«EL PROBLEMA ECONÓMICO DEL MASOQUISMO»

(Sigmund Freud, Obras Completas, tomo VII, pp. 2.752-2.759)

 

 

INTRODUCCIÓN

 

El término «masoquismo» fue creado por el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), quien publicó el primer libro dedicado de modo exclusivo  a las perversiones sexuales: Psychopathia sexualis (1886), que posteriormente tuvo varias ediciones, ampliándolo hasta exponer, de modo sucinto, un total de 238 casos clínicos. Ver una fotografía suya al comienzo. Este vocablo deriva del apellido del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch —autor de La Venus de las pieles (1870)— y con él se designa a una perversión (con golpes, ataduras, amordazamiento, flagelación, humillación física y moral) en la cual la satisfacción sexual proviene del sufrimiento vivido y expresado por el sujeto en ese estado. También acuñó este autor el término de «sadismo», por las obras de otro escritor: Donatien-Alphonse-Françoise, marqués de Sade.

Dicho texto ha tenido bastante repercusión y es el más conocido (el quinto) de la saga El legado de Caín. Algunos eruditos afirman que está inspirado en La Comedia Humana, de Honoré de Balzac. Ver una fotografía de Sacher-Masoch al final del escrito.

NOTAS POSTERIORES: Fue adaptado, con ese título, a la gran pantalla (en 2013) por Roman Polanski, película que obtuvo el premio César al mejor actor (Mathieu Almalric) y a la mejor actriz (Enmanuelle Seigner).

Existe un relato brevísimo, sublime, del escritor argentino Enrique Anderson Imbert que tituló: «Sadismo-Masoquismo». En él se produce un encuentro, atemporal, en el Infierno, entre el marqués de Sade y Sacher-Masoch. Como es muy  breve lo transcribo:

«Escena en el infierno. Sacher-Masoch se acerca al marqués de Sade y, masoquísticamente, le ruega: ¡Pégame, pégame! ¡Pégame fuerte, que me gusta! El marqués de Sade levanta el puño para pegarle, pero se contiene a tiempo y con la boca y la mirada crueles, sadísticamente le dice: ¡No!» 

Prosigo. El protagonista de la novela (Severin von Kusiemski) cuenta la historia de sus relaciones con la «Venus de las pieles» (Wanda von Dunajew). Existe un pacto entre ambos que transcribo.

Wanda dice:

«Esclavo mío, las condiciones en que os acepto como esclavo y os soporto a mi lado son las siguientes: Renuncia absoluta a vuestro yo. No tendréis otra voluntad que no sea la mía. Me serán permitidas las mayores crueldades y si llego a mutilaros será necesario soportarlo sin queja. Fuera de mí no tenéis nada. Soy todo para vos: vuestra vida, felicidad, futuro, desgracia, tormento y alegría. Si se produjese el hecho de que no podríais soportar mi dominio y que vuestras cadenas son demasiado pesadas, deberéis mataros: nunca os devolveré la libertad.»

Y Severin contesta:

«Me comprometo, bajo mi palabra de honor, a ser esclavo de Madame Wanda von Dunajew, como ella lo exige y someterme sin resistencia a todo lo que se me imponga.»

EL TEXTO DE SIGMUND FREUD

 

Comienza Freud diciéndonos en este texto, donde aparece el término «económico» —no confundir con las “pelas” y consultar en la RAE; se trata de la economía libidinal— que fue escrito y publicado en 1924: «Desde el punto de vista económico, uno tiene derecho a caracterizar como enigmática la existencia de la tendencia (Strebung) masoquista en la vida pulsional de los hombres.» Esto es así porque, si como él venía manteniendo, desde 1911 (Los dos principios del suceder psíquico) el «principio del placer» es quien rige los procesos psíquicos, en contra del «principio de realidad» de tal manera que el fin inmediato del mismo es la evitación de displacer y la consecución de placer, el masoquismo le resulta ser algo verdaderamente incomprensible.

El hecho de que el dolor y el displacer dejen de ser una señal de alarma y se constituyan como un fin en sí mismos supone una paralización —una “narcotización” dice Freud— del «principio del placer», que es el guardián no sólo de nuestra vida anímica sino de nuestra existencia misma. Se plantea la labor de seguir investigando —investigación ya iniciada cuatro años antes en su Más allá del principio del placer (1920)— las relaciones de este principio del placer (como aspiración libidinal) con el «principio de constancia o de estabilidad» propuesto por el médico, fisiólogo y filósofo Gustav Theodor Fechner (a quien Freud siempre admiró mucho) y el «principio del Nirvana» formulado por la psicoanalista inglesa Barbara Low —y que ésta, todo hay que decirlo, copió del filósofo Arthur Schopenhauer, que fue quien difundió este término budista en Occidente— y con el «principio de realidad», que correspondería a las influencias del mundo exterior.

El masoquismo se ofrece a nuestra observación de tres formas diferentes: como condicionante de la excitación sexual (masoquismo erógeno), como una manifestación de la feminidad (masoquismo femenino) y como una norma de la conducta vital (masoquismo moral). El masoquismo erógeno, o sea, el placer en el dolor, constituye asimismo la base de las otras dos formas, aunque en diversos grados.

Lo más curioso, lo más chocante para el/la lector/a de este texto, es que cuando Freud comienza a escribir acerca del masoquismo femenino no se refiere en absoluto a las mujeres sino a aquellos hombres neuróticos que tienen fantasías masoquistas (e impotentes sexuales muchas veces a causa de ello), y estas fantasías coinciden por completo con las situaciones reales creadas por los perversos masoquistas. Ya había dicho Freud, muchos años antes, en sus Tres ensayos para una teoría sexual (1905), siguiendo un símil fotográfico, que la neurosis es el “negativo” de la perversión.

El contenido manifiesto de dichas fantasías —que culminan con actos onanistas o representan por sí solas una satisfacción sexual— consiste en que el sujeto es amordazado, maniatado, golpeado, fustigado, maltratado en una forma cualquiera, obligado a una obediencia incondicional, ensuciado o humillado; más raramente es incluida en este contenido manifiesto una mutilación. Dice que las veces que pudo estudiar más ampliamente dichas fantasías ha descubierto que el sujeto se transfiere en ellas a una situación característica de la femineidad: ser castrado, soportar el coito o parir. Nos explica que es por esta razón por la que ha calificado de femenina a esta forma de masoquismo, aunque muchos de sus elementos se orienten más bien a la vida anímica de la infancia. Se está refiriendo aquí a la fantasía infantil, hallada en varios pacientes masculinos y femeninos, estudiada y desarrollada en un texto muy importante: Pegan a un niño (1919). 

Asimismo, en el contenido manifiesto de las fantasías masoquistas se revela con frecuencia la existencia de un fuerte sentimiento de culpabilidad, puesto que cabe suponer que el sujeto ha cometido algún hecho punible (sin determinar cuál) que ha de ser castigado con dolorosos tormentos. Este factor de culpabilidad le conduce a la tercera representación de masoquismo que describe: el masoquismo moral.

Esta tercera forma muestra una relación menos estrecha con la sexualidad que las dos anteriores. Si en ellas los tormentos masoquistas se enlazan con la condición de que provengan de la persona deseada y sean sufridos por orden suya, en el masoquismo moral lo que importa es el sufrimiento mismo, aunque no provenga de una persona determinada sino de personas indiferentes, e, incluso, de poderes o circunstancias impersonales (el Destino entre ellos). Este masoquismo moral ofrece —dice Freud— la mejilla a toda posibilidad de recibir un golpe. 

Tras todo este asunto Freud ve asomar la oreja a las pulsiones de muerte y al «sentimiento inconsciente de culpabilidad» actuando. Los padecimientos que la neurosis trae consigo constituyen, precisamente, el factor que da a esta enfermedad un alto valor para la tendencia masoquista. Pone como ejemplo que una neurosis que ha desafiado todos los intentos terapéuticos, puede desaparecer, contra todos los principios teóricos y contra todo lo que era de esperar, una vez que el sujeto contrae un matrimonio que le hace muy desgraciado, pierde su fortuna —creo que aquí se está refiriendo a Sergius Konstantinovich Pankejeff, el famoso «Hombre de los lobos»— o contrae una peligrosa enfermedad orgánica. Un padecimiento queda, entonces, sustituido por otro y en ello vemos que de lo que se trataba, en realidad, era tan sólo de poder conservar una cierta medida de dolor.

Este sentimiento inconsciente de culpa lleva a la necesidad de castigo. El yo reacciona con sentimientos de angustia a la percepción de haber permanecido por debajo de las exigencias de su ideal, el super-yo. De modo que la conciencia moral que actúa en el super-yo se puede mostrar muy dura, en extremo cruel e implacable contra el yo por él guardado. Es como el «imperativo categórico» de Immanuel Kant, dice Freud. En el masoquismo moral hay un intenso sadismo por parte del super-yo pero también un no menos intenso masoquismo por parte del yo, que demanda castigo. Lo que sucede es que el sadismo del super-yo suele ser por lo general consciente, mientras que la tendencia masoquista permanece casi siempre inconsciente, oculta a la persona, y ha de ser deducida, no siendo, en general, aceptada de buen grado por los neuróticos. El sadismo del super-yo y el masoquismo del yo se complementan mutuamente (se llevan, pues, a las mil maravillas) y se unen para provocar las mismas consecuencias.

El masoquismo moral resulta ser un testimonio clásico de la existencia de la mezcla o fusión de las pulsiones de muerte (Tánatos) y las pulsiones de vida (Eros). Su peligro está en que éste procede de las pulsiones de muerte: la destrucción del individuo por sí propio —finaliza Freud— no puede tener efecto sin una satisfacción libidinal, aunque ésta sea, paradójicamente, tanática.

 

***Comentario de referencias textuales para el Instituto del Campo Freudiano en Castilla y León (ICF-CyL) realizado el 8 de marzo de 2008.