PRESENTACIÓN DE LA CONFERENCIA DE MARCO FOCCHI
PRESENTACIÓN DE LA CONFERENCIA DE MARCO FOCCHI
Buenas tardes a todos/as. El conferenciante que nos acompaña en la tarde de hoy se llama Marco Focchi. Ejerce como psicoanalista en Milán. Es AME (Analista Miembro de Escuela) de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y miembro de la Scuola Lacaniana di Psicoanalisi (SLP) de la que ha sido presidente. También es director del Instituto Freudiano de Milán y consultor de la Liga Italiana para el Trastorno de Pánico. Autor de numerosas publicaciones en revistas especializadas y reputado conferenciante, existen tres libros suyos traducidos al castellano: «El buen uso del inconsciente” (2000), «Síntomas sin inconsciente en una época sin deseo: cuatro miradas sobre la clínica contemporánea» (2012) y el más reciente: «El truco para curar», un libro excelente que les animo a comprar, tras la conferencia y leerlo, como ya lo hice yo.
Marco Focchi pronunciará una conferencia, que sabe bastante español y si le salen palabras en italiano, está aquí, en la sala, nuestra colega Soraya Merino, que lo domina. Lleva por título «Cómo cura el psicoanálisis».
Para realizar una breve introducción a su conferencia, quisiera decirles que el significante «cura» en psicoanálisis no tiene la misma significación que en medicina o en psicología. Para éstas curar sería equivalente a sanar (una enfermedad, un trastorno psicológico), es decir que conlleva el sentido de un restablecimiento íntegro a un estado anterior a la aparición de la enfermedad o el trastorno en cuestión.
Para el discurso del Amo (encarnado en el médico), en cuanto se cree dueño y señor de su decir, no se espera que algo de la enfermedad se pueda expresar en el decir mismo del sujeto que sufre, puesto que el saber del médico está muy por encima de lo que sabe el/la enfermo/a. Es más, el sujeto de la palabra es un estorbo, un obstáculo que impide avanzar en el dominio y en el control de la enfermedad. Sin embargo, el/la psicoanalista (aunque también ocupe un lugar de supuesto saber sobre los males que aquejan al sujeto) no se engaña con que realmente posea ese saber que le es atribuido. Esta renuncia al discurso del Amo es, precisamente, la que promueve el discurso psicoanalítico, tal y como nos lo mostró primero Sigmund Freud y luego, Jacques Lacan.
Aunque el psicoanálisis ha heredado (por razones históricas) del discurso médico la palabra «cura», ésta ha ido adquiriendo un sentido específico que la diferencia por completo de su acepción médica: la llamada «cura psicoanalítica» no pretende sanar. Ya su inventor, Sigmund Freud, alertaba a los practicantes de su método que debían tener un cuidado exquisito en no caer en la tentación del «furor sanandi», en el sentido de no querer producir un sujeto sano y feliz, libre por completo de contradicciones y de síntomas, adaptado a la supuesta realidad a través de una ética normativa.
Así como la ética del Bien (aristotélica, kantiana) propone diferentes bienes que compiten entre sí para alcanzar el Bien Supremo, la ética del psicoanálisis ve el Bien como un obstáculo al deseo (que es, en último término, la metonimia del sujeto) y rechaza los ideales de salud, armonía y felicidad, así como el de la complementariedad de los sexos. El deseo del psicoanalista no es el del bien ni que el analizante alcance ningún estado angélico o normalizado de salud mental —una auténtica engañifa en toda regla esa de la «salud mental»—, sino que merced a su escucha e interpretaciones pueda advenir el sujeto del deseo y que éste actúe en consecuencia con él. La consigna ética que nos legó Lacan es «no ceder ante el deseo». Pero también que este deseo no sea omnipotente, que acepte el límite que impone lo imposible. Como nos indica con acierto nuestro conferenciante, Marco Focchi, en la página 186 de su libro «El truco para curar», la consecuencia del deseo omnipotente, de la aspiración de un deseo que se extiende de manera ilimitada, es, precisamente, la impotencia, el bloqueo, la insatisfacción y la incertidumbre.
Otra diferencia sustancial es la consideración de lo que se designa como síntoma. El síntoma en la salud mental es, siguiendo el modelo médico, ante todo, algo que se puede homologar, universalizándolo, mediante el recurso a la clasificaciones (nada menos que internacionales) de los llamados Trastornos Mentales y del Comportamiento (DSM, CIE), los cuales pretenden, muy ufanos, poseer un saber completo sobre la susodicha salud. De este modo el síntoma queda, automáticamente, excluido de lo particular, de lo singular de cada cual. Por otro lado, se pretende vaciar el síntoma de cualquier tipo de enigma, es decir, que se lo pretende desubjetivizar. La llamada salud mental va tejiendo poco a poco, de un modo sibilino pero eficaz, un sistema de férreo control de la población.
Sin embargo, el psicoanálisis, a diferencia de la actitud clasificatoria y universalista del discurso médico-psicológico dominante (el de la salud mental) se coloca en el lugar de la particularidad, y pone su foco en la singularidad que posee toda subjetividad, en aquello que resulta inclasificable. Además, considera que el síntoma constituye una pregunta, un enigma a descifrar por el sujeto, quien deberá realizar (o no) la apuesta por tener otro tipo de relación con el goce (una mezcla de satisfacción y de sufrimiento) que éste, el síntoma, le venía procurando. El psicoanálisis puede enseñarnos a vivir con lo incurable que nos constituye.
Para el modelo de la medicina y de la salud mental, se trataría de suprimir, lo más rápido y eficazmente posible, los síntomas, por considerarse que éstos son un añadido que le viene al sujeto del éter, de afuera, o bien de alteraciones fisiológicas de la neurotransmisión eléctrica en su cerebro, por ejemplo, hipótesis que es la más aplaudida y televisada (¡ay, la famosa serotonina!). Sin embargo, el psicoanálisis considera que los síntomas conciernen a la constitución misma del sujeto y como escribe Marco Focchi en las páginas 204-205 de su libro: «Los síntomas no pueden ser afrontados desde una perspectiva puramente supresiva». Y añade: «No se trata de eliminar algo que sobra o añadir algo de lo que se carece para salir del círculo infernal que aprisiona en el dolor psíquico. La razón es que la estructura subjetiva no parte de una armonía preestablecida, de una armonía donde las tendencias se equilibran, sino que procede, más bien, de una fractura, de una discontinuidad en el origen». Y prosigue: «El encuentro con el lenguaje, del que nace el sujeto, induce una desmesura: se produce algo carente o excesivo, por lo que la pulsión es siempre desbordante y el deseo nunca es satisfecho».
Para finalizar esta introducción, quisiera resumir una de las múltiples viñetas clínicas que salpican este libro, «El truco para curar», un libro que aúna teoría y práctica, bien escrito, esclarecedor (me interesó mucho el tratamiento que realiza sobre la diferencia entre ‘falta’ y ‘agujero’ en el Otro) que, nuevamente, les animo a que lo lean.
Este caso clínico tiene que ver con la función estabilizadora que el síntoma puede estar cumpliendo dentro de una subjetividad. Se trata de un matrimonio fundado sobre una especie de complementariedad sintomática sexual: él es un impotente funcional y ella anorgásmica. El equilibrio logrado se rompe cuando él —mediante el recurso al médico y a la administración de la «Viagra»— supera el síntoma de su impotencia sexual y provoca en ella un orgasmo. Debido a su particular estructura psíquica, la cual le impedía afrontar, simbolizar, ese tipo de goce real, va a desencadenar en ella una psicosis (que permanecía hasta ese momento en estado latente), en forma de un delirio paranoico de celos. Si el síntoma (la anorgasmia), que venía estabilizando su estructura psíquica, se desvanece, lo real del goce no simbolizado aflora en toda su crudeza y la precipita en el agujero ilimitado de la psicosis desencadenada.
Sin más, les dejo con nuestro colega Marco Focchi y su conferencia «Cómo cura el psicoanálisis». Le agradecemos mucho su presencia en Valladolid. Y también a todos/as ustedes por haber venido hoy.