COMENTARIO DE «PSICOANÁLISIS Y MEDICINA», DE JACQUES LACAN

INTRODUCCIÓN

Ante todo desearía expresaros que es para mí un honor y un placer llevar a cabo esta misión que se me ha encomendado de comentar el texto de Jacques Lacan conocido como «Psicoanálisis y Medicina». Por dos razones: la primera por ser una introducción al Seminario que impartirá, a continuación, nuestro ilustre invitado, el psicoanalista barcelonés Miquel Bassols, con el título de «Psicoanálisis, Medicina y Psicoterapia» y que esperamos nos abra algunas puertas para una más decidida indagación de las similitudes, puntos de encuentro y diferencias entre estas tres disciplinas interhumanas.

La segunda es una razón estrictamente personal, no sólo porque este libro —Intervenciones y textos de la editorial Manantial (1985)— que contiene dicha publicación me fuera regalado hace ya casi tres lustros por nuestro actual Presidente, sino por la temática que en él se va a desarrollar, la cual me llega muy directamente al corazón debido a mi experiencia en el campo del ejercicio de la Medicina General durante catorce y medio inolvidables años en los que encarné, entre luces y sombras, lo que Lacan va a llamar «el personaje del médico», que, como veremos, es una parte muy importante de su función.

Esta intervención fue realizada por Jacques Lacan durante una mesa redonda bajo el lema de «La place de la psychanalyse dans la médecine» («El lugar del psicoanálisis en la medicina») que, auspiciada por el Colegio de Medicina, se celebró en el hospital parisino de la Salpêtrière el 16 de febrero de 1966, año crucial para Lacan ya que fue en su transcurso —en el mes de noviembre — cuando publicó sus Escritos.

El texto de dicha intervención fue publicado el año siguiente en el nº 1 de Lettres de l´École freudienne, con el título de «Psychanalyse et médecine» («Psicoanálisis y medicina»). La versión castellana tuvo que esperar hasta 1985, formando parte del libro antes citado, Intervenciones y textos, que fue publicado, como anteriormente reseñé, por Manantial y cuya fotocopia se os ha dado a la entrada de este acto y que tenéis en vuestras manos.

LA FUNCIÓN DEL MÉDICO, EL PSICOANÁLISIS Y LA MEDICINA

Comienza Lacan su intervención refiriéndose al lugar que ocupaba entonces el Psicoanálisis en la Medicina. Este lugar lo califica de «marginal», debido a la posición de la medicina respecto al psicoanálisis y de «extra-territorial», debido a la posición de los propios psicoanalistas, quienes decían poseer poderosas razones para querer conservar dicha extra-territoriedad. Lacan deja bien claro en este texto que su anhelo era que no fuera así y que estas razones que los psicoanalistas esgrimían no eran las suyas, aunque con cierta resignación dirá: «No pienso que mi anhelo baste para cambiar al respecto las cosas.»(1) Pero, llevándole la contraria, creo que su anhelo siempre encontrará algún depositario, porque como más adelante se expresará: «Basta con que esto haya sido dicho en algún lado y que un oído entre doscientos lo haya escuchado para que en un porvenir no muy lejano sus efectos estén asegurados.»(2)

Prosigue su discurso refiriéndose a la función del médico, la cual había permanecido constante a través de las épocas a lo largo de la Historia de la Medicina, hasta el siglo XIX, que es cuando va a comenzar a producirse un cambio notable en ese «personaje del médico» que, como antes ya indiqué, es uno de los elementos más importante de su función. Este personaje, el del médico tipo, era un hombre (las mujeres, por fortuna, llegaron bastante después) que gozaba de prestigio y autoridad y que se recetaba a sí mismo en el encuentro con el enfermo.

Aquí realiza Lacan una clara alusión al doctor Michael Balint y a su trabajo de investigación de la relación médico-paciente, realizado junto a un equipo de 12 a 14 médicos generales, que se reunieron con él semanalmente durante 3 años en la «Clínica Tavistock» de Londres; investigación que quedó plasmada en su libro The Doctor, his Patient and the Illness —"El médico, el paciente y la enfermedad"—(3) que fue publicado en 1957, y traducida al castellano por Aníbal Leal (editorial Libros Básicos, Buenos Aires, 1986). Una de las conclusiones más interesantes de este estudio fue que la droga que más se prescribía en la práctica de la Medicina General era la del propio médico, es decir, que el médico se recetaba a sí mismo, pero no existía en ningún tratado de Farmacología un apartado dedicado al estudio de este tan sorprendente medicamento (su dosificación, el tiempo de su administración, sus efectos indeseables o secundarios, etc.).

Como ejemplo magistral de esta actividad de recetarse a sí mismo cuando el médico prescribía su medicina, Lacan nos remite a un Galeno vertiéndole personalmente, con sus propias manos, al emperador Marco Aurelio, la teriaca, que era un remedio confeccionado con distintas sustancias que se usaba como antídoto contra las mordeduras de los animales venenosos.

Como Claudio Galeno dejara escrito en su Tratado que el médico en su mejor forma también es un filósofo (él mismo estudió ambas materias en Esmirna y Alejandría), pasa Lacan a rendir homenaje a Michel Foucault a través de dos de sus obras. La primera es Historia de la locura en la época clásica (4), a la que alude implícitamente, la cual se trata una audaz visión histórico-crítica de la locura y de su encierro. Y la segunda es Nacimiento de la clínica (5) que Foucault subtituló: Una arqueología de la mirada médica, texto donde realizó la demostración de que fue a partir del anatomista e histólogo francés Marie-François Bichat, fundador de la Anatomía General, hace ahora dos siglos, cuando la mirada médica quedó fijada al cuerpo humano, haciéndole objeto de su estudio y conocimiento; pero con la condición absoluta de reducirle, en este acto de mirada, al estatuto de cadáver.

Os voy a leer cómo comienza el primer capítulo («Espacios y clases») de la citada obra: «Para nuestros ojos ya gastados, el cuerpo humano define, por derecho de naturaleza, el espacio de origen y la repartición de la enfermedad: espacio cuyas líneas, cuyos volúmenes, superficies y caminos están fijados, según una geometría ahora familiar, por el Atlas Anatómico. Este orden del cuerpo sólido y visible no es, sin embargo, más que una de las maneras para la medicina de espacializar la enfermedad. Ni la primera, indudablemente, ni la más fundamental. Hay distribuciones del mal que son otras y más originarias.»(6)

LA RELACIÓN MÉDICO-PACIENTE

Con el advenimiento hegemónico del discurso científico moderno, la tradicional relación médico-paciente se ha visto radicalmente modificada, debido que la tecno-ciencia nos incluye a todos, lo queramos o no, en los efectos que ella produce. No olvidemos que Lacan, un mes antes de intervenir en esta mesa redonda —en compañía de G. Raimbault, J. Aubry, P. Royer y H.P. Klotz—, ya había publicado en el nº 1 de Cahiers pour l´analyse su texto «La science et la vérité» («La ciencia y la verdad») lugar donde enuncia una paradoja: «el sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la ciencia»(7); y una página más adelante escribe: «No hay ciencia del hombre, porque el hombre de la ciencia no existe, sino únicamente su sujeto.»(8)

Esta subversión de la relación entre el médico y el enfermo, auspiciada por el advenimiento de la tecno-ciencia, afecta por igual a los dos miembros de la pareja. En la parte que le toca al enfermo, porque este desarrollo científico pone en primer plano un histórico nuevo derecho del hombre: el derecho a la salud, impulsado por la OMS, que brinda a todos —bueno, a "todos" es un decir; hay mucha hambruna, que llega a matar no de un golpe sino poco a poco, día a día, mes a mes, guerras injustas que padece precisamente la población civil, no los militares, ya que en una guerra ocho de cada diez víctimas son civiles. En Occidente y su «civilización» nos creemos el ombligo del Mundo, que es muy amplio; somos unos privilegiados: en muchas partes del mundo no hay médicos/as, ni enfermeros/as en cientos de kilómetros a su alrededor— la posibilidad de ir a pedir al médico su cuota de beneficios. Y en la parte que le toca al médico, ya que éste se enfrenta a nuevos problemas: su lugar de privilegio en la jerarquía científica se ha visto seriamente dañado y desde el exterior a su función aparecen nuevos llamados, especialmente por parte de la organización industrial de la salud.

Dice Lacan: «El médico es requerido en la función de científico fisiologista, pero sufre también otros llamados: el mundo científico vuelca entre sus manos un número infinito de lo que puede producir como agentes terapéuticos nuevos, químicos o biológicos, que coloca a disposición del público, y le pide al médico, cual si fuere un distribuidor, que los ponga a prueba. ¿Dónde está el límite en que el médico debe actuar y a qué debe responder? A algo que se llama la demanda.»(9)

LA DEMANDA Y EL DESEO

Introduce aquí uno de los puntales de su exposición: el concepto de demanda, añadiendo que es en el registro de las respuestas del médico a la demanda planteada por el enfermo donde se encuentra precisamente la posibilidad de que sobreviva la posición propiamente médica, pues la función médica se ejerce en la dimensión de la significación de esa demanda del enfermo.

Plantea la existencia de una falla entre la demanda y el deseo. Cuando alguien pide algo, lo que pide no es idéntico, y hasta puede ser diametralmente opuesto, a lo que desea. Así se expresa Lacan: «Cuando el enfermo es remitido al médico o cuando lo aborda, no digan que espera de él pura y simplemente la curación. Coloca al médico ante la prueba de sacarlo de su condición de enfermo, lo que es absolutamente diferente, pues esto puede implicar que él esté totalmente atado a la idea de conservarla. Viene a veces a demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo; en muchos otros casos viene, de la manera más manifiesta, para demandarles que lo preserven en su enfermedad, que lo traten del modo que le conviene a él, el que le permitirá seguir siendo un enfermo bien instalado en su enfermedad.»(10)

Para ejemplificar esta afirmación se remite a su experiencia más reciente: «Un formidable estado de depresión ansiosa permanente, que dura desde hace ya más de veinte años, el enfermo venía a buscarme aterrorizado ante la idea de que yo le hiciese lo más mínimo. A la sola proposición de volverme a ver cuarenta y ocho horas más tarde, ya, la madre temible, que durante ese tiempo había acampado en mi sala de espera, había ya logrado tomar disposiciones para que nada de esto ocurriese.» (11)

EL BENEFICIO DE LA ENFERMEDAD

Cómo no percibir aquí un eco de las reflexiones que Sigmund Freud hiciera sobre el beneficio que reporta la enfermedad al sujeto, quien la cuida y la mantiene como oro en paño. A propósito del cuadro clínico que presentaba su joven paciente histérica, («Dora»; Ida Bauer) en Psicoanálisis fragmentario de una histeria, Freud escribió lo siguiente: «Si queremos curar al enfermo, tropezamos entonces, para nuestra máxima sorpresa, con una gran resistencia, que nos demuestra cómo su intención de lograr la curación no es todo lo sincera que creíamos.»(12)

En una nota a pie de página añadida a este texto, en 1923, agregará: «El motivo que lleva a enfermar al sujeto es siempre el propósito de conquistar una ventaja.»(13)

En dicha adición esta ventaja que proporciona al sujeto el refugio en la enfermedad es dividida en primaria y secundaria, división que ya había efectuado en 1917 con ocasión de la publicación de la parte tercera de sus Lecciones introductorias al psicoanálisis. En la lección XXIV, titulada «El estado neurótico corriente», Freud nos muestra con dos ejemplos cómo el enfermo, aunque le reporte un sufrimiento, se complace en su enfermedad y no renuncia a las ventajas que de ésta puede obtener. De su labor profesional extrae la experiencia de que «aquellos enfermos que más se lamentan de su padecimiento no son luego los que menores resistencias oponen a la labor terapéutica. Más bien al contrario.»(14)

Toda esta cuestión de los beneficios ventajosos (primarios y secundarios) que el sujeto obtiene de la enfermedad que le ha sobrevenido será posteriormente desarrollada con más amplitud en su texto Inhibición, síntoma y angustia (15), publicado en 1926.

EL «GOCE» DEL CUERPO

A continuación, Lacan va pasar a tocar otro tema fundamental: lo que denomina el «goce del cuerpo verdadero en su naturaleza». Tras hacer un breve comentario de la dicotomía cartesiana del pensamiento y la extensión, nos dice con rotundidad que «Este cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo.»(16) Sin embargo, prosigue Lacan, existe una falla epistemo-somática, debido a que esta dimensión del goce del cuerpo se encuentra excluida del efecto que tendrá el progreso de la ciencia sobre la relación que mantiene la medicina con el cuerpo, «pues la ciencia no es incapaz de saber qué puede; pero ella, al igual que el sujeto que engendra, no puede saber qué quiere.»(17)

Con estos dos puntos referenciales, que van a implicar una dimensión ética, esa que se extiende en la dirección del goce, a saber: la demanda del enfermo por un lado y el goce del cuerpo por otro, Lacan va a introducir a Freud y a la teoría psicoanalítica, teoría que nacerá precisamente como uno de los efectos del ascenso de la ciencia: «Así como Freud inventó la teoría del fascismo antes de que éste apareciese, del mismo modo inventó lo que debía responder a la subversión de la posición del médico por el ascenso de la ciencia: a saber, el psicoanálisis como praxis.»(18)

En la medida en que el inconsciente descubierto por Freud está estructurado como y por un lenguaje, sólo la teoría lingüística puede dar cuenta de esa diferencia subrayada por Lacan entre la demanda y el deseo. Nos dice que leyó en un escrito que el inconsciente era monótono y que él opina lo contrario: que el inconsciente se muestra cada vez más astuto y extremadamente particularizado de un sujeto a otro.

LA DIFERENCIA ENTRE «GOCE» Y «PLACER» EN LA LENGUA ALEMANA

Pasa después a introducir el lugar del Otro, el lugar del Inconsciente, en todo aquello que concernirá al sujeto, comentando que es en ese campo del Otro donde se van a ubicar esos excesos del lenguaje que escapan al propio dominio del sujeto. No hay un inconsciente porque hay un deseo surgido de las profundidades abismales, sino que, muy al contrario, afirma que «hay deseo porque hay inconsciente, es decir lenguaje que escapa al sujeto en su estructura y sus efectos.»(19)

Seguidamente, nos recuerda que Freud introdujo su principio del placer como una barrera interpuesta al goce. Esta apreciación nos pone sobre la pista del concepto de «goce» manejado por Lacan en este período de su elaboración teórica, y que no siempre ha sido comprendido porque en su acepción corriente en castellano «goce» se identifica como «placer». Pero Lacan los diferencia, los opone, siguiendo en esto a la lengua alemana, lo que ya anteriormente habían hecho los filósofos G. W. F. Hegel y Alexandre Kojève (a cuyos comentarios sobre el libro del primero de ellos, Fenomenología del Espíritu (20), impartidos en la École Pratique des Hautes Études de París (entre los años 1933 y 1939), acudió de modo asiduo Lacan, oponiendo Genuss (goce) y Lust (placer). Era su tarea de leer a Freud en el idioma que escribió (el alemán) y no en sus traducciones a otras lenguas. Por cierto, la primera traducción de las obras de Sigmund Freud a otra lengua fue al castellano, en 1922, gracias al empuje y empeño de D. José Ortega y Gasset.

EROS Y TÁNATOS

Con esto retoma el camino que ya Freud había abierto cuando conceptualizó, dentro del funcionamiento del aparato psíquico, un principio del placer y un más allá de este principio, que es el «sector más oscuro e impenetrable de la vida anímica.»(21), lugar ocupado por Tánatos, donde reinan las pulsiones de muerte (Todestriebe) «que parecen efectuar silenciosamente su labor.»(22) y que poseen «un carácter demoníaco.»(23)

Esta fuerza demoníaca, mortífera y destructiva, cuya presencia en la vida psíquica puede inferirse de ciertos fenómenos observables en ella como son el masoquismo primordial, la reacción terapéutica negativa, el sentimiento de culpabilidad y la necesidad de castigo. «Esta necesidad de castigo —escribe Freud— es el peor enemigo de nuestros esfuerzos terapéuticos; es satisfecha por el padecer y se aferra a la enfermedad.»(24) O sea que es, finalmente, para la teoría freudiana la causante última de esa obstinada adherencia del enfermo a la enfermedad; tema que ya anteriormente habíamos reseñado, pero que quisiera ampliar ahora, a la luz del descubrimiento freudiano de la pulsión de muerte (Tánatos), esa pulsión primigenia ciega y muda que se opone a Eros, ese real inasimilable para el aparato simbólico que aspira a conducir lo animado a lo inanimado, lo orgánico a lo inorgánico.

En Análisis terminable e interminable (1937) un Freud ya octogenario, gravemente enfermo de cáncer, próximo a un exilio del que no regresará y ante la inminencia de su propia muerte, medita sobre este descubrimiento que ha realizado de «una fuerza que se defiende con todos los medios posibles contra la curación y que se halla completamente resuelta a aferrarse a la enfermedad y al sufrimiento. Una parte de esta fuerza ha sido reconocida como el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo […] Pero ésta es sólo la porción que se halla ligada psíquicamente, haciéndose así reconocible; otras porciones de esta misma fuerza, ligadas o libres, pueden actuar en otros lugares no especificados.»(25)

Tras lamentar que su teoría de las pulsiones primordiales no hubiera sido bien recibida por sus discípulos: «Ya me doy cuenta de que la teoría dualista, según la cual una pulsión de muerte o de destrucción o de agresión reclame los mismos derechos que el Eros que se manifiesta en la libido, ha encontrado pocas simpatías y no ha sido realmente aceptada ni aún por los psicoanalistas.»(26) Además se refiere, con tono desesperanzado, a la imposibilidad de enfrentar con éxito esta fuerza tanática: «Por el momento hemos de rendirnos a la superioridad de las fuerzas contra las cuales vemos que quedan anulados nuestros esfuerzos.»(27)

El goce es, por consiguiente, un puro sufrimiento, el lugar donde el placer comienza a convertirse en dolor; es «la repetición de lo que propiamente va contra la vida.»(28), en palabras de Lacan durante la clase del 14 de enero de 1970 («Saber, medio de goce») de su Seminario de los años 1969-70, conocido como El reverso del psicoanálisis.

En este texto que hoy estoy comentando va a puntualizar lo siguiente: «Lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente, hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo permanece velada.»(29)

EL DESEO Y LA TRANSFERENCIA

Se interroga seguidamente Lacan acerca del estatuto del deseo y nos dice que éste sería un punto de compromiso en la escala de la dimensión del goce, un punto fantasmático donde va a intervenir el registro imaginario. El deseo sexual humano no se debe a la tendencia orgánica instintiva, sino que al estar anudado al lenguaje, se encuentra extraviado y es en ese nivel donde se manifiesta el deseo de saber, lo que clásicamente se ha venido en llamar la «pulsión epistemofílica». Este deseo de saber, esta demanda por parte del enfermo de querer saber qué le sucede, es la que instaura la posición del «Sujeto supuesto al Saber» (S.s.S), que es la que permitirá la existencia del fenómeno de la transferencia.

¿Qué es la transferencia? Lacan en el transcurso de su Seminario de 1964, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, ya había respondido puntualmente con este aforismo: «La transferencia es la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente.»(30)

Una vez instaurado este fenómeno de la transferencia por la existencia de un sujeto que tiene que responder a una demanda de saber, la posición del psicoanalista le va a permitir conducir a su analizante a que confiese él mismo su verdad, y que la confiese sin saberlo. Dice Lacan: «Lo que indico al hablar de la posición que puede ocupar el psicoanalista, es que actualmente es la única desde donde el médico puede mantener la originalidad de siempre de su posición, es decir, la de aquel que tiene que responder a una demanda de saber, aunque sólo se pueda hacerlo llevando al sujeto a dirigirse hacia el lado opuesto a las ideas que emite para presentar esa demanda.»(31)

PREGUNTAS AL MÉDICO

Tras indicar que «Quiéralo o no, el médico está integrado a ese movimiento mundial de la organización de una salud que se vuelve pública y, por este hecho, nuevas preguntas le serán planteadas.»(32), Lacan plantea tres interrogantes que en estos momentos, es decir, 35 años después, están de rabiosa actualidad: «¿En nombre de qué los médicos podrán estatuir acerca del derecho o no al nacimiento? ¿Cómo responderán a las exigencias de la productividad derivada del hecho de que la salud se ha vuelto objeto de una organización mundial? ¿Qué podrá oponer el médico a los imperativos que lo convertirán en el empleado de esa empresa universal de la productividad?»(33)

Su rotunda respuesta es la siguiente: «El único terreno es esa relación por la cual es médico: a saber la demanda del enfermo. En el interior de esta relación firme donde se producen tantas cosas está la revelación de esa dimensión en su valor original, que no tiene nada de idealista pero que es exactamente lo que dije: la relación con el goce del cuerpo.»(34)

PARA CONCLUIR

Ya para finalizar este comentario de la Conferencia de Jacques Lacan «Psicoanálisis y Medicina» y ceder, a continuación, la palabra a Miquel Bassols, nada mejor que leer las hermosas palabras de su último parágrafo, las cuales creo que condensan ese anhelo suyo, que al principio de mi exposición apunté, y que, en mi caso particular, creo haber escuchado, aunque sólo fuere en este acto de escucha un oído entre doscientos: «Si el médico debe seguir siendo algo, que ya no podría ser la herencia de su antigua función que era una función sagrada(35) es para mí, continuar y mantener en su vida propia el descubrimiento de Freud. Siempre me consideré como misionero del médico: la función del médico como la del sacerdote no se limita al tiempo que uno le dedica a ella.»(36)

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

(1)Lacan, J., Intervenciones y textos, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 1985, p. 86.

(2)Ibídem, p.97.

(3)Balint, M., El médico, el paciente y la enfermedad, Buenos Aires, Editorial Libros Básicos, 1986.

(4)Foucault, M., Historia de la locura en la época clásica, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1979.

(5)Foucault, M., El nacimiento de la clínica, México, Siglo XXI, 1978.

(6) Ibídem, p. 16.

(7)Lacan, J., “La ciencia y la verdad”. Escritos II, México, Siglo XXI, 1984, p. 837.

(8)Ibídem, p. 838.

(9)Lacan, J., Intervenciones y textos, p. 90.

(10)Ibídem, p. 91.

(11)Ibídem, m.p.

(12)Freud, S., «Análisis fragmentario de una histeria (caso Dora)». Obras Completas, tomo III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 956.

(13)Ibídem, p. 955.

(14)Freud, S., «Lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXIV: El estado neurótico corriente». Obras Completas, tomo VI, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 2.362.

(15)Freud, S., «Inhibición, síntoma y angustia». Obras Completas, tomo VIII, Madrid, Biblioteca Nueva, 1974, pp. 2.841 y 2.875.

(16)Lacan, J., Intervenciones y textos, p. 92.

(17)Ibídem, m.p.

(18)Ibídem, p. 94.

(19)Ibídem, p. 95.

(20)Hegel, G.W.F., Fenomenología del Espíritu, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1985.

(21)Freud, S., «Más allá del principio del placer». Obras Completas, tomo VII, Madrid, Biblioteca Nueva, 1974, p. 2.507. 

(22)Ibídem, p. 2.541. 

(23)Ibídem, p. 2.524.

(24)Freud, S., «Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis». Lección XXXII: “La angustia y la vida pulsional”. Obras Completas, tomo VIII. Madrid, Biblioteca Nueva, 1974, p. 3.162. 

(25)Freud, S., «Análisis terminable e interminable». Obras Completas, tomo IX. Madrid, Biblioteca Nueva, 1975, p. 3.357.

(26)Ibídem, p. 3.359.

(27)Ibídem, p. 3.358.

(28)Lacan, J., El Seminario. Libro XVII: El reverso del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1992, p. 48.

(29)Lacan, J., Intervenciones y textos, p. 95.

(30)Lacan, J., El Seminario. Libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1987, p. 152.

(31)Lacan, J., Intervenciones y textos, p. 97.

(32)Ibídem, p. 98.

(33)Ibídem, pp. 98-99.

(34)Ibídem, p. 99.

(35)Alusión de Lacan a los orígenes de la medicina griega en la época clásica, los cuales se confunden con el culto a los dioses  —Apolo médico, Asclepio, Higiea y Panacea— como se pone de manifiesto en el inicio del Juramento Hipocrático, llamado así por ser atribuido a Hipócrates de Kos (460-380 a.C.). Los templos erigidos en honor al dios Asclepio, que jalonaban la antigua Grecia, eran a la vez sanatorios y lugares de culto, y quienes trabajaban allí tenían una doble función: sacerdotes y médicos.

(36)Lacan, J., Intervenciones y textos, p. 99.

***Conferencia introductoria al Seminario «Psicoanálisis, Medicina y Psicoterapia» impartido por el psicoanalista Miquel Bassols el día 15 de diciembre de 2001 en el «Centro Françoise Dolto de Palencia», Sede del Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Castilla y León (GEP-CL.). Fue publicada en «Cuadernos de Psicoanálisis de Castilla y León», número 4. Junio de 2002.