COMENTARIO DEL TEXTO DE SIGMUND FREUD: PSICOLOGÍA DE LAS MASAS Y ANÁLISIS DEL YO

CAPÍTULO VII: «LA IDENTIFICACIÓN»


Esta obra de Freud (Psicología de las masas y análisis del yo), que fue publicada en 1921, ya la estudiamos en el Seminario de Textos de Freud del GEP-CyL durante el año 2001. De un modo más pormenorizado, trabajamos entonces los capítulos VII («La identificación») y VIII (titulado «Enamoramiento e hipnosis»). Así es que para todos aquellos de vosotros que no estuvisteis en aquel Seminario os lo leo y para quienes sí, lo que voy a exponer, a continuación, os servirá como un recordatorio. He añadido algunas cosas más. Luego tendremos el habitual coloquio.

Comienza Freud este capítulo VII, que hoy quiero comentar, diciéndonos que la identificación es la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona y que desempeña un muy importante papel en la prehistoria del complejo de Edipo. Existe, entonces, un tipo de identificación que es pre-edípica, la cual está marcada por una relación canibalística con el objeto y se comporta como una ramificación de la primera fase de la organización de la libido, es decir de la fase oral. Es un tipo de identificación ambivalente pues durante esta fase el sujeto incorpora al objeto ansiado y estimado, “comiéndoselo”, y al hacerlo, lo destruye. La identificación es siempre posible —escribe Freud— antes de la elección de objeto. En este tipo de identificación se trata de lo que se quisiera SER; cuando ya ha habido una elección de objeto se trataría de lo que se quisiera TENER.

Dos años después (en 1923) en el capítulo III de El Yo y el Ello (que también hemos estudiado en el Seminario), a esta identificación va a llamarla IDENTIFICACIÓN PRIMARIA. En dicho capítulo (titulado «El Yo y el Superyó»), a propósito de la génesis del Superyó o Ideal del yo (no hace ninguna distinción entre ambos, cuestión que sí hizo Jacques Lacan), nos dice lo siguiente: la primera y más importante identificación del sujeto es la identificación con el padre. En una nota a pie de página nos comenta que quizás sería más prudente decir «identificación con los padres» en vez de «identificación con el padre», ya que para la mente infantil el padre y la madre no son objetos de una valoración distinta antes del descubrimiento de la diferencia de los sexos. Esta identificación primaria es directa e inmediata y temporalmente anterior a toda carga de objeto o catexia, es decir, que es anterior a toda investidura libidinal. O sea, que se trataría de una identificación que se va a producir cuando todavía no existe una relación de objeto propiamente dicha. De modo que todas las demás identificaciones que se produzcan con posteridad serán secundarias a ésta y se van a superponer a ella.

Volviendo al capítulo VII de Psicología de las masas y análisis del yo, distingue Freud a continuación otro tipo de identificación que llama IDENTIFICACIÓN REGRESIVA y pone como ejemplo de la misma la tos que presentaba “Dora” (Ida Bauer), su famosa paciente afectada de una petite hystérie. El síntoma que aquejaba Dora asegura que se trataba de una identificación de ésta con el síntoma que presentaba su padre, la persona más amada por ella. En este caso, nos dice Freud, la identificación ocupa el lugar de la elección de objeto. En otras palabras, la elección de objeto por regresión puede transformase en una identificación. Lo más singular de esta identificación regresiva es que el yo puede “copiar” unas veces a la persona amada y otras a la persona odiada. Y dice lo siguiente: «tiene que parecernos extraño que en ambos casos la identificación no es sino parcial y altamente limitada, contentándose con tomar un solo rasgo (Einziger Zug: “rasgo único”) de la persona-objeto.»

La tercera modalidad de identificación que Freud describe en este capítulo, asegura que es una fuente particularmente frecuente de formación de síntomas neuróticos. Se trataría de cuando la identificación se efectúa con independencia de toda actitud libidinosa con respecto a la persona “copiada” de modo inconsciente. A este tipo de identificación la va a llamar IDENTIFICACIÓN HISTÉRICA. Pone como ejemplo de la misma el de una joven alumna de un internado que recibe de su secreto amor una carta que excita sus celos y sufre, a consecuencia de ello, un ataque histérico. Algunas de sus amigas, conocedoras de los hechos, serán víctimas de lo que puede llamarse una «infección psíquica» y sufrirán, a su vez, igual ataque. Para Freud el mecanismo de esta identificación es la aptitud o voluntad de las amigas de colocarse en la misma situación. Más adelante aclara: «Sería inexacto afirmar que es por simpatía por lo que éstas asimilan el síntoma (el ataque histérico) de su amiga. Por el contrario, la simpatía nace únicamente de la identificación y prueba de ello es que tal infección se produce igualmente en los casos en los que entre las dos personas existe una menor simpatía». Para Freud esta identificación por medio del síntoma va a señalar el punto de contacto entre los dos yoes, ya que uno de los yoes advierte en el otro una importante analogía (un rasgo común) en un punto determinado, punto de encuentro que es inconsciente y que debería, por tanto, debía mantenerse reprimido.

Este tipo de identificación también se manifiesta en el enlace recíproco que poseen los individuos de una masa y es esencial en la constitución de una comunidad afectiva. Esta comunidad reposa en la modalidad del enlace con el líder tomado como Ideal del yo. Los sujetos que pertenecen a la referida comunidad afectiva se identifican recíprocamente entre sí (identificación lateral) y, además, tienen en común que todos ellos se ponen en el lugar de esa instancia (el Ideal del yo) encarnada por el Líder o Caudillo. A esto se refiere Jacques Lacan cuando dijo que Freud ya habló del fascismo antes de que éste existiera.

Posteriormente, va a explicar que la génesis de la homosexualidad masculina vendría dada por una fijación libidinal del niño a la madre muy intensa y durante un lapso de tiempo mucho mayor que de ordinario. Cuando llega a la edad puberal y el joven tiene que cambiar a la madre por otro objeto sexual femenino, no renuncia a la madre (como sucede en la elección de objeto heterosexual) sino que se identifica con ella, se transforma en ella y busca sujetos susceptibles de reemplazar a su propio yo a los que amar y cuidar como él ha sido amado y cuidado por su madre. Añade Freud que éste es un proceso nada raro, que ha podido comprobarlo en sus pacientes neuróticos homosexuales (para él la homosexualidad no era una enfermedad, ya desde sus textos pre-analíticos teorizó sobre lo que llamó la "bisexualidad psíquica" y es bien conocida la carta que escribió a una madre en respuesta a otra que ésta le dirigió, muy preocupada y angustiada, por la "desviación" de su hijo, fechada en Viena el 9 de abril de 1935 donde le explicita que no es un vicio ni una degradación y que muchos grandes hombres fueron homosexuales y cita como ejemplos a Platón, a Miguel Ángel y a Leonardo da Vinci) y escribe que lo anterior puede ser comprobado cuantas veces se quiera en sujetos masculinos homosexuales.

A continuación, pasa a abordar la cuestión de la sustitución del objeto abandonado o perdido por la identificación con él, mediante lo que llama «la introyección del objeto en el yo», y comenta que éste es un fenómeno directamente observable en la vida infantil. Pone el ejemplo de un niño que, entristecido por la muerte de su gatito, declaró ser él dicho animal y comenzó a andar a cuatro patas y a negarse a comer en la mesa. También la melancolía nos ofrece otro ejemplo de esta introyección del objeto, de esta identificación con el objeto perdido, pues uno de sus principales caracteres es la cruel autohumillación del yo, unida a una implacable autocrítica y a amargos reproches. El psicoanálisis demuestra, nos dice Freud, que dichos reproches y críticas se dirigen, en el fondo, contra el objeto y representan una venganza que contra él toma el yo. Repite la famosa frase enunciada en Duelo y melancolía (también estudiado en nuestro Seminario de Textos): «La sombra del objeto ha caído sobre el yo.»

Y a propósito de la melancolía, nos indica que en ella se puede observar al yo dividido en dos partes, una de las cuales combate de modo implacable a la otra, que es la que ha sido transformada por la introyección del objeto perdido, y lanza la hipótesis, ya mencionada en textos anteriores (Introducción al narcisismo, Duelo y melancolía) de que a partir del yo se desarrolla una instancia que puede separarse y entrar en agudo conflicto con él. A esta instancia, heredera del narcisismo primitivo y derivada de las influencias ejercidas sobre el sujeto por las autoridades que han pesado sobre él, sus padres en primer lugar, la llama Ichideal (Ideal del yo) y le adscribe como funciones más importantes la autoobservación, la conciencia moral, la censura onírica y la influencia principal en el proceso de la represión. Posteriormente, en el texto El Yo y el Ello, denominará de modo definitivo Superyó o Super-yo a esta instancia psíquica.

OPINIONES DE FREUD SOBRE LA HIPNOSIS

Capítulos VIII y X de Psicología de las masas y análisis del yo


Como ya sabéis fui hipnotizador o hipnotista hace ya bastante tiempo. Sigmund Freud también lo fue. Y abandonó dicho método sugestivo por el de la «asociación libre del pensamiento» de sus pacientes en un completo estado de vigilia, pero manteniendo el diván. Os doy un dato erudito: el famoso diván de Freud, que estaba en su consulta vienesa de Bergasse nº 19 y que actualmente se encuentra en el  Freud Museum londinense, le fue regalado por una paciente agradecida, Madame Benvenisti, en 1890. Lo encontré en un libro de la princesa de Grecia y Dinamarca —y psicoanalista— Marie Bonaparte, a quien se lo contó Martha Bernays, la esposa de éste.

En el enamoramiento se produce un fenómeno de superestimación del objeto y éste queda sustraído a la crítica, siendo estimadas todas sus cualidades en alto valor. Falsea el juicio la tendencia a la idealización. El objeto amado sirve para sustituir un ideal propio no alcanzado. El yo cada vez se hace más modesto y menos exigente, y, en cambio, el objeto deviene cada vez más magnífico y precioso. La situación puede ser resumida en la siguiente fórmula: "el objeto ha ocupado el lugar del Ideal del yo."

Del enamoramiento a la hipnosis no hay gran distancia: el hipnotizado da con respecto al hipnotizador, las mismas pruebas de humilde sumisión, docilidad y ausencia crítica que el enamorado respecto al objeto de su amor. También el mismo renunciamiento a toda iniciativa personal. El hipnotizador se sitúa en el lugar del Ideal del yo. El hipnotizador es para el hipnotizado el único objeto digno de atención; todo lo demás se borra ante él.

La diferencia esencial es que la relación hipnótica es un abandono amoroso total con exclusión de toda satisfacción sexual, mientras que en el enamoramiento dicha satisfacción no se haya sino temporalmente excluida y perdura en segundo término, a título de posible fin ulterior. La hipnosis constituiría un enamoramiento carente de tendencias sexuales directas. Una de las particularidades consiste en una especie de parálisis resultante de la influencia ejercida por una persona omnipotente sobre un sujeto impotente y sin defensa, particularidad que nos aproxima a la catalepsia provocada en los animales por el terror. En la hipnosis, tal y como habitualmente se practica, continua el sujeto dándose cuenta de que no se trata sino de un juego, de una reproducción ficticia de otra situación de importancia vital, mucho mayor para él.

La hipnosis es un estado inducido. El hipnotizador pretende poseer un poder misterioso que despoja de su voluntad al sujeto. O mejor dicho: el sujeto atribuye al hipnotizador ese tal poder. Cuando el sujeto entra en trance hipnótico concentra inconscientemente toda su atención sobre el hipnotizador, entrando en estado de transferencia con él. Comenta la enseñanza de su amigo Sándor Ferenczi —psiquiatra y psicoanalista húngaro que escribió también sobre ello— y deduce que la orden de dormir coloca al hipnotizador en el lugar de los padres (obediencia retroactiva). Distingue dos clases de órdenes de dormir: la maternal (tierna, acariciadora y apaciguante) y la paternal (amenazadora). Ahora bien, la orden de dormir no significa en la hipnosis sino la invitación a retraer todo interés del mundo exterior y concentrarlo en la persona del hipnotizador. Así la entiende, en efecto, el sujeto, pues esta desviación que se produce de la atención del mundo exterior constituye la característica psicológica del sueño, y en ella reposa el parentesco del sueño con el estado hipnótico sonambúlico. El hipnotizador despierta en el sujeto hipnotizado el antiguo estado en el que mostraba un total sometimiento a sus progenitores.

***Texto leído durante la reunión mensual de la Escuela Lacaniana del Campo Freudiano de Castilla y León (ELP-CyL) el día 5 de junio de 2005.