«ESCRITOS PSICÓTICOS» (II)

Alfredo Cimiano : Aurelio Dorna

 

 

 

VERWERFUNG-FORCLUSION-PRECLUSIÓN

 

Los lectores habituales del texto que el magistrado Daniel Paul Schreber publicara en 1903, Denkwürdigkeiten eines Nervenkranken («Memorias de un neurópata»), que nuestro colega José María Álvarez, traduce como Hechos dignos de ser recordados de un enfermo de los nervios(1), recordarán que en su capítulo VI (Vicisitudes personales, continuación. Visiones. “Visionarios”.) y en menor medida en el capítulo VII (Vicisitudes personales, continuación. Fenómenos mórbidos extraños. Visiones.) éste nos cuenta cómo en cierto momento de su existencia asistió al fin del mundo “que, según las visiones que me enviaban, ya había ocurrido o era inminente.”(2) Este período, que él acota desde mediados de marzo (cuando comienza a tener relación con el “Reino Divino anterior”) hasta finales de mayo de 1894, y que coincide con los últimos meses de su segundo ingreso en la Clínica Universitaria del Profesor Dr. Paul Emil Flechsig en Leipzig (salió de alta el 14 de junio rumbo al Sanatorio privado del Dr. Pierson en Lindenhof) nos dice que fue “el período más atroz de mi vida. Sin embargo, también fue el tiempo sagrado de mi vida.”(3) Lacan opinará no obstante que éste es “el período más oscuro de su psicosis.”(4)

Durante este intervalo de tiempo en el que consideró “que la Humanidad estaba totalmente hundida”(5) y que “según los demás duró a lo sumo tres o cuatro meses, en realidad se había extendido a un período inmensamente largo; era como si cada noche hubiera durado varios siglos, de modo que durante esa inmensidad temporal muy bien podían haberse producido las transformaciones más profundas en la especie humana, en la Tierra misma y en todo el sistema solar”(6), sabemos, por su historial clínico, que estuvo inmerso en un estado de estupor alucinatorio. Nos cuenta D. P. Schreber que la “enorme cantidad” de visiones que trataban del fin del mundo que “eran una consecuencia ineluctable de la relación ya indisoluble entre Dios y yo, comenzaron a prevalecer en las visiones que yo tenía todas las noches”(7). Estas visiones que le fueron impuestas “eran en parte de naturaleza aterradora, pero en parte también de una grandeza indescriptible”(8) y nos las relata en la continuación de su texto autobiográfico.

Pasado su particular fin del mundo, ya nada volverá a ser como antes. Las voces alucinatorias le informan que se ha perpetrado el “asesinato del alma”, el almicidio (Seelenmord) y comienza a considerarse a sí mismo “como el único hombre verdadero que hubiese sobrevivido realmente” al cataclismo universal, pues todos los demás seres humanos sólo son “imágenes de hombres construidos a la ligera que andan perdidas por ahí gracias a un milagro.”(9)

Como ya indiqué en el escrito anterior, entre las ruinas de la catástrofe subjetiva producida por el desencadenamiento de la psicosis, su sujeto trata de encontrar y ensamblar los fragmentos dispersos de su ser estallado para reconstruir una morada, un cobijo que se le haga habitable frente a la intrusión de un real inefable en el cuerpo y en el pensamiento que amenaza con nadificarle, con aniquilarle, con “asesinarle el alma” en palabras del juez Schreber. Este refugio lo encuentra en la labor del delirio, con la que, mediante ímprobos esfuerzos, tratará con afán de rehacerse un remedo de identidad (que por supuesto será siempre precaria) basada en la captación imaginaria del orden narcisista y en última instancia, apoyada en su paradigma más conocido gracias a las investigaciones de Jacques Lacan: su Yo (Moi).

Para realizar el paso del autoerotismo (Freud) o estadio del cuerpo fragmentado (Lacan) al narcisismo primario (Freud) o estadio del espejo (Lacan) es necesaria la presencia de un Otro simbólico para que dicho “acto psíquico”, fundador de la matriz del Yo, pueda realizarse. Este Otro necesario, como ya indiqué, para la construcción de la unidad imaginaria yoica, de la imagen narcisista especular, se va a encarnar para el psicótico en la aparición en el horizonte de su devenir existencial de un Otro gozador e intrusivo, ya se presente en su vertiente persecutoria (el Otro me odia, conspira contra mí, me persigue y quiere mi ruina) o en su vertiente erotomaníaca (el Otro me ama, soy su objeto de deseo, me lo hace saber de continuo). Esta es la función del Otro en el polo paranoico de la psicosis: localizar el lugar de donde procede ese goce mortificante que se presenta de súbito en el cuerpo y en el pensamiento debido a la fragmentación pulsional surgida tras el desencadenamiento, localización que provocará una cierta atenuación, un cierto apaciguamiento de estos fenómenos extraños que proceden de un real exterior a su espacio subjetivo (xenopatía).

De ahí proviene su certeza: ante la ausencia radical de identidad, corps morcelé, el sujeto psicótico desencadenado se hace objeto para el Otro, pues siempre será mejor ser objeto de amor o de persecución que no ser absolutamente nada (polo esquizofrénico de la psicosis). El postulado delirante es un verdadero “clavo ardiente”, pero es el único clavo del que dispone en la caja de herramientas que porta a hombros de su estructura: no hay más. Y a él se va a aferrar con desesperación, con todas sus fuerzas, contra viento y marea, ya que tras el dramático naufragio de su armazón simbólico producido por el desencadenamiento significante, el postulado delirante es la única tabla de salvación posible para su frágil existencia sobre las embravecidas olas de una tempestuosa marejada que amenaza de continuo con engullirlo.

De este tenaz aferramiento del sujeto al delirio se percató ya Freud antes de haber inventado el psicoanálisis, lo que le dio pie para enviar en el denominado «Manuscrito H», anexo a la carta nº 53 del 24 de enero de 1895, a su por entonces admirado Wilhelm Fliess, esta certera reflexión acerca de la índole particular de lo que él por entonces llamaba “la defensa paranoica”: “En todos los casos, la idea delirante se sustenta con la misma energía con la que el yo combate alguna otra idea insoportable. Ellos (los paranoicos), entonces, aman al delirio como a sí mismos. He ahí el secreto.”(10)

En la Presentación del libro de Aurelio Dorna Posible fin del Mundo (Revelaciones del clariaudente desdoblado que pudo más), publicada en el nº 1 de estos «Cuadernos de Psicoanálisis de Castilla y León», señalé de pasada que Jacques Lacan nos había indicado con precisión cuál era el mecanismo psíquico que operaba en la construcción y en el desencadenamiento posible de la estructura llamada psicótica. Desbrozando los caminos abiertos por Freud, que había aislado la «represión» (Verdrängung) como origen y motor de la estructura neurótica y la «renegación» (Verleugnung) como lo propio de la perversión fetichista (durante el debate que mantuvo con René Laforgue y su concepto de la “escotomización” perceptiva de la castración)(11), pero que nunca señaló un mecanismo psíquico específico de la psicosis, Lacan recogió el término de Verwerfung que Freud había usado por primera vez en el tercer capítulo de su ensayo de 1894 «Las neuropsicosis de defensa», dedicado al estudio de la psicosis alucinatoria, donde escribió: “Pero hay aún otra forma de defensa mucho más enérgica y eficaz, consistente en que el Yo rechaza (verwerfen) la representación intolerable, conjuntamente con su afecto y se conduce como si la representación no hubiese jamás llegado a él”(12). Y más adelante: “Puede, por tanto, decirse que el Yo ha rechazado la representación intolerable por medio de la huida a la psicosis”(13).

Dicho vocablo volverá a ser retomado veinte años más tarde (octubre y noviembre de 1914) en el relato del tratamiento psicoanalítico de Sergius Konstantinovich Pankejeff: «Historia de una neurosis infantil (caso del Hombre de los Lobos)», en cuyo capítulo VII aparece en cuatro ocasiones. La primera mención freudiana es la frase “Eine Verdrängung ist etwas anderes als eine Verwerfung” que Lacan comentará en su clase del 3 de febrero de 1954 (“El yo y el otro yo”) correspondiente al seminario dedicado a “Los escritos técnicos de Freud”, seminario que estudiamos diligentemente a lo largo del pasado año 2000 en el espacio central del GEP-CyL. Ese día la tradujo así: “Una represión (Verdrängung) es algo muy distinto de un rechazo (Verwerfung)”, no sin antes haber criticado la traducción francesa disponible por aquellas fechas, la de la princesa Marie Bonaparte: “Una represión es algo muy distinto de un juicio que rechaza y elige”(14), objeción que por cierto valdría también para la traducción de nuestro Luis López-Ballesteros: “Una represión es algo muy distinto de un juicio condenatorio”(15). “Juicio condenatorio” se escribe en alemán Urteilsverwerfung por lo que Lacan argüía: “¿Por qué introducir súbitamente allí un juicio, en un nivel en el que no hay huella alguna de Urteil? Hay Verwerfung.”(16)

Las otras tres menciones de Freud a la Verwerfung van encadenadas tres páginas más adelante: “La posición inicial de nuestro paciente ante el problema de la castración nos es ya conocida. La rechazó (Er verwarf) y permaneció en el punto de vista del comercio por el ano. Al decir que la rechazó nos referimos a que no quiso saber nada de ella en el sentido de la represión (Verdrängung). Tal actitud no suponía juicio (Urteil) alguno sobre su existencia, pero equivalía a hacerla inexistente […] Y también la tercera, la más antigua y profunda, que se había limitado a rechazar la castración sin emitir juicio alguno sobre su realidad”(17).

En ningún otro lugar de su extensa obra volvió Freud a escribir este término, lo que le hace decir a Lacan: “Me regocija que algunos de ustedes se atormenten respecto al tema de esta Verwerfung. Después de todo Freud no habla de ella muy a menudo, y fui a pescarla en los dos o tres rincones donde muestra la punta de la oreja.”(18)

La Verwerfung ha sido traducida por “rechazo”, salvo en el lugar que antes indiqué, por el traductor de Freud al castellano (Luis López-Ballesteros y de Torres) y por “repudio” por Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis en su Diccionario de Psicoanálisis(19). Tras proponer como equivalente francés de Die Verwerfung la palabra retranchement (“cercenamiento”) en su escrito “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”(20), finalmente decidió traducirla como forclusion (a su vez tomado del lenguaje jurídico francés) el día 4 de julio de 1956, en los momentos finales de su última clase (“El falo y el meteoro”) del Seminario impartido durante los años 1955-56, dedicado a “Las Psicosis”(21), seminario con el que iniciáramos la andadura de nuestro espacio de estudio central del GEP-CyL, en aquel ya memorable sábado 27 de febrero de 1999.

Aunque es un hecho irrefutable que se ha universalizado en todos los círculos psicoanalíticos lacanianos de habla española el término “forclusión” (es decir, añadiendo una tilde en la segunda “o” de su escritura original francesa), se me ocurre que ya que estamos en tierras castellano-leonesas, debiéramos defender su justa traducción a nuestra lengua: preclusión. Dicha traducción de la forclusion francesa es no sólo la usada por el traductor al castellano de los Escritos de Lacan (Tomás Segovia) sino que es la propuesta del añorado psicoanalista argentino Oscar Masotta, quien en su esclarecedor ensayo de 1972 “El Hombre de los Lobos: regalos dobles, padres dobles” recogido en sus Ensayos lacanianos, elige la palabra preclusión por ser su correspondiente término en el derecho procesal argentino que dice: “La preclusión es la pérdida o extinción (irrecuperable) de una facultad procesal”(22). He tenido la satisfacción de saber, gracias a Estela Redondo (compañera del GEP-CyL y Licenciada en Derecho), que “preclusión” también existe en nuestro derecho procesal, y ella misma fue quien me dio su definición: “Principio procesal consistente en que todos los actos procesales (aquellos actos que tienen lugar dentro de un procedimiento procesal) tienen que ser realizados en el momento o en la fase que taxativamente fija la ley”.

Con esta palabra nacida de la ágil pluma de Freud, Lacan forjará un concepto totalmente inédito en la teoría psicoanalítica, oponiendo Die Verwerfung (forclusion) a Die Bejahung (juicio atributivo o afirmación fundamental): “En el origen hay pues Bejahung, a saber, afirmación de lo que es, o Verwerfung”(23).

Para Freud Die Bejahung era la primera operación psíquica, el primer juicio subjetivo del ser humano que “ha de tomar, esencialmente, dos decisiones. Ha de atribuir o negar a una cosa una cualidad y ha de conceder o negar a una imagen la existencia en la realidad”(24). En estos momentos míticos del nacimiento del sujeto, del Yo primitivo, llamado por Freud yo-placer originario (Lust-Ich) y regido por el principio del placer, introyecta o expulsa de sí, siguiendo el lenguaje de las pulsiones más primigenias, las representaciones, creando un adentro y un afuera, un interior y un exterior, engendrando, mediante esta simbolización primordial, su primer espacio subjetivo. Como ya señalé anteriormente, para Lacan la Verwerfung es una “no-Bejahung”(25), es “exactamente lo que se opone a la Bejahung primaria y constituye como tal lo que es expulsado”(26) a lo real, que es lo que subsiste fuera de esta simbolización.

Sigamos a Lacan: “¿De qué se trata cuando hablo de Verwerfung? Se trata del rechazo, de la expulsión, de un significante primordial a las tinieblas exteriores, significante que a partir de entonces faltará en ese nivel. Este es el mecanismo fundamental que supongo está en la base de la paranoia. Se trata de un proceso primordial de exclusión de un interior primitivo, que no es el interior del cuerpo, sino el interior de un primer cuerpo de significante.”(27) 

¿Qué sucederá entonces con las representaciones, con los significantes, que no han sido dejados ser, que no han sido simbolizados, integrados, por el sujeto ab origine? Pues que aparecerán posteriormente por fuera del espacio simbólico, en el espacio de lo no simbolizado, en lo real. Lacan parafraseando la afirmación freudiana a propósito de la psicosis de Schreber —“No era, por tanto, exacto decir que la sensación interiormente reprimida es proyectada al exterior, pues ahora vemos más bien que lo interiormente reprimido retorna desde el exterior”—(28) nos contesta de esta forma: “Lo que sucede con ello pueden ustedes verlo: lo que no ha llegado a la luz de lo simbólico aparece en lo real.”(29); y de esta otra: “En la relación del sujeto con el símbolo, existe la posibilidad de una Verwerfung primitiva, a saber, que algo no sea simbolizado, que se manifestará en lo real”(30). Finalmente puntualizará en el extraordinario escrito, de diciembre de 1957 y enero de 1958, titulado “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” de qué significante se trata: “La Verwerfung será pues considerada por nosotros como preclusión del significante del Nombre-del-Padre”(31). En otras palabras: la no admisión, la Verwerfung, del significante paterno en la arquitectura simbólica fundante de la subjetividad, es causa no sólo de la construcción de la estructura psicótica, sino de la lógica del proceso psicótico una vez que éste se ha desencadenado; es el humus donde echará sus raíces el arbusto floreciente del delirio.

¿Y qué significante es éste? En un próximo escrito trataré de discernir este concepto lacaniano. Ahora dejo a los amables lectores que hayan tenido la paciencia de seguirme hasta aquí con Aurelio Dorna y su Posible fin del Mundo (Revelaciones del clariaudente desdoblado que pudo más) cuya publicación (páginas 20 a 42) proseguimos en este nº 2 de «Cuadernos de Psicoanálisis de Castilla y León»; pero antes quisiera apuntar que este significante del Nombre-del-Padre parece estar ausente del universo simbólico de nuestro escritor, quien en el capítulo III de su libro nos relata cómo fue a buscarlo, una vez que ha percibido el insoportable agujero que engendra su ausencia en el Otro, a ¡un diccionario enciclopédico! obteniendo como respuesta (¿alucinatoria?): “Hombre de Madrid”(32).

Como vengo comentado, la radical ausencia del significante paterno en el orden simbólico, por haber sido éste precluído de la simbolización primordial (Bejahung), va a polarizar en adelante y de modo exclusivo los intereses libidinales del sujeto, por concernirlo en lo más íntimo de su ser, una vez que la psicosis se ha desencadenado. Es por esto por lo que tras haber vivido treinta y dos años en Argentina (era hijo de emigrantes gallegos), a los 46 años de edad (nació en 1900), y poco más de un año después de habérsele presentado “la Revelación” y su cortejo de fenómenos elementales patognomónicos de la psicosis(33), toma un pasaje de segunda económica y unos días después ya lo tenemos viviendo en Madrid: “Sin embargo, venía a España sin pensar que un Dorna figuraba en las viejas enciclopedias como “hombre de Madrid”. Al llegar a Barcelona tomé el tren con destino a la Capital de la Nación. Nada calculaba, nada preveía, no sabía por qué. Pero la Vida me empujaba”…

 

 

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

 

(1) ÁLVAREZ, J.M., La invención de las enfermedades mentales, Madrid, DOR S.L., 1999, p. 318.

(2) SCHREBER, D.P., Memorias de un neurópata (Legado de un enfermo de los nervios), Barcelona, ARGOT, 1985, p. 103.

(3) Ibídem, p. 79.

(4) LACAN, J., El Seminario. Libro III: Las Psicosis, 1955-1956, Barcelona, Paidós, 1984, p. 156.

(5) SCHREBER, D.P, ob. cit., p. 80 

(6) Ibídem, p. 86.

(7) Ibídem, p. 85.

(8) Ibídem, p. 88.

(9) Ibídem, p. 86.

(10) FREUD, S., Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), Buenos Aires, Amorrortu, 1994, p. 111.

(11) FREUD, S., “Fetichismo”, Obras Completas, tomo VIII, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972-1975, p. 2.994.

(12) FREUD, S., “Las neuropsicosis de defensa”, Obras Completas, tomo I, p. 175.

(13) Ibídem, p. 176.

(14) LACAN, J., El Seminario. Libro I: Los escritos técnicos de Freud, 1953-1954, Barcelona, Paidós, 1983, p.p. 74-75.

(15) FREUD, S., “Historia de una neurosis infantil (caso del Hombre de los Lobos)”, Obras Completas, tomo VI, p. 1.984.

(16) LACAN, J., El Seminario. Libro I: Los escritos técnicos de Freud, 1953-1954, p. 75.

(17) FREUD; S., “Historia de una neurosis infantil”, C., p. 1.987.

(18) LACAN, J., El Seminario. Libro III: Las Psicosis, p. 216.

(19) LAPLANCHE, J.- PONTALIS, J.-B. Diccionario de Psicoanálisis, Barcelona, LABOR, 1983, p. 363.

(20) LACAN, J., “Respuesta al comentario de Jean Hippolite sobre la Verneinung de Freud”, Escritos 1, México, Siglo XXI editores, 1984, p. 371.

(21) LACAN, J., El seminario. Libro III: Las Psicosis, 1955-1956, p. 456.

(22) MASOTTA, O., “El Hombre de los Lobos: regalos dobles, padres dobles”, Ensayos lacanianos, Barcelona, ANAGRAMA, 1976, p. 131.

(23) LACAN, J. El Seminario. Libro III: Las Psicosis, 1955-1956, P. 120.

(24) FREUD, S., “La negación”, Obras Completas, tomo VIII, p. 2.885.

(25) LACAN, J., El Seminario. Libro I: Los escritos técnicos de Freud, 1953-1954, p. 96.

(26) LACAN, J., “Respuesta al comentario de Jean Hippolite sobre la Verneinung de Freud”, Escritos 1, p. 372.

(27) LACAN, J., El Seminario. Libro III: Las Psicosis, 1955-1956, p. 217.

(28) FREUD, S., “Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (“dementia paranoides”) autobiográficamente descrito”, Obras Completas, tomo IV, p. 1.523.

(29) LACAN, J., “Respuesta al comentario de Jean Hippolite sobre la Verneinung de Freud”, p.p. 372-373.

(30) LACAN, J, El Seminario. Libro III: Las Psicosis, 1955-1956, p. 119.

(31) LACAN, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, México, 1984, Siglo XXI, p. 540.

(32) CIMIANO, A. y DORNA, A. “Escritos Psicóticos”, Cuadernos de psicoanálisis de Castilla y León nº 1, Palencia, 2000, GEP-CL., p. 107.

(33) Ibídem, p. 108.

 

 

 

 

 

 

POSIBLE FIN DEL MUNDO

O

LOS FUGITIVOS DE CHINA QUE SE REFUGIARON EN EL PAMIR, ¿SON ACASO EL FIN DEL MUNDO?

 

(Revelaciones del clariaudente desdoblado que pudo más)

 

Por Aurelio Dorna

 

(Este libro fue escrito durante el franquismo)

 

 

 

 

 

 

 

 

Al llegar a España, me tocó defenderme

de aristocratizados asesinos y ladrones,

las más fieles encarnaciones del diablo.

Pero también me tocó defenderme porque

esas fieles encarnaciones del diablo odiaban

atrozmente a los Reyes Católicos

y a sus descendientes.

 

 

 ¿QUÉ PROCURA COBRAR DIOS EN MADRID?

 

Había vivido treinta y dos años en la Argentina y ya sólo pensaba en marcharme para Venezuela. Pero terminé por sacar pasaje de segunda económica con destino a Barcelona. Sin embargo, venía a España sin pensar que un Dorna figuraba en las viejas enciclopedias como “hombre de Madrid”. Al llegar a Barcelona tomé el tren con destino a la Capital de la Nación. Nada calculaba, nada prevenía, no sabía por qué. Pero la Vida me empujaba. Sin embargo, la Vida, velando por su rectitud, tendría que hacerme tropezar con unos nobles hispano-pamireños que habían robado el ducado del príncipe Don Juan, el hijo de los Reyes Católicos. Pero entonces todavía no me preguntaba a qué extremos iban a llegar esos títulos de la nobleza española.

Madrid quise conocerlo, y así desdoblado como vivía, visité sus museos y recorrí sus calles. Me detuve al regresar de la Ciudad Universitaria, delante de una construcción que se alza distante de la acera. Pero ¿por qué miraba así, sin saber por qué, aquel edificio, si en mi recorrido por la ciudad había ido mirándolo todo sin hacer mayor caso? 

Eso ocurrió en enero del año 1946, que fue cuando llegué a Madrid. Unos trece años más tarde, encontrándome ya en un manicomio, cayó en mis manos una hoja impresa que generalmente no leía, porque mis gafas graduadas habían quedado en el interior de mi vivienda. Pero ese impreso me empeñé en deletrearlo; y vi que se ocupaba del palacio de La Moncloa, un palacio que a estar a lo que nos decía el cronista, había sido habitado por unos marqueses de gran señorío, con luengo feudo allá por las orillas del Guadalquivir. Un cortijo más de los que Felipe II había dado a los Señores de los castillos. Eso —aclaro— no lo decía el cronista. Pero refiriéndose a esos marqueses del palacio de La Moncloa, el cronista los encumbraba mentando alcurnia, estirpe, abolengo, linaje, prosapia, ¡qué se yo! Sin embargo, a pesar de tanto señorío, esos marqueses eran unos ladrones que aunque no pudieron quedarse con el palacio de La Moncloa, se quedaron con muchas tierras de sus alrededores para vendérselas a la expansión de la ciudad. Se trata de unos marqueses más que por no haberse desahogado en franca lucha, odiaban atrozmente a los Reyes Católicos. Esos Reyes restablecieron el orden en España y restauraron la autoridad real; pero, por sobre todo, fueron Justicia. Al perseguir, pues, a los All Capone que tenía Castilla, entraba en juego el orden policial. ¿Qué fue LA SANTA HERMANDAD?

Esa policía brava había terminado con los bandidos que tenían por guarida los castillos, y había terminado también con las incursiones de hombres de a caballos (que no eran guerrilleros) a los poblados libres, donde robaban oro, carneros, ristras de chorizos, perniles, odres de vino, doncellas para satisfacer la lujuria de sus mesnadas y… horzas de pan para las Señoras del Castillo. Ya no podían, en fin, ser ladrones. Por culpa de esos odiados reyes, esas fortalezas ya no eran tanto para ellos. Cuando se las quitó Felipe II, ¿por qué no las defendieron? Y ¿quiénes eran ellos para pedirle a la reina Isabel que “les quitase esa policía” (La Santa Hermandad), porque no les dejaba robar?

Esos reyes habían casado a su hijo, el príncipe Don Juan, con Margarita de Austria; pero había por medio “una boda estorbada”… Una esposa legítima que al huir de Castilla se había sacrificado por su esposo, pues la nobleza solo quería una mujer de sangre real para su futuro rey. Bueno; ese era el palacio que entonces miraba desde la calle, no sé si estaba para ser algo en él esa enamorada que huía de su amor. Pero yo me alejé de allí pensando que podría tratarse de una casa ducal. ¿Y qué decir de las viejas casas de La Costanilla de la Reina, una calle madrileña del lejano pasado?

De nuevo en la relación cronológica: empecé entonces a ocuparme de la persecución etérea que sufría; pero no en España, sino en algunos países extranjeros. Vivía bien, con calefacción central, en un sexto piso de la calle Narváez. Pero después de transcurrir unos meses, tuve que aligerar el equipaje y que vender también la máquina de escribir. Los tiempos eran malos. España estaba racionada. Pero yo aunque previsor, arriesgado, ya estaba acostumbrado a esos aprietos. Cambié, pues, de patrona y me fui a trabajar para la Telefónica abriendo zanjas por las calles de Madrid. Un capataz justiciero, observando que trabajaba bien y mucho, me trasladó a la cuadrilla de los tareistas. Empecé a sacar cuatro jornales en las ocho horas. Gané dinero. Pero ya era un peón de mano. Las patronas eran distintas. Y cansado de esos nuevos hospedajes, no bien terminó el zanjeo, tomé el tren con destino terminal en Andalucía.

Vendimié en Palma del Condado y al terminárseme el dinero, en La Isla del Arroz, los mosquitos me inocularon el paludismo. Para regresar a Madrid, tuve que venderle la chaqueta de un traje a un “mangante”, quien me pagó con calderilla, cosa que no me gustaba. Mi maleta había quedado en la estación de Sevilla.

La libertad económica es parte integrante de la naturaleza del hombre libre. Y la dignidad, que puede confundirse con el orgullo de los encogidos, no siempre está para ser pisada. Yo, palúdico y casi ciego, me metí en una cueva y empecé a juntar papeles para poder vivir. Pero andando por la calle con un pequeño saco, me detuvieron dos hombres y me llevaron a San Isidro, una prisión de “mangantes”. Ellos me habían dicho que en ese refugio me iban a curar los males, pero no me los curaron, y me quitaron once pesetas que había ganado honradamente. Al salir a los pocos días de esa prisión, tuve que apresurarme a juntar de nuevo papeles; pero juntaba también trapo, hierro, cobre, bronce, aluminio y plomo. Se trata de un trabajo mal visto. Sin embargo, recuperar materia prima industrial que se considera perdida, no debe de ser mal visto. Pero los descendientes del viejo feudalismo castellano, que ya habían empezado a perseguirme, decían que yo era “un vagabundo”. Ya había construido una pequeña caseta de material y trabajando de esa manera, enteramente libre, ya ganaba dinero. Pero si cambiaba de trabajo, no había de tener patrones duraderos, porque mis aristocráticos enemigos sólo estaban para imponer sus torceduras. 

La presencia de un Dorna en Madrid, en fin, había revuelto el avispero de unos “nobles” que con el ensanche nuevo de la Capital venían vendiendo muchas tierras que no podían defender más título de propiedad que el de su “nobleza”. Y yo, que veía tantos baldíos, vendidos anteriormente por esos mismos ladrones, me preguntaba:

— ¿Por qué llevarán la ciudad tan lejos?

Pero ellos sólo se interesaban en vender, al contado y a buen precio, las tierras del ducado del príncipe Don Juan. Esas tierras abarcan la provincia de Madrid y acaso también algo de las provincias vecinas; pero si alguien, andando por esos campos, pregunta quién es el dueño de las tierras que va viendo, ocurre que le responden:

—Una marquesa.

En el pasado, sin embargo, no había tantas marquesas en la provincia de Madrid. Madrid, por ser centro geográfico de la Península, sólo estaba para ser la Capital ideal de la nación. Insisto: Esas marquesas son unas vulgares ladronas, pues Felipe II, que fue el que sacó a esa falsa nobleza de los castillos, sólo les dio tierras por Andalucía y regiones vecinas. En fin, esa mafia tiene que pagar. Personalmente, sin embargo, yo no me ocupo de los bienes de ese ducado para que pasen a manos de los naturales herederos del príncipe Don Juan; pero no debo permitir que esos hispano-pamireños continúen disfrutándolos. Me refiero, se entiende, a los bienes que aún tienen y a los que han vendido, comprendidos los millones que trasladaron al extranjero, cosa que equivale a dejar una puerta abierta para la huida.

Admito que el que trabajó honradamente procure, en caso de convulsiones internas, no arriesgar su porvenir económico. Pero esos aristócratas ni fueron hombres de guerra ni trabajaron en nada. ¿Y por qué le vienen cobrando tantos tributos, a través de una alcaldía encubridora, a la población de Madrid? Ensanches de la ciudad. Parques. Cementerios. ¿Quiénes le cobraron a la Municipalidad las tierras del cementerio de la Almudena? Todas las tierras de ese ducado tienen que pasar a manos del Estado, para que el Estado se las venda a quienes las trabajan, al contado o a plazos, como si fuesen arrendadas.

 

 

 

 

 

Puesto que puede ser ajusticiada la Vida,

debo mostrar cómo puede caer.

A continuación penetro en la prehistoria

para mostrar algo que hasta ahora

nadie conocía.

 

CÓMO CAMBIAN DE LECHO LOS MARES QUE PRECIPITAN LA CAÍDA DE LAS EVOLUCIONES VITALES. (No hubo tal deriva de continentes).

 

Los clariaudentes, aunque vivan en el llano, son descendientes de reyes y pasan por ser los hombres más importantes, no porque desciendan de reyes, sino porque se deben a destinos mayores; y si se los desdobla y triunfan, ¿qué fuerzas espirituales han vencido? Nada menos, en nuestra jurisdicción, que a Dios, quien se refunde en la vida del desdoblado, su brazo en la Tierra. Pero Dios, aún prisionero, sigue debiéndose, a través de su aprehensor, a sus responsabilidades, como las de defender su creación, impedir que las fuerzas del cielo ataquen y mantener a raya al diablo, un amoral que puede desatar las fuerzas infernales y destruir la Vida (Eras Geológicas).

Sin embargo, es precisamente el clariaudente y clarividente cuatrilateral el que supedita a las alternativas de su lucha los ajusticiamientos, cualesquiera que éstos sean, por lo que aunque Dios es el que gobierna el planeta (en este caso las ondas magnéticas que sostienen su equilibrio), cuando en la lucha el desdoblado triunfante cae muerto, el gobierno de Dios sufre una ligera interrupción, las ondas magnéticas se trastornan y la Tierra se zambulle en el espacio, provocando, en esa tremenda sacudida, muerte y destrucción. Es entonces cuando Dios recupera su libertad, recobrando de inmediato el gobierno de las ondas que restablecen el equilibrio de la Tierra. Pero ya con otra polarización geográfica.

Esas interrupciones del gobierno de Dios, esos tremendos cataclismos duran muy poco, acaso menos de medio segundo; pero la conmoción que produce es algo así como un impacto interior que mata hombres y animales, particularmente los de mayor tamaño. Las aguas de los mares se vuelcan en avalancha sobre la tierra y persiguen a los supervivientes fugitivos, que no saben qué ocurrió y que sólo pueden ver un maremoto en la monstruosa ola que los persigue. Pero la avalancha al fin se debilita, y las aguas empiezan a desplazarse, lentas y remansadas, en pos de nuevos niveles. Sumergen, en su implacable ascenso, las ciudades y los continentes. Los hombres y los animales buscan a ciegas, procurando salvarse, las mayores alturas. Pero las aguas todo lo abarcan y ahogan. Mas la especie (sus retoños) encuentra al fin un nuevo Ararat. Una realidad, pero de profecías mal interpretadas.

Las viejas leyendas filipinas también tienen su Ararat; pero los filipinos descienden de su cumbre salvadora, después de secarse las aguas del “diluvio”, para recomenzar su vida, como en los tiempos de Adán. ¿Y qué decir de los fósiles “antediluvianos”? Tampoco hubo “períodos glaciales”, sino cambios de polos que al derretir las nieves eternas de este o aquel lugar, dejaron rastros sedimentarios en el subsuelo. En cuanto a las islas coralineas, ¿cómo podríamos aceptarlas, sin el desplazamiento de las aguas que hicieron emerger los bosques de corales del fondo del mar? Por lo demás, ¿no nos hablan acaso de civilizaciones sumergidas las inscripciones que ahora descubren los submarinistas?  Los cambios de mares no fueron pocos: La Tierra estuvo casi toda sumergida, en partes, como la pampa argentina, antes de iniciarse la última evolución vital; en otras partes, en ajusticiamientos anteriores. Los Pirineos estuvieron sumergidos en el mar, y en las estribaciones del Himalaya y en las arenas del Sahara se encuentran conchillas marinas. Tenemos yacimientos de turba en Alemania y en otros varios países, que algunos fueron restos de mares, y nitratos, como los de Chile, en América del Sur.

Pero puesto que estoy para demostrar que el polo norte de la Tierra es un patíbulo de la Justicia Divina, he aquí nuevas pruebas de que los polos geográficos de nuestro planeta cambian, ajusticiando las evoluciones: Los geólogos se han ocupado de ciertas cristalizaciones rocosas imantadas que se inclinan hacia el polo norte, como si fuesen brújulas, y que después de su formación geológica, ya rígidas, se convierten en ex brújulas, porque al mirar para un lado o para otro, ya no las vence la influencia magnética del polo. Ese fenómeno, que los geólogos no nos lo saben explicar, nos muestra que tras las Eras Geológicas (cuatro, hasta ahora) se producen con mucha más frecuencia los cambios de polos geográficos. 

Por otra parte, ¿Qué nos muestra el mamut que se encuentra incorrupto, con hierba verde en la boca, bajo las nieves eternas de Siberia? La sacudida del planeta lo ha matado fulminantemente (eso es lo que nos muestra), pero al caer la nieve sobre su cadáver se mantuvo sin descomponerse, para que algunos sabios rusos, después de unos treinta mil años, se diesen con esa carne un banquete. No se puede argüir que las manadas de mamuts eran de esa zona climática, sino de zonas intertropicales donde la vegetación que necesitaban para sustentarse (una media tonelada de hierba), crecía lujuriosa y ubérrima. Pero cuando se produjo el cambio de polos que alteró el clima de Siberia llovía mucho, pues de otra forma la nieve no habría sepultado al mamut en condiciones de poderlo comer. De ahí el mentado diluvio, pero superado por el agua de los mares que buscando nuevos niveles todo lo anegaban.

Bien; tras la sacudida del planeta que mató al mamut, las aguas sumergieron la Atlántida (no se hundió) y se metieron por la garganta que ahora es el estrecho de Gibraltar, formando el Mediterráneo, un mar nuevo. ¿No descubrieron acaso bajo las aguas de ese mar árboles fosilizados? En esa caída, las Islas Británicas se separaron del Continente, y a estar a lo que nos dicen los estudiosos, las aguas de esos lugares se elevaron unos doscientos metros. Por esos sitios, por lo demás, se habla de islas sumergidas, y en los rastreos del Canal de la Mancha suelen encontrarse huesos de mamut. De ese último ajusticiamiento de la Vida data también la pampa argentina, que hasta entonces había sido mar. Pero en el subsuelo de la pampa se encuentran ahora huesos de rinoceronte y de plesiosaurio, pues antes que fuese mar había sido tierra. Por último, en el altiplano andino, a más de cuatro mil metros de altura, se descubrieron ruinas de una ciudad que data, al decir de los arqueólogos, de unos treinta mil años. Se trata de una ciudad anterior a la última caída, que entonces sólo se elevaría unos cientos de metros sobre el nivel del mar, pues en esas alturas “puneñas” sería locura construir ciudades.

Después de esas caídas, en las que los habitantes de la tierra se reducen a unos millares de seres dispersos, viene la regresión, se pierden los progresos de la técnica y se selvatizan los hombres. Los Buda, los Jesucristo, los Mahoma, los Confucio y todos los demás Maestros de la Vida, que plasmaron costumbres sociales e hicieron algo ante el cielo por la sanidad del Espíritu, dejan de ser lo que fueron. Y los pocos supervivientes se convierten en bestias aterrorizadas que besan el cielo y que se hunden de nuevo en la idolatría, con sus Moloch inclusive. Se habían cimarroneado, se habían emborrachado, no habían sabido respetar con altura la Vida, y Dios les había tenido que mostrar se Poder: Una herencia mística de servidumbre y miedo. Sin embargo, el hombre, si digno y alto, es un dios más que las fuerzas del cielo y del infierno no han de poder atacar.

Por último, Hércules, el juez del último cambio de polos, cayó volteando, porque respondía, como la abeja, a imperativos de justicia personal. Yo procuraré, si es preciso, en defensa de algunos retoños de vida, no ser menos que Hércules. Pero somos justicia personal (Venganza), si no se nos hace Justicia Social. “La venganza es placer de dioses”. La sed de justicia es la que arma nuestro brazo para destruir la injusticia. Pero satisfecha la Justicia (Defensa de la Vida), el hombre pierde esa fuerza y queda desarmado. Elijan.

El descubrimiento de América, un continente necesitado de revitalización, le dio grande importancia a la despensa del mundo. Sus patatas —pongo por caso— que allá no eran nada, todo lo conquistaron para su especie. Y así otros muchos productos, como los cacahuetes, el cacao, el maíz, los tomates, el girasol, etc., etc. Pero por encima de todo eso, y de toda riqueza básica intercambiada, está la fuerza de las rivalidades que desencadenó ese descubrimiento: UN NUEVO ESPÍRITU que redundó en progresos de todo orden y que embarcó al mundo en empresas prodigiosas. Los Reyes Católicos, en suma, jerarquías de esa época, le dieron la Vida a la Edad Moderna. Yo desciendo de esa gente. Yo, en fin, no me apoderé de la Vida porque sí. ¿Me obligarán a disponer de ella?

Bueno; terminará la Vida, porque no aparece en España una fuerza de la Justicia que aplaste al fanfarrón aristocratizado. A La Prensa no llega este SOS mundial (no llegaba). El pueblo es ajeno a lo que se está jugando. Y la amenaza del Cielo no la sienten los que por ser fuerza del bajo ya no son la Vida. La Vida, en fin, hay que defenderla dentro de la ley.

 

 

 

 

 

 

Puesto que puede ser ajusticiada la Vida,

debo mostrar cómo puede caer.

A continuación penetro en la prehistoria

para mostrar algo que hasta ahora

nadie conocía.

 

CÓMO CAMBIAN DE LECHO LOS MARES QUE PRECIPITAN LA CAÍDA DE LAS EVOLUCIONES VITALES. (No hubo tal deriva de continentes).

 

Los clariaudentes, aunque vivan en el llano, son descendientes de reyes y pasan por ser los hombres más importantes, no porque desciendan de reyes, sino porque se deben a destinos mayores; y si se los desdobla y triunfan, ¿qué fuerzas espirituales han vencido? Nada menos, en nuestra jurisdicción, que a Dios, quien se refunde en la vida del desdoblado, su brazo en la Tierra. Pero Dios, aún prisionero, sigue debiéndose, a través de su aprehensor, a sus responsabilidades, como las de defender su creación, impedir que las fuerzas del cielo ataquen y mantener a raya al diablo, un amoral que puede desatar las fuerzas infernales y destruir la Vida (Eras Geológicas).

Sin embargo, es precisamente el clariaudente y clarividente cuatrilateral el que supedita a las alternativas de su lucha los ajusticiamientos, cualesquiera que éstos sean, por lo que aunque Dios es el que gobierna el planeta (en este caso las ondas magnéticas que sostienen su equilibrio), cuando en la lucha el desdoblado triunfante cae muerto, el gobierno de Dios sufre una ligera interrupción, las ondas magnéticas se trastornan y la Tierra se zambulle en el espacio, provocando, en esa tremenda sacudida, muerte y destrucción. Es entonces cuando Dios recupera su libertad, recobrando de inmediato el gobierno de las ondas que restablecen el equilibrio de la Tierra. Pero ya con otra polarización geográfica.

Esas interrupciones del gobierno de Dios, esos tremendos cataclismos duran muy poco, acaso menos de medio segundo; pero la conmoción que produce es algo así como un impacto interior que mata hombres y animales, particularmente los de mayor tamaño. Las aguas de los mares se vuelcan en avalancha sobre la tierra y persiguen a los supervivientes fugitivos, que no saben qué ocurrió y que sólo pueden ver un maremoto en la monstruosa ola que los persigue. Pero la avalancha al fin se debilita, y las aguas empiezan a desplazarse, lentas y remansadas, en pos de nuevos niveles. Sumergen, en su implacable ascenso, las ciudades y los continentes. Los hombres y los animales buscan a ciegas, procurando salvarse, las mayores alturas. Pero las aguas todo lo abarcan y ahogan. Mas la especie (sus retoños) encuentra al fin un nuevo Ararat. Una realidad, pero de profecías mal interpretadas.

Las viejas leyendas filipinas también tienen su Ararat; pero los filipinos descienden de su cumbre salvadora, después de secarse las aguas del “diluvio”, para recomenzar su vida, como en los tiempos de Adán. ¿Y qué decir de los fósiles “antediluvianos”? Tampoco hubo “períodos glaciales”, sino cambios de polos que al derretir las nieves eternas de este o aquel lugar, dejaron rastros sedimentarios en el subsuelo. En cuanto a las islas coralineas, ¿cómo podríamos aceptarlas, sin el desplazamiento de las aguas que hicieron emerger los bosques de corales del fondo del mar? Por lo demás, ¿no nos hablan acaso de civilizaciones sumergidas las inscripciones que ahora descubren los submarinistas? Los cambios de mares no fueron pocos: La Tierra estuvo casi toda sumergida, en partes, como la pampa argentina, antes de iniciarse la última evolución vital; en otras partes, en ajusticiamientos anteriores. Los Pirineos estuvieron sumergidos en el mar, y en las estribaciones del Himalaya y en las arenas del Sahara se encuentran conchillas marinas. Tenemos yacimientos de turba en Alemania y en otros varios países, que algunos fueron restos de mares, y nitratos, como los de Chile, en América del Sur.

Pero puesto que estoy para demostrar que el polo norte de la Tierra es un patíbulo de la Justicia Divina, he aquí nuevas pruebas de que los polos geográficos de nuestro planeta cambian, ajusticiando las evoluciones: los geólogos se han ocupado de ciertas cristalizaciones rocosas imantadas que se inclinan hacia el polo norte, como si fuesen brújulas, y que después de su formación geológica, ya rígidas, se convierten en ex brújulas, porque al mirar para un lado o para otro, ya no las vence la influencia magnética del polo. Ese fenómeno, que los geólogos no nos lo saben explicar, nos muestra que tras las Eras Geológicas (cuatro, hasta ahora) se producen con mucha más frecuencia los cambios de polos geográficos. Por otra parte, ¿Qué nos muestra el mamut que se encuentra incorrupto, con hierba verde en la boca, bajo las nieves eternas de Siberia? La sacudida del planeta lo ha matado fulminantemente (eso es lo que nos muestra), pero al caer la nieve sobre su cadáver se mantuvo sin descomponerse, para que algunos sabios rusos, después de unos treinta mil años, se diesen con esa carne un banquete. No se puede argüir que las manadas de mamuts eran de esa zona climática, sino de zonas intertropicales donde la vegetación que necesitaban para sustentarse (una media tonelada de hierba), crecía lujuriosa y ubérrima. Pero cuando se produjo el cambio de polos que alteró el clima de Siberia llovía mucho, pues de otra forma la nieve no habría sepultado al mamut en condiciones de poderlo comer. De ahí el mentado diluvio, pero superado por el agua de los mares que buscando nuevos niveles todo lo anegaban. Bien; tras la sacudida del planeta que mató al mamut, las aguas sumergieron la Atlántida (no se hundió) y se metieron por la garganta que ahora es el estrecho de Gibraltar, formando el Mediterráneo, un mar nuevo. ¿No descubrieron acaso bajo las aguas de ese mar árboles fosilizados? En esa caída, las Islas Británicas se separaron del Continente, y a estar a lo que nos dicen los estudiosos, las aguas de esos lugares se elevaron unos doscientos metros. Por esos sitios, por lo demás, se habla de islas sumergidas, y en los rastreos del Canal de la Mancha suelen encontrarse huesos de mamut. De ese último ajusticiamiento de la Vida data también la pampa argentina, que hasta entonces había sido mar. Pero en el subsuelo de la pampa se encuentran ahora huesos de rinoceronte y de plesiosaurio, pues antes que fuese mar había sido tierra. Por último, en el altiplano andino, a más de cuatro mil metros de altura, se descubrieron ruinas de una ciudad que data, al decir de los arqueólogos, de unos treinta mil años. Se trata de una ciudad anterior a la última caída, que entonces sólo se elevaría unos cientos de metros sobre el nivel del mar, pues en esas alturas “puneñas” sería locura construir ciudades.

Después de esas caídas, en las que los habitantes de la tierra se reducen a unos millares de seres dispersos, viene la regresión, se pierden los progresos de la técnica y se selvatizan los hombres. Los Buda, los Jesucristo, los Mahoma, los Confucio y todos los demás Maestros de la Vida, que plasmaron costumbres sociales e hicieron algo ante el cielo por la sanidad del Espíritu, dejan de ser lo que fueron. Y los pocos supervivientes se convierten en bestias aterrorizadas que besan el cielo y que se hunden de nuevo en la idolatría, con sus Moloch inclusive. Se habían cimarroneado, se habían emborrachado, no habían sabido respetar con altura la Vida, y Dios les había tenido que mostrar se Poder: Una herencia mística de servidumbre y miedo. Sin embargo, el hombre, si digno y alto, es un dios más que las fuerzas del cielo y del infierno no han de poder atacar.

Por último, Hércules, el juez del último cambio de polos, cayó volteando, porque respondía, como la abeja, a imperativos de justicia personal. Yo procuraré, si es preciso, en defensa de algunos retoños de vida, no ser menos que Hércules. Pero somos justicia personal (Venganza), si no se nos hace Justicia Social. “La venganza es placer de dioses”. La sed de justicia es la que arma nuestro brazo para destruir la injusticia. Pero satisfecha la Justicia (Defensa de la Vida), el hombre pierde esa fuerza y queda desarmado. Elijan.

El descubrimiento de América, un continente necesitado de revitalización, le dio grande importancia a la despensa del mundo. Sus patatas —pongo por caso— que allá no eran nada, todo lo conquistaron para su especie. Y así otros muchos productos, como los cacahuetes, el cacao, el maíz, los tomates, el girasol, etc., etc. Pero por encima de todo eso, y de toda riqueza básica intercambiada, está la fuerza de las rivalidades que desencadenó ese descubrimiento: UN NUEVO ESPÍRITU que redundó en progresos de todo orden y que embarcó al mundo en empresas prodigiosas. Los Reyes Católicos, en suma, jerarquías de esa época, le dieron la Vida a la Edad Moderna. Yo desciendo de esa gente. Yo, en fin, no me apoderé de la Vida porque sí. ¿Me obligarán a disponer de ella?

Bueno; terminará la Vida, porque no aparece en España una fuerza de la Justicia que aplaste al fanfarrón aristocratizado. A La Prensa no llega este SOS mundial (no llegaba). El pueblo es ajeno a lo que se está jugando. Y la amenaza del Cielo no la sienten los que por ser fuerza del bajo ya no son la Vida. La Vida, en fin, hay que defenderla dentro de la ley que la construyó.

Por último, todo en la Vida es una cuestión de equilibrio. Para el equilibrio de nuestro cuerpo tenemos un nivelador en la cabeza que los fisiólogos ya conocen; pero el hombre, así como otras muchas especies, polariza además su equilibrio a través de la visión, en las ondas magnéticas del espacio. El equilibrio de la Tierra depende asimismo de ondas magnéticas que Dios automáticamente gobierna. Pero cuando un desdoblado gana la batalla, Dios se refunde en la vida del triunfador, por lo que al morir sin justicia, se produce la interferencia de las ondas magnéticas solares, que son para nuestro planeta algo así como ventosas. Pero sólo —insisto— si el desdoblado muere sin justicia. La Justicia es el gobierno de todos los equilibrios.

 

 

 

 

 

En el capítulo anterior procuro defender la fuerza de lo alto,

que es la que conserva la Vida. En este otro capítulo muestro

a dónde nos conduce el triunfo absoluto de la fuerza del bajo.

No pretendo buscarle cuestiones de detalle a los geólogos,

 estudiosos que no se ocupan del espíritu que anima la materia.

Pero lo que se nos enseña sobre el origen de las convulsiones sísmicas,

 no pasan de ser teorías discutibles.

 

 

CÓMO EMPIEZA LA AGONÍA DE LA VIDA QUE TERMINA EN LAS ERAS GEOLÓGICAS.

 

Si el desdoblado que pudo más que Dios pierde espíritu, triunfa el diablo. Y puesto que la presión espiritual se rebaja, la hidroesfera subterránea (que no es obra de la filtración), en vez de manar para aplacar la sed de las plantas y de los animales, toma el camino de los profundos infiernos, donde los inflamables al contacto con el agua provocan una revolución geológica semejante a la que algunos escritores describieron a principios de siglo; pero refiriéndose a los orígenes del planeta. La Tierra se convulsiona como un monstruo epiléptico. Silban las fumarolas. Los volcanes rugen, vomitando peñascos, lava y fuego. Pero el fuego de los volcanes no procede de las entrañas de la Tierra, donde no existe tal fuego; pero pueden existir, parcialmente, reacciones químicas de altísima temperatura que al entrar en contacto con el oxígeno incendian los gases de su lava. Los terremotos de origen volcánico proceden de las explosiones subterráneas; el fuego, si llega a producirse, sólo toma cuerpo en el cráter del volcán. Lo mismo podríamos decir de las “calderas” de las aguas termales, puesto que también son reacciones químicas de los minerales susceptibles de recalentarse al contacto con las vías de agua que los cruzan y no del calor natural de las profundidades.

Se suceden las convulsiones sísmicas; la tierra tiembla sin cesar, obligando a los humanos a caminar a cuatro patas. Pero los terremotos tampoco los originan desplazamientos de placas y plaquetas, plegamientos subterráneos o desprendimientos de cordilleras submarinas, sino la explosión de los inflamables, que conforme a su intensidad, pueden reducirse a simples temblores o pueden precipitar, en los terremotos, las montañas sobre los valles, donde quedan sepultados los árboles del carbón mineral y los cadáveres que después estudian los paleontólogos.

La tierra, empapada de agua caliente, hierve y se inflama; y surgen nuevas montañas, nuevas masas rocosas, diferentes unas de las otras, por la clase de mineral que las satura. Si hay, por ejemplo, petróleo en el subsuelo, podrá concretarse la pizarra negra. ¿Y qué causa podemos atribuirle a las calizas que se convierten en mármol o a los carbones que cristalizan en minerales preciosos? La consistencia de las rocas depende, como los ladrillos de los hornos, del grado de calor que las funde. Rocas mal fraguadas como las de tantas estribaciones andinas, ¿por qué han de estar madurando? La tierra, en suma, temblando de continuo, desata sus furias contra toda la creación. Los humanos se mueren de hambre y de sed, pues los manantiales se han ido para abajo; no pueden caminar de pie, y se abren delante de ellos abismos de lodo hirviente donde se hunden. Ya es, en fin, el hombre un animal aterrorizado que impreca en vano la ayuda de Dios. Y el diablo, por su parte, tampoco puede contener la fiera apocalíptica que él mismo ha desatado. Toda la vida orgánica sucumbe. Desaparece el espíritu de la vida física, en parte consumido por el fuego de los volcanes; y con el recalentamiento de la tierra, se cuecen las raíces vegetales y se acaba la función clorofílica que fabrica oxígeno; oxígeno que emana además, cuando lo anima el espíritu de Dios, de toda la materia.

Pero todo eso tiene origen en el átomo y en sus Principios sintéticos, como hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, que, al combinarse, dan origen al agua de los ríos y de los mares. El agua de los mares también se recalienta y enloda, y se evapora y se vuelve a evaporar hasta que se seca. Y sus algas y sus peces y la grasa de sus cetáceos, que la convulsión sísmica y el derrumbamiento de las montañas submarinas sepultan, pasan a ser, a través de los milenios, nuevos campos de petróleo. ¿Qué fueron, si no había de ser mares, los pozos de oro negro de nuestra civilización mecanizada? Y las perforaciones que ahora se hacen bajo sus aguas, ¿no nos hablan acaso de otra vida, de otras Eras Geológicas, de otros mares que hubo bajo el lecho de los que ahora tenemos?

Ahí está, para lección y ejemplo, la Luna, ese planeta muerto que el nuestro aprisionó para desviarlo e impedir de esa forma el caso profético de la colisión de los mundos. Estas colisiones pueden producirse cuando por falta de fuerza espiritual aflojan las defensas internas y externas; esto es, las de nuestro medio y las que, tras la línea de gravitación, libran su lucha contra los peligros de la gravitación extraterrestre. Por ahí debiéramos ver qué se hace con la fuerza radiactiva, intrínseca, de la Tierra, ya que en parte depende de ella la presión espiritual que delimita los caminos estelares de los mundos. La Luna, en fin, ha sido víctima de una revolución geológica. ¿Qué nos dicen, si no, los cráteres de sus volcanes apagados? Y el polvillo que recubre su superficie, ¿por qué no ha de ser ceniza volcánica? Pero las cumbres de las montañas de la Luna no tienen cenizas, porque cuando sus volcanes la vomitaban todavía se desataban vientos y huracanes.

¿Y por qué, ante el subconsciente que nos empuja, habíamos de bautizar con el nombre de mares (el de la Tranquilidad, por ejemplo) algunos bajíos de la Luna? Pero hay algo más, puesto que nosotros tenemos “alunados” y “lunáticos”; esto es, almas en pena, consustanciadas o no, que buscando la forma de reencarnarse influyen en algunas de nuestras cabezas. El triunfo del diablo, en fin, le ha quitado la vida a la Luna. No tiene atmósfera, porque todavía no la anima el espíritu de Dios.

Ir a otros mundos y encontrar en ellos vida para alentar la nuestra, es posible. Pero los terrícolas sólo fuimos a la Luna para saber lo que le puede ocurrir a la Tierra si no defiende su Justicia. Sin embargo, también podríamos ocuparnos de la necesidad de expandir la vida que animó los descubrimientos del siglo XV. Pero los espíritus que empujaron a los norteamericanos debían saber que la Luna era un planeta muerto. No fue lo mismo cuando la Vida tomó por adelantado a Colón, un clarividente, pero sólo unilateral.

Podríamos pensar, asimismo, que la Luna haya sufrido su revolución geológica antes de ser apresada por la Tierra, cuando todavía era un mundo de otro sistema solar. Pero las revoluciones geológicas de los mundos conducen, por larguísimo tiempo, a lo que ahora es la Luna. Ésta,  por lo demás, no es tanto para influir mucho sobre los elementos de nuestro planeta. Lo que se le atribuye sobre las mareas no sé por qué se le ha de atribuir. Las mareas responden a la ley física del movimiento rotatorio de la Tierra y nada más. Podrá tratarse de una perogrullada, pero es la verdad que yo acepto.

Por supuesto, cuando las revoluciones geológicas extinguen la vida en nuestro planeta, sus almas viven aguardando su reencarnación, y por sensitivas, también viven quemándose mientras duran esas revoluciones. Pero después, tras muchos miles de años, la tierra se calma y se enfría. Y las rocas endurecen. Ya es, pues, nuestra Tierra un planeta muerto, como la Luna. Pero las almas de la Tierra viven anhelando su reencarnación, mejor, su superación. Dios es cabeza de ese anhelo espiritual, su necesidad vital, su imperativo, su deber, porque los planetas nacen para florecer en la creación.

Entretanto, el diablo, polo negativo de la Vida, pero que también anhela la vida orgánica, ¿qué pito toca? Para mí, ha de someterse al Creador, quien con la fuerza que le infunde la necesidad de crear (y en conjunción con el espíritu de la Madre Tierra), crea si puede. El diablo no tiene poco instinto de conservación, pero es una fuerza más rebajada que se traga a sí misma. Sus poseídos terrenales no pueden defender en el Camino la posición económica que robaron y siguen adelante, para defenderla, por sus cortos "caminitos". Esos caminitos desembocan en la esclavitud primero y después en la nueva Era geológica, que es la extinción total de la Vida. Frente a Dios, en fin, que con ser ley es Autoridad legal y, por ende, Yo Natural, el diablo es esclavitud, sin derecho al Yo Natural y a la Vida.

Las revoluciones geológicas, en fin, que separan una Era de otra Era, no son invenciones de mi fantasía. La desaparición de las especies y su sepultura es más que la obra de la sedimentación de los milenios. La formación de los metales y sus combinaciones se halla estrechamente ligada a esas revoluciones. Sin ellas, el hombre casi no tendría riqueza minera a su servicio. Tenemos además, como por ahí dije, el carbón y el petróleo procedentes de esos triunfos del diablo, que nunca se habían explotado hasta ahora.

Por último, vengo diciendo que todo en la Vida es una cuestión de equilibrio; y el equilibrio de nuestra vida, gobernada por la Justicia, se asienta sobre dos fuerzas complementarias pero antagónicas que la defienden, porque sólo luchando se conserva fuerza y sanidad para poder vivir. Estoy hablando de la fuerza espiritual del bajo y de la fuerza de lo alto, que por ser ésta la que anima y construye, debe ser la que nos rija; pero si ésta afloja, avanza la otra, que es la degeneración y el delito en todas sus formas; y cuando llega a enfrentarse con el hombre clave, si el hombre clave afloja, afloja también la presión espiritual que al contener a las fuerzas del bajo, contiene asimismo las aguas subterráneas que necesitamos para ayudar nuestra vida. Sin el polo negativo y el polo positivo no tenemos luz. Si el polo negativo se apodera del polo positivo, la Vida se apaga. Imponiendo, pues, la Justicia, los dobles que triunfan son Vidas Eternas que pueden ahorrarnos los cambios de mares y la Eras Geológicas. Pero no debemos olvidar que la Justicia también es equilibrio biológico.

 

***Texto publicado en «CUADERNOS DE PSICOANÁLISIS DE CASTILLA Y LEÓN». Nº 2. Junio de 2001, pp. 73-103.