relacionarse con el otro (los otros) imaginario y que ha de defenderse de lo real del goce del cuerpo pulsional, cuerpo que va más allá del organismo anatómico.

En absoluto quiere decir lo anteriormente escrito que el diagnóstico en psicoanálisis sea algo superfluo. Por el contrario, es de máxima importancia ya que la posición del psicoanalista, en la «dirección de la cura», deberá ser muy diferente si el sujeto en tratamiento habita dentro de una morada perversa, una neurótica —ya sea ésta histérica, fóbica u obsesiva; aunque la neurosis, en mi experiencia clínica, nunca es «pura» sino mixta— o una psicótica con sus tres polos: esquizofrenia, paranoia y psicosis maníaco-depresiva, recientemente bautizada esta última para evitar ese significante repulsivo, para algunos, de «psicosis», como «trastorno bipolar»—. Hay que incluir, además, que el sujeto pueda estar habitando en una estructura psicótica que aún no se ha desencadenado clínicamente (la «pseudoneurosis» y también el «fenómeno o trastorno psicosomático» que le sirve de estabilizador y que debemos ser muy precavidos a la hora de intentar «sanar»). 

Un resumen panorámico de este voluminoso libro —en cuyas «Palabras previas» sus autores nos indican que «en ningún caso se han limitado nuestros esfuerzos a ofrecer una Psicopatología meramente descriptiva, tan en boga en los últimos años. Por el contrario, amén de enfatizar cuantas aportaciones ha realizado el psicoanálisis a la psicología patológica, esta obra prosigue nuestras investigaciones anteriores, las cuales han estado habitualmente motivadas por el empeño de dotar a la psicopatología clásica de una explicación psicoanalítica, es decir, aprovechar las descripciones de los clásicos de la psicopatología y ponerlas a prueba mediante la clínica psicoanalítica»— sería lo que sigue a continuación. 

La primera parte está dedicada a la historia del saber psicopatológico: sus fundamentos, conceptos, doctrinas y tendencias. Sus autores desentierran las grandes contribuciones de los clásicos de la psiquiatría y las diversas formas en que se ha abordado a través de los tiempos —desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días— el pathos subjetivo y las diversas respuestas, tanto sociales como médicas y psicológicas, que éste ha ido suscitando ya que «sin temor al desatino, bien puede considerarse que desde que el hombre es hombre, es decir, desde que comenzó a hablar y a ser hablado, la locura y otras manifestaciones psicopatológicas le han acompañado como su sombra».

En su segunda parte los autores desarrollan los diversos modelos, tendencias y orientaciones que fueron surgiendo a partir del tronco común que constituye la teoría del inconsciente propuesta por Sigmund Freud, prestando una especial atención a la orientación inaugurada por el psiquiatra y psicoanalista francés Jacques Lacan y los cinco modelos psicopatológicos que éste propuso a lo largo de su muy dilatada enseñanza.

La tercera parte reflexiona sobre la propuesta  y los fundamentos técnicos en los que se ancla la práctica psicoanalítica, además de las distintas modalidades de presentación del malestar subjetivo —el síntoma— en la entrevista clínica; se glosan los diversos períodos de las teorías freudiana y lacaniana relativos a la cura analítica y finaliza con una serie de ajustadas indicaciones prácticas destinada a evitar el «paso al acto» de aquellos sujetos psicóticos que se encuentran afectados de órdenes e insultos alucinatorios. 

La muy extensa cuarta parte —que puede considerarse un libro dentro del libro— está destinada al pormenorizado estudio de la semiología clínica, describiendo los signos y los síntomas más significativos que pueden hallarse en la  observación y escucha de aquellos sujetos afectados de patología psíquica, haciendo un especial hincapié en las diversas alteraciones del lenguaje, del pensamiento y de la percepción.

Finalmente, su quinta parte se encuentra dedicada a reseñar los modelos nosográficos con los que se ha pretendido describir y clasificar de modo sistemático la psicopatología y confrontar el modelo psiquiátrico (basado en la clínica de la mirada) con el modelo psicoanalítico (cuyo basamento es la escucha del significante). Asimismo inauguran —ya que prometen un desarrollo mucho más completo en su próximo texto— el estudio de las «estructuras clínicas» o «estructuras psicopatológicas», las cuales son, más allá de la fenomenología sintomatológica, organizaciones subjetivas estables y precozmente cristalizadas derivadas del inevitable encuentro del sujeto con la castración (simbólica), tanto en sí mismo como en el Otro.

 Por si a el/la lector/a le quedasen fuerzas y ganas de profundizar aún más en las diversas materias que se exponen en este dilatado libro, se adjunta —tanto al finalizar cada una de sus partes como en su tramo final— una completísima bibliografía de consulta comentada y recomendada.

 Para finalizar esta reseña para la prestigiosa revista Frenia quisiera puntualizar que, a mi entender, nos encontramos ante una obra que, junto a esa segunda parte que se nos anuncia, deberá ser consultada de modo obligatorio no sólo por todo psicoanalista —sea cual fuere su orientación teórica— sino por todos aquellos estudiantes y profesionales de la Salud Mental que consideren que lo psíquico sobrepasa el campo ocupado por el sistema nervioso central. Con el transcurrir del tiempo este libro estará destinado, a buen seguro, a ser uno de los «clásicos» de la psicopatología y del psicoanálisis.

***Reseña publicada en «FRENIA. Revista de Historia de la Psiquiatría», con la colaboración del «Instituto de Historia» del Centro Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.). Volumen IV. Fascículo 2. Año 2004.