«ESCRITOS PSICÓTICOS» (III)

Alfredo Cimiano : Aurelio Dorna

 

  

EL PADRE FREUDIANO

En mi anterior escrito (“Verwerfung-Forclusion-Preclusión”) que acompañaba a la segunda entrega del texto Posible Fin del Mundo (Revelaciones del clariaudente desdoblado que pudo más), escrito por Aurelio Dorna y publicado en el número 2 de estos Cuadernos de Psicoanálisis de Castilla y León, prometí ocuparme de la cuestión del significante del Nombre-del-Padre, concepto lacaniano por excelencia, y de la ausencia de éste en el basamento de la estructuración del sujeto psicótico, así como de la incidencia de su exclusión radical (preclusión) en la lógica del desencadenamiento y del desarrollo evolutivo posterior de la psicosis. 

Pero ante todo debo comenzar de modo inevitable por referirme a Freud, ya que como muy acertadamente indicó Lacan: “Toda la interrogación freudiana —no sólo en su doctrina, sino en la experiencia del propio sujeto Freud, que podemos seguir a través de las confidencias que nos hizo, a través de sus sueños y el progreso de su pensamiento, todo lo que ahora sabemos de su vida, de sus costumbres, incluso de sus actitudes en su familia, contada por el señor Jones de una forma más o menos completa, pero cierta— toda ella se resume a esto: ¿Qué es ser un padre? Éste fue para él el problema central, el punto fecundo que orientó verdaderamente toda su enseñanza.”(1) Es por ello por lo que en el presente escrito me aplicaré a dilucidar la lucubración freudiana sobre el padre, dejando para el siguiente la lectura que sobre ella realizó Lacan en el curso de su decidida y valiosa empresa de “retorno a Freud”.

Sabemos, gracias a la correspondencia que mantuvo con el otorrinolaringólogo berlinés Wilhem Fliess, rescatada por Marie Bonaparte de las fauces del olvido, que la muerte del octogenario Jacob Freud, acaecida el 23 de octubre de 1896, constituyó un violento impacto anímico para el primogénito de su tercero y más prolífico matrimonio. Tres días después de este luctuoso acontecimiento, le cuenta a su corresponsal: “Ayer sepultamos al viejo, que falleció el 23 del 10, por la noche. Se había portado gallardamente hasta el final, porque absolutamente era un hombre no común. […] Todo esto coincidió con mi período crítico, todavía estoy sentido por ello.”(2)

Y en la siguiente carta, fechada el 2 de noviembre: “Escribir me resulta tan difícil ahora que he demorado tanto en agradecer las palabras de tu carta, que llegan al corazón. A través de alguno de los oscuros caminos que corren tras la conciencia “oficial”, la muerte del viejo me ha afectado profundamente. Lo estimaba en alto grado, lo comprendía muy bien, y él importaba mucho en mi vida con esa peculiar mezcla suya de sabiduría profunda y fantasía juguetona. Ya había gozado harto de la vida cuando murió, pero ante su muerte todo el pasado volvió a despertarse en mi intimidad. Tengo ahora un sentimiento de hondo desarraigo.”(3)

Es, a partir de entonces, cuando iniciará su «autoanálisis sistemático», de cuyos hallazgos e impasses irá informando por correo postal, puntualmente, a su «Otro de Berlín» (W. Fliess).

Explícitamente Freud hará pública la deuda con su padre en las líneas finales del prólogo de la segunda edición (1908) de su Die Traumdeuntung (La interpretación de los sueños): “Para mí, este libro tiene, en efecto, una segunda importancia subjetiva que sólo alcancé a comprender cuando hube concluido, al comprobar que era una parte de mi propio análisis, que representaba mi reacción frente a la muerte de mi padre, es decir, frente al más significativo suceso, a la más tajante pérdida en la vida de un hombre. Al reconocerlo me sentí incapaz de borrar las huellas de tal influjo.”(4)

Aunque podría extenderme con alguna más, vamos a quedarnos con estas tres confidencias, dos privadas a su psicoanalista, a pesar suyo, W. Fliess, y una pública a los lectores del libro que más orgulloso se sentía de haber dado a luz (compartido con Tótem y Tabú). En ellas puede apreciarse el dolor y el anonadamiento, la angustia, la tristeza y el desgarrón vital del hijo en los momentos en que, recién estrenados los cuarenta años de vida, su anciano padre (real) le abandona para siempre. Pero la subjetividad de este hijo, Sigmund Freud, se mueve dentro de las coordenadas de un régimen estructural neurótico, pues posee en su universo simbólico el significante paterno (el significante del Nombre-del Padre), el padre simbólico, y esto le permitirá afrontar el vacío de la pérdida mediante un proceso psíquico sublimatorio: la escritura de un texto donde comunicará al mundo científico sus investigaciones sobre las claves del desciframiento e interpretación de los sueños y el descubrimiento del inconsciente y de sus leyes, gracias a lo cual comenzará a darse a conocer fuera de Viena (sobre todo en el prestigioso «Burghölzli Mental Hospital de Zúrich»), tener discípulos y fundar el Psicoanálisis.

Esta muerte del padre de Freud se encuentra, pues, en el origen de su pulsión epistemofílica en una doble vertiente: deseo de conocimiento científico-positivista por un lado y deseo de saber de sí mismo y del Otro por el otro. Esta muerte está en las fuentes del descubrimiento freudiano de lo inconsciente. Muerte fecunda, pues, del padre que señala un porvenir, un camino y una promesa para el hijo, trabajo de duelo por la pérdida inevitable que se transforma en trabajo creador y empuje hacia la audaz exploración de los senderos anímicos más ocultos a la conciencia “oficial”, por emplear sus palabras.

Puede causar extrañeza que la introducción en su teoría del padre como terceridad en la primitiva simbiosis dual propia de la relación madre-hijo, de la incidencia de lo paterno en el edificio conceptual que estaba construyendo, se realice bajo el signo de la rivalidad y la presencia de deseos ambivalentes (amorosos y parricidas) filiales en las continuas alusiones que van a impregnar la mayoría de sus textos a partir de 1910, año en el que brota de su pluma, en el primer capítulo de sus Aportaciones a la Psicología de la vida erótica (“Sobre un tipo especial de la elección de objeto en el hombre”(5), el que denominará «complejo nuclear de las neurosis»: el complejo de Edipo. Retomando por su cuenta el ancestral mito, Freud lo ilumina con luz propia haciendo de él la experiencia mental, el drama primigenio, que todo sujeto debe atravesar para alcanzar una cierta normativización psíquica, una identidad sexuada y un cierto posicionamiento en la cadena generacional y ante la Ley.

Si leemos o asistimos a la representación teatral del "Edipo Rey" sofocleano, podremos comprobar que el personaje de Layo no existe, no hay ningún actor que lo encarne, porque su asesinato a manos de su hijo, que genera su ausencia, es anterior al arranque de la pieza teatral, pero sin embargo su nombre resuena, sobrevuela el escenario, como enigma o como certeza, en los labios de los diversos personajes que le pueblan y su crimen se hace dolorosamente presente de modo retroactivo. El rey de Tebas, Edipo, es un héroe decidido a buscar la verdad, por muy terrible que ésta sea, y su autoinfligida ceguera final, realizada con un prendedor que tenía su madre y esposa Yocasta ahorcada, atestigua que llegó a traspasar un límite: «¡Horror! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! He aquí la verdad desnuda. ¡Horror! ¡Toda la verdad! ¡Oh luz! ¡Por última vez te vean mis ojos. Para ver claro lo ocurrido!»(6) Y más adelante: «Si además de ciego pudiera ser sordo, también obstruiría mis oídos para no dar entrada en ellos a la voz humana. El aislamiento absoluto es el mejor lenitivo para el alma, cuando todo lo que le rodea por fuerza es tan doloroso.»(7)

Esta promoción constante del padre como piedra angular de la formación y devenir de la estructuración psíquica del sujeto, tiene su origen —puntualiza Lacan en 1938, un año antes del óbito del fundador del psicoanálisis— en una reacción de Freud ante la declinación social de la imago paterna (“imago” es un término psicoanalítico, caído en desuso en la actualidad, que fue introducido por Carl Gustav Jung en su libro Metamorfosis y símbolos de la libido(8), publicado en 1912, y que servía para designar una representación inconsciente arcaica, un prototipo inconsciente de personaje). Veamos lo que escribe Lacan de esa imago paterna “que concentra en sí la función de represión con la de sublimación”(9): “Un gran número de efectos psicológicos, sin embargo, están referidos, en nuestra opinión, a una declinación social de la imago paterna. […] Cualquiera que sea el futuro, esta declinación constituye una crisis psicológica. Quizás la aparición misma del psicoanálisis debe relacionarse con esta crisis. Es posible que el sublime azar del genio no explique por sí solo que haya sido en Viena —centro entonces de un Estado que era el melting-pot de las formas familiares más diversas, desde las más arcaicas hasta las más evolucionadas, desde los últimos agrupamientos agnáticos de los campesinos eslavos hasta las formas más reducidas del hogar pequeño burgués y hasta las formas más decadentes de la pareja inestable, pasando por los paternalismos feudales y mercantiles— el lugar en el que un hijo del patriarcado judío imaginó el complejo de Edipo. […] Nuestra experiencia nos lleva a ubicar la determinación principal de la gran neurosis contemporánea en la personalidad del padre, carente siempre de algún modo, ausente, humillada, dividida o postiza.”(10)

Pues bien, dos años después de haber conceptuado el complejo de Edipo comenzó a publicar una serie de ensayos —cuatro en total— en la revista periódica Imago (especializada en la aplicación del psicoanálisis a las ciencias culturales, ideada y dirigida por el propio Freud junto con Otto Rank y Hanns Sachs), que fueron reunidos posteriormente en un solo volumen, aparecido en las librerías a finales de 1913, con el título Tótem y Tabú y el subtítulo de Algunos aspectos comunes entre la vida mental del hombre primitivo y los neuróticos. En él va a construir un mito propio, el mito más extraordinario que vio el siglo XX: La muerte y posterior devoración del padre prehistórico (Urvater) por sus hijos conjurados como origen de la exogamia, de la religión, de las organizaciones sociales y de la moral.

El antropólogo Claude Lévi-Strauss nos subraya en el capítulo XI (“La estructura de los mitos”) de su Antropología Estructural que “La sustancia del mito no se encuentra en el estilo, ni en el modo de la narración, ni en la sintaxis, sino en la 'historia relatada'. El mito es lenguaje, pero lenguaje que opera en un nivel muy elevado y cuyo sentido logra 'despegar', si cabe usar una imagen aeronáutica, del fundamento lingüístico sobre el cual había comenzado a deslizarse.”(11)

Y Jacques Lacan nos indicó en su lectura del «caso Juanito» freudiano (que hemos estudiado con ahínco en el espacio central del GEP-CyL durante este año 2001), que todo mito se presenta como un relato que poseyendo algo de atemporal, es la tentativa de articular la solución de un problema. Este relato considerado en su forma literaria, tiene un parentesco sorprendente con la creación poética y, tomado en su conjunto, presenta un carácter de ficción que es estable, no maleable, lo que le condujo a asimilarlo a una estructura: la estructura mítica. En su clase del 27 de marzo de 1957 (“Para qué sirve el mito”) señaló: “Esta ficción mantiene una singular relación con algo que siempre se encuentra detrás implicado, contiene incluso su mensaje formalmente indicado: se trata de la verdad. He aquí algo que no se puede separar del mito. […] La verdad tiene una estructura, por así decirlo, de ficción.”(12)

De modo que Freud, a semejanza del hijo de Layo y Yocasta, también se encuentra emplazado con todo su ser en pos de una verdad, tras de un real psíquico concerniente a la función paterna que está tratando de formalizar y que se le sigue negando obstinadamente. Así es que tras paráfrasis, citas de diversos autores y glosas de un extenso material bibliográfico especializado en sus tres primeros ensayos (“El horror al incesto”, “El tabú y la ambivalencia de los sentimientos” y “Animismo, magia y omnipotencia de las ideas”), cuya lectura agota al lector si éste no posee una buena dosis de deseo —Lacan dirá de Tótem y Tabú que es una de las cosas más retorcidas que se puedan imaginar, añadiendo: “Es por eso por lo que hay que volver a Freud, para darse cuenta de que si es tan retorcido, dado que era un chico que sabía escribir y pensar, eso debe tener alguna razón de ser.”(13)—, en el capítulo V del cuarto y último (“El retorno infantil al totemismo”) de pronto toma impulso y da un doble salto mortal, sin red, con la profunda convicción de que “sólo el psicoanálisis proyecta alguna luz sobre estas tinieblas”(14) proponiendo una hipótesis “que puede parecer fantástica, pero presenta la ventaja de reducir a una unidad insospechada series de fenómenos hasta ahora inconexas”(15) y que trataré de resumir a continuación.

Indico a aquellos/as lectores/as que tengan interés en un estudio más pormenorizado de Tótem y Tabú, que desde estas páginas pongo a su disposición dos comunicaciones que presenté en marzo y abril de 1998 a la «Sociedad Psicoanalítica de los Sábados» (SPS) de Valladolid que titulé: «A modo de introducción a la lectura de Tótem y Tabú en la SPS» y «Referencias lacanianas a Tótem y Tabú».

Para su construcción se apoya Freud sobre tres pilares: por un lado en la hipótesis de Charles Robert Darwin, esbozada en su Descent of Man (1871), acerca del estado social primitivo de la Humanidad, basada en la observación de las conductas de los monos superiores, según la cual el hombre vivió primitivamente en pequeñas hordas dominadas por un viejo macho violento y celoso que prohibía el apareamiento sexual a sus hijos, a quienes mataba o expulsaba del endogrupo cuando estos machos jóvenes llegaban a un cierto estado de crecimiento, impidiéndoles por tanto el acceso sexual a las hembras, que eran de su exclusiva pertenencia.

Por otro lado,en las aportaciones de James Jasper Atkinson, que pasó toda su vida en Nueva Caledonia estudiando el comportamiento de las manadas de caballos y toros salvajes, quien interpretó esta teoría darwiniana como el origen de la exogamia en Primal Law (1903); y por último en la indagación de William Robertson Smith, “físico, filólogo y exegeta bíblico, inteligencia tan universal como clarividente y exenta de prejuicios”(16) en su texto de 1889 Lectures on the religion of the Semites: the Fundamental Institutions, lugar donde estudiaba el origen y la significación de los sacrificios rituales entre los antiguos semitas, poniendo un especial énfasis en una ceremonia singular, practicada en épocas que precedieron al culto religioso de las divinidades antropomórficas, durante la cual se llevaba a cabo el sacrificio y la ingestión sacramental del tótem y que denominó «comida totémica».

Consistía esta ceremonia en que los miembros de un clan totémico, en ciertas ocasiones festivas especialmente señaladas, sacrificaban solemnemente a su animal tótem y a continuación, comían su carne cruda y bebían su sangre mientras entonaban cánticos e imitaban sus sonidos y movimientos, como queriendo hacer resaltar su identidad con él, y que finalizaba con una avalancha de lloros y lamentos por el animal muerto, dentro de un estado común de aflicción generalizada. Gustar la carne y beber la sangre de su tutelar y benefactor antepasado, encarnado en el animal tótem, era para ellos un modo de robustecer sus lazos como miembros del clan, de contraer obligaciones recíprocas y de constituir un símbolo de comunidad social, pues existía una regla inflexible que obligaba a todos sus miembros a participar en esta primera fiesta de la naciente Humanidad.

Con estas tres varas de mimbrera, Freud, artesano intelectual, faena la siguiente cesta, no sin advertir al lector que “sería tan absurdo aspirar a la exactitud en estas materias como injusto exigir en ellas una certidumbre”(17), exponiéndonos lo que él considera que constituyó “el magno suceso de la historia primitiva de la Humanidad”(18) : los hermanos expulsados de la horda por el tiránico y gozador padre un día unieron sus fuerzas, le mataron y a continuación devoraron su cadáver; se apropiaron de este modo de su poderío y se identificaron en esta absorción con él. Pero cuando, a continuación, intentaron aproximarse sexualmente a las hembras, madres y hermanas deseadas (móvil principal del parricidio), he aquí que la interdicción seguía en pie y aún con una mayor fuerza. Escribe lo siguiente: “El padre muerto adquirió un poder mucho mayor del que había poseído en vida […] Lo que el padre había impedido anteriormente por el hecho mismo de su existencia, se lo prohibieron los hijos a sí mismos […] Desautorizaron su acto, prohibiendo la muerte del tótem, sustitución del padre, y renunciaron a recoger los frutos de su crimen, rehusando el contacto sexual con las mujeres, accesibles ya para ellos. De este modo es como la conciencia de culpabilidad del hijo engendró los dos tabúes fundamentales del totemismo, los cuales tenían que coincidir con los deseos reprimidos del complejo de Edipo.”(19)

De esta manera el clan fraterno sustituyó a la horda paterna, garantizado por los lazos de la sangre derramada, produciéndose así el pasaje de la Naturaleza a la Cultura pues “La sociedad reposa entonces sobre la responsabilidad común del crimen colectivo. La religión sobre la conciencia de la culpabilidad y el remordimiento, y la moral sobre las necesidades de la nueva sociedad y sobre la expiación exigida por la conciencia de la culpabilidad.”(20) Asimismo, por interiorización de la prohibición, quedó constituida la Ley de leyes, la Ley primera sobre la que descansan todas las demás: la ley de prohibición del incesto, regla social de carácter universal, según indicó Claude Lévi-Strauss, quien en el capítulo III (“El universo de las reglas”) de Las estructuras elementales del parentesco afirma que “La prohibición del incesto constituye cierta forma —y hasta formas muy diversas— de intervención. Pero antes que cualquier otra cosa, ella es intervención; aun más exactamente, ella es la Intervención.”(21)

Tras este parricidio original “con el que se inicia la civilización y que no ha dejado de atormentar desde entonces a la Humanidad”(22), nadie podía ni debía alcanzar ya la omnipotencia de aquel tiránico padre primigenio, de modo que “la hostilidad contra el padre que impulsó su asesinato fue extinguiéndose en el transcurso de un largo período de tiempo para ceder su puesto al amor y dar nacimiento a un ideal cuyo contenido era la omnipotencia y falta de limitación del padre primitivo combatido un día, y la disposición a someterse a él.”(23) De este modo surgió la religión totémica y el matriarcado que evolucionó con posteridad hacia las religiones politeístas antropomórficas, finalizando este trayecto en la religión monoteísta y el patriarcado, donde Dios es un subrogado del padre ya que “en el fondo, no es Dios sino una sublimación del padre. También aquí, como antes en el totemismo, nos aconseja el psicoanálisis que creamos a los fieles que nos hablan de Dios como de un padre celestial, lo mismo que en épocas remotas hablaron del tótem como de su antepasado.”(24)

Finalmente, un anciano Freud, exiliado y gravemente enfermo de un carcinoma bucal que venía corroyéndolo desde hacía dieciséis años (que precisó de 33 intervenciones quirúrgicas, algunas terribles), en la antesala de la muerte, publicará el que puede considerarse su testamento intelectual: Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos, que apareció simultáneamente en Amsterdam y Londres (en alemán e inglés respectivamente) en 1939. Los dos primeros ensayos del libro (“Moisés, egipcio” y “Si Moisés era egipcio…”) se habían publicado en Imago durante 1937, antes pues del Anschluss de Austria a la Alemania hitleriana de marzo de 1938, pero el tercero, con mucho el más amplio y especulativo, “Moisés, su pueblo y la religión monoteísta”, fue escrito en Londres, en junio y julio de 1938 (murió el 23 de septiembre de 1939).

En este libro continúa de forma declarada las opiniones formuladas veinticinco años atrás en Tótem y Tabú: “Aún hoy sigo manteniendo esta construcción teórica. Repetidamente se me han hecho violentos reproches por no haber modificado mis opiniones en ediciones ulteriores de la citada obra, ya que los etnólogos más recientes han descartado sin excepción las concepciones de Robertson Smith, reemplazándolas por otras teorías totalmente distintas. Puedo replicar que conozco a la perfección estos presuntos adelantos. Una contradicción no siempre significa una refutación; una nueva teoría no denota necesariamente un progreso. Pero ante todo, yo no soy etnólogo, sino psicoanalista. Tengo el derecho de tomar de la literatura etnológica cuanto pueda aplicar a la labor analítica.”(25)

Para la elaboración de esta nueva e ingeniosa construcción va a usar otros tres mimbres, aunque él sólo nos cita dos: The Life and Times of Akhnaton (Vida y época de Akenatón) de A. Weigall, publicado en 1922, y Mose und seine für die israelitische Religionsgeschichte (Moisés y su significación para la historia de la religión israelita-judía), publicado el mismo año, en el cual Ernst Sellin —historiador berlinés, especialista en la Biblia, perteneciente a la escuela exegética alemana— estudiando al profeta Oseas, llegó a la conclusión de que fue Moisés, en detrimento de Abraham, el fundador de la religión judía y sostenía que éste había sido víctima de un asesinato colectivo a manos del pueblo que le siguió al Éxodo de Egipto para conducirlo a la Tierra Prometida. No cita, sin embargo, un ensayo de su querido discípulo el psiquiatra y psicoanalista alemán Karl Abraham, fallecido en 1925 siendo presidente por segunda vez no consecutiva de la IPA, publicado en 1912, que estaba dedicado a figura del faraón Amenhotep IV y a la nueva religión que éste trató de imponer a su pueblo.

Trataré de exponer, a continuación, dicha elaboración freudiana. Durante la gloriosa dinastía XVIII, en el año 1367 a. C., sucedió en el trono a su padre, el faraón Amenhotep (Amenofis) III, el joven Amenhotep (Amenofis) IV, quien en el sexto año de su reinado cambió su nombre por el de Akhenatón (“Servidor de Atón”), extinguiendo de su gentilicio el nombre del dios Amón (el más poderoso de Tebas) con el que venían gobernando sus antepasados desde milenios atrás, e introduciendo el de un antiquísimo dios solar llamado Atón, que se representaba mediante un disco del cual partían rayos que terminaban en manos humanas. Este faraón fue un reformador religioso que impuso a los egipcios una nueva concepción teológica, contraria a sus tradiciones milenarias, que consistía en un rígido monoteísmo de adoración al sol, “no como objeto material sino como símbolo de un ente divino cuya energía se manifiesta en sus radiaciones.”(26)

Tras repudiar el nombre con el que había ascendido al trono, abandonó Tebas con su amada esposa Nefertiti, construyendo, en mitad del desierto, a muchos kilómetros de Tebas, una nueva ciudad (que llegó a albergar a 50.000 personas) donde instaló su residencia, a la que llamó Akhetatón (“Horizonte de Atón”), cuyas ruinas se llaman hoy día "Tell el-Amarna", visita obligada en los actuales viajes programados a Egipto. Pero su reinado fue efímero, de tan sólo diecisiete años, y tras su muerte, probablemente por envenenamiento, acaecida en el año 1350 a. J.C., su sucesor y yerno, que pasó a ser dios, a pesar de su tierna edad ("el Dios Niño"), Tutankhatón, se reconcilió con el clero de Amón y volvió a la ortodoxia, cambiando su nombre por el de Tutankhamón (cuya fama proviene del descubrimiento en 1922 de su tumba inviolada en el Valle de los Reyes) y trasladando de nuevo la capitalidad del imperio a Tebas. De esta forma quedaron proscritas de la memoria tanto el faraón hereje como el nombre de aquel Dios exclusivo que había impuesto a sus súbditos, y la ciudad de Akhetatón fue saqueada y destruida por la venganza de unos sacerdotes sojuzgados y de un pueblo descontento.

Bien, hasta aquí todo estudioso de Egiptología corroborará lo que he escrito. Freud era un gran aficionado a ella y las piezas egipcias eran las preferidas en su colección de antigüedades, especialmente la figura de una princesa con un tocado con forma de mitra que le había regalado Sergius Konstantinovich Pankejeff (“el Hombre de los Lobos”) el lunes 29 de junio de 1914, día en el que fue a despedirse de él tras concluir su primer psicoanálisis.

Pero, a continuación, Freud hace entrar en escena un personaje que siempre le había subyugado: el profeta Moisés, caudillo, libertador y legislador del pueblo judío. En el primer viaje que realizó a Roma en 1901, acompañado de su hermano Alexander, quedó profundamente impresionado al contemplar en la iglesia de San Pietro in Vincoli la imponente estatua marmórea que Miguel Ángel había esculpido para el gigantesco monumento funerario que había de guardar los restos del soberano pontífice Julio II, visita que repitió obsesivamente en sus seis viajes posteriores a la Ciudad Eterna. En 1909 acompañó con el texto que se vino en llamar “La novela familiar del neurótico”(27) a su dilecto discípulo Otto Rank en El mito del nacimiento del héroe, quien se ocupó en él de la leyenda en torno al nacimiento de Moisés, hallando una gran similitud de ésta con el mito del nacimiento de Sargón I, fundador de Babilonia.(28)

Y en 1914 había publicado en Imago de modo anónimo (con la firma “***”) un ensayo titulado “El Moisés de Miguel Ángel”(28), donde desarrolló una interpretación completamente personal de esa estatua sedente del profeta tras descender del monte Horeb (o Sinaí) con las Tablas de la Ley —que habría de quebrar arrojándolas al suelo— a su lado derecho, mientras contempla con mirada colérica a su pueblo que, entregado a la apostasía, adoraba al Becerro de Oro.

La originalidad de Freud consiste en conectar ambos personajes, ya que basándose en referencias bibliográficas muy concienzudas, comenzando por su nombre propio, deduce que Moisés era un egipcio de noble alcurnia, gobernador de una provincia limítrofe, partidario de Akhenatón y de la religión monoteísta que éste había fundado. Al morir el faraón y ser prohibida ésta, Moisés, que ya sólo podía vivir como un proscrito o como un renegado, eligió a cierta tribu semita que se encontraba bajo su jurisdicción y prometiéndola “una tierra que mana leche y miel”, salió de Egipto rumbo a la tierra de Canaán. Con él partió al Exilio todo su séquito (servidumbre, prosélitos más próximos, escribas) que en el futuro iba a ser conocido como la “tribu de los levitas”. Pero a cambio de la Tierra Prometida exigió a las ignorantes y nómadas tribus de pastores quem se iba encontrando, acatar que “sólo existe un Dios único, todopoderoso e inaccesible, nadie puede soportar su contemplación; nadie puede formarse una imagen del mismo, ni  siquiera pronunciar su nombre.”(30)

Además, les impuso el precepto de la circuncisión (costumbre que poseían, según el historiador y geógrafo griego Heródoto de Halicarnaso, los antiguos egipcios) como signo del pacto con este Dios exclusivo, eterno y de poder omnímodo, que prometía ampararles siempre que permanecieran fieles a su veneración. Pero esas tribus no estaban preparadas para soportar una religión tan espiritualizada y se rebeló contra Moisés, lo asesinó y repudió la religión atónica. Al ser rechazados en el intento de la toma de Canaán por el sur, vagaron por el desierto algunos años más de los cuarenta que vienen indicados en los textos sagrados (“Hexateuco” y “Deuteronomio”), mientras conservaban en su memoria el atroz final de aquel gran hombre que les había conducido con mano de hierro.

Este estudio freudiano se ha visto ampliado por un concienzudo estudio filológico, lingüístico y arqueológico realizado por los hermanos (judíos, precisamente): Roger y Messod Sabbah, quienes publicaron en el 2000 un libro titulado Los secretos del Éxodo y subtitulado El origen egipcio de los hebreos. Todo parece indicar que Moisés era, nada más y nada menos, que un general muy importante del faraón Akenatón. Concluyen que nunca hubo judíos en Egipto, ni una marca arqueológica de ellos.

En la unificación religiosa nacida en el oasis de Kadesh, donde pactaron las doce tribus antes de la toma definitiva de Canaán, los allí reunidos se encomendaron a un dios local de origen volcánico (y, por lo tanto, feroz y sanguinario), llamado Yahvéh, al que proclamaron más poderoso que todos los demás dioses extranjeros y bajo el mando de otro Moisés (no ya el alto dignatario egipcio, asesinado tiempo atrás, sino un pastor de origen madianita del mismo nombre) consiguieron su objetivo. Pero bajo el influjo de los descendientes de los primitivos levitas (que según ya indiqué eran los seguidores de Moisés el egipcio) y el remordimiento por el crimen cometido, poco a poco este dios violento, Yahvéh, fue perdiendo sus rasgos mezquinos originarios y se fue pareciendo cada vez más al olvidado dios mosaico, hasta que finalmente quedó totalmente identificado con él.

Además, en la tradición judía posterior, los dos personajes de Moisés (el egipcio y el madianita) quedaron fundidos en uno solo. Esto fue posible porque la religión mosaica no quedó fijada en su estructura final sino ochocientos años después del “Éxodo” y durante ese tiempo se suprimieron muchos hechos verdaderamente acaecidos y se añadieron otros, producto de la fantasía, tal como sucede en el psiquismo del sujeto infantil cuando llega a adulto (amnesia y recuerdos encubridores) debido a la acción del mecanismo de la represión. Este crimen cometido en la persona de Moisés reproduce el asesinato arcaico del protopadre y con idénticos efectos lógicos: primero represión y posteriormente, con el retorno de lo reprimido, tanto el uno como el otro lograrán —como muertos, como símbolos— lo que en vida no consiguieron. Escribe Freud: "A la larga, nada importó que el pueblo, quizá ya al poco tiempo, rechazara la doctrina de Moisés y lo eliminara a él mismo, pues subsistió su tradición, cuya influencia logró, aunque sólo paulatinamente, en el curso de los siglos, lo que no alcanzara el propio Moisés.”(29) 

Así es que, explica Freud, el monoteísmo judío se encuentra en íntima conexión y deriva del episodio monoteísta de la historia egipcia, que a su vez procede de una recuperación en la historia de la Humanidad de aquel protopadre único y excelso cuya voluntad se perpetuó a través de lo sagrado. Pero no se queda aquí y va más allá: en ese pueblo que se consideraba elegido por Dios Padre y esperaba ansiosamente un Mesías que habría de traerle la redención y el prometido dominio del mundo, surge un hombre al que Freud considera el fundador de la religión cristiana: Saulo de Tarso (llamado Pablo como ciudadano romano) “que halló en la reivindicación de cierto agitador político-religioso el pretexto para separar del judaísmo una nueva religión: la cristiana. Pablo, un judío romano oriundo de Tarso, captó aquel sentimiento de culpabilidad y lo redujo acertadamente a su fuente protohistórica, que llamó 'Pecado Original', crimen contra Dios que sólo la muerte podía expiar. Con el pecado original la muerte había entrado en el mundo. En realidad, ese crimen punible de muerte había sido el asesinato del protopadre, divinizado más tarde; pero la doctrina no recordó el parricidio, sino que en su lugar fantaseó su expiación, y por ello esta fantasía pudo ser saludada como un mensaje de salvación (Evangelio). Un Hijo de Dios se había dejado matar, siendo inocente, y con ello habría asumido la culpa de todos. Era preciso que fuese un Hijo, pues debía expiarse el asesinato del Padre.”(31)

De esta manera, esta innovación religiosa fundada en el ajusticiamiento en la cruz de Jesucristo y destinada a propiciar la reconciliación con el Padre-dios, finalizó con su destronamiento y eliminación porque “el judaísmo había sido una religión del Padre; el cristianismo se convirtió en una religión del Hijo. El antiguo Dios-Padre pasó a segundo plano, detrás de Cristo; Cristo, el Hijo, vino a ocupar su lugar, tal como cada uno de los hijos lo había anhelado en aquellos tiempos primitivos. Pablo, el continuador del judaísmo, se convirtió también en su destructor. Sin duda, su éxito obedeció, en primer lugar al hecho de que con la idea de la “redención” había invocado el humano sentimiento de culpabilidad, pero, además, se debió a que renunció al privilegio del pueblo elegido, como lo demuestra el abandono de su signo ostentativo, la circuncisión, de manera que la nueva religión pudo alcanzar carácter universal y extenderse a todos los hombres.”(32)

Una vez que la doctrina cristiana rompe el marco del judaísmo merced a Saulo de Tarso, que sustituye el innominable crimen del padre primitivo a manos de sus hijos por la concepción del pecado original e introduce la idea liberadora del Redentor de esa muerte, la nueva religión creada “enfrentó la vieja ambivalencia contenida en la relación paterno-filial. Si bien es cierto que su contenido esencial era la reconciliación con Dios Padre, la expiación del crimen que en él se había cometido, no es menos cierto que la otra faz de la relación afectiva se manifestó en que el Hijo, el que había asumido la expiación, convirtióse a su vez en Dios junto al Padre y, en realidad, en lugar del Padre. Surgido de una religión del Padre, el cristianismo se convirtió en una religión del Hijo. No pudo eludir, pues, el aciago destino de tener que eliminar al Padre.”(33)

De esta sustitución del Padre por el Hijo da fe la ceremonia de la Santa Comunión en la que el creyente ingiere la carne y la sangre no ya del Padre, tema del mítico banquete totémico, sino del Hijo, “aunque tan sólo en su sentido tierno, de veneración, y no en el sentido agresivo.”(34)

Tras este breve recorrido por los parajes más relevantes de la geografía freudiana del padre, indispensable para acometer la elaboración conceptual de Lacan (quien la aclara y la desborda nítidamente distinguiendo los tres órdenes entre los que se mueve la función paterna: simbólico, imaginario y real), dejo paso a continuación a los escritos de Aurelio Dorna, reunidos en su libro Posible Fin del Mundo (Revelaciones del clariaudente desdoblado que pudo más), del que publicamos su tercera entrega, que comprende de la página 43 a la 75.

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS DEL «PADRE FREUDIANO»

 

(1) Lacan, J., El Seminario. Libro IV: La relación de objeto y las estructuras freudianas. 1956-1957, Barcelona, Paidós, 1994, pp. 206-207.

(2) Freud, S., Cartas a Wilhem Fliess. Carta nº 108. Buenos Aires, Amorrortu, 1994, p. 213.

(3) Ibídem, carta nº 109, pp. 213-214.

(4) Freud, S., «La interpretación de los sueños», Obras Completas, tomo II, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972-1975, p. 345.

(5) Freud, S., «Sobre un tipo especial de elección de objeto en el hombre», Obras Completas, tomo V, Madrid, Biblioteca Nueva 1972-1975, p. 1.629.

(6) Sófocles, Edipo Rey, Madrid, Mediterráneo, 1981, p. 58.

(7) Ibídem, p. 63.

(8) Jung, C.G., Símbolos de la transformación de la libido, Buenos Aires, Paidós, 1993.

(9) Lacan, J., La Familia, Buenos Aires, Argonauta, 1982, p. 84.

(10) Ibídem, pp. 92-93-94.

(11) Lévi-Struss, C., Antropología Estructural, Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1984, p. 190.

(12) Lacan, J., El Seminario. Libro IV: Las relaciones de objeto y las estructuras freudianas, 1956-1957, p.53.

(13) Lacan, J., El Seminario. Libro XVII: El reverso del Psicoanálisis, 1969-1970, Barcelona, Paidós, 1992, p. 117.

(14) Freud, S., «Tótem y Tabú», Obras Completas, tomo V. Madrid, Biblioteca Nueva 1972-1975, p. 1.828.

(15) Ibídem, p. 1.838.

(16) Ibídem, p. 1.832.

(17) Ibídem, p. 1.839.

(18) Ibídem, p. 1.844.

(19) Ibídem, p. 1.839.

(20) Ibídem, p. 1.841.

(21) Lévi-Strauss, C., Las estructuras elementales del parentesco, México D.F., Paidós, 1983, p. 68.

(22) Freud, S., ob. cit. p. 1.840.

(23) Ibídem, p. 1.842.

(24) Ibídem, p. 1.841.

(25) Freud, S., «Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos». Obras Completas, tomo IX, Madrid, Biblioteca Nueva 1972-1975, p. 3.320.

(26) Ibídem, p. 3.251.

(27) Rank, O., El mito del nacimiento del héroe, Barcelona, Paidós Ibérica, pp. 82-86.

(28) Ibídem, pp. 22-23-24.

(29) Freud, S., «El Moisés de Miguel Ángel», Obras Completas, tomo V, Madrid, Biblioteca Nueva 1972-1975, p. 1.876.

(30) Freud, S., «Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos», p. 3.249.

(31) Ibídem, p. 3.269.

(32) Ibídem, p. 3.293.

(33) Ibídem, p. 3.294.

(34) Ibídem, p. 3.323.

(35) Ibídem, p. 3.294.

 

 

 

 

 

POSIBLE FIN DEL MUNDO

O

LOS FUGITIVOS DE CHINA QUE SE REFUGIARON EN EL PAMIR, ¿SON ACASO EL FIN DEL MUNDO?

 

(Revelaciones del clariaudente desdoblado que pudo más)

 

Por Aurelio Dorna

 

(Este libro fue escrito durante el franquismo)

 

 

 

 

 

 

 

 

Sólo sé que a mí me empuja la justicia personal que se me debe;

pero lo que se está haciendo con el fuego del cielo
está por encima de todo.

 

 

QUIÉN ERA PROMETEO. A DÓNDE PUEDE CONDUCIRNOS LA EXPLOTACIÓN DE LA ENERGÍA NUCLEAR.

Puesto que yo, el desdoblado que pudo más, vengo a intervenir el Poder espiritual de la Tierra, aquí se está jugando algo más que la caída de una evolución vital y que la otra caída, la de una nueva Era Geológica, en la que triunfa la fuerza negativa.

La Tierra debe sus destinos a la armonía de fuerzas cósmicas que la pueden destruir si no es Justicia; y no olvidemos, a ese respecto, la visita, en los últimos años, de una sucesión de mundos incendiados (cometas), entre ellos sobre todo uno, el Pascua, amenazándonos con su escalofriante cola de fuego atómico. Los cometas, soldados de la vida solar, no están para ser broma. La lluvia de fuego que destruyó Sodoma y Gomorra procedía de la cola de un cometa; pero calcinó también Europa y parte del Medio Oriente. ¿Por qué Europa había de ser “tierra nueva” para los fugitivos del Pamir, si a Europa la ayuda el clima y es continuación de Asia y África?

Pero aparte los peligros de la guerra atómica, los cometas también pueden incendiar los planetas, que ese es, después de todo, tras su floración semilladora, el destino final de los planetas. Ocurre que los planetas incendiados estallan como granadas, al entrar en contacto el fuego con las bolsas de gases de sus entrañas; y sus fragmentos (los no incendiados) ya son aerolitos que si encuentran un vacío vital pueden precipitarse sobre los planetas; pero otros fragmentos, entre los incendiados y no incendiados, pueden incorporarse a la Vía Láctea, que, si no me contradicen los astrónomos, es el cementerio de los mundos destruidos.

Ocurre también que los cometas se aproximan demasiado al sol, cosa que decide a los astrónomos a predecirnos su colisión. Pero en la tierra y en el fondo del mar tenemos especies que utilizan su magnetismo para atrapar a distancia a sus víctimas. ¿Y para qué tiene nuestro sol esas enormes cavidades, si no ha de ser para alimentar su vida y para ayudar de paso a la nuestra? Pero en esta grave crisis que tiene que afrontar nuestro mundo, hay algo más: en sus principios, la energía nuclear para fines pacíficos o para convertirla en arma de guerra, tropezaba con la resistencia sentimental de Dios, que no quería esa explotación. No la quería porque si le quitamos a la Tierra su radiactividad, empieza a perder la fuerza espiritual intrínseca que la defiende del ataque de otros mundos y que la habilita para su propia creación. Tampoco la quería porque no se debe explotar la vida energética que conforma los planetas. El uranio, en fin, la fuerza mayor de la Tierra, es el que la defiende de los enemigos que la atacan desde el espacio exterior. La Tierra, por lo demás, necesita, para su defensa económica, que nadie le quite sus nudos radiactivos, que son su palpitación vital, puesto que para conservar su vitalidad necesita algo más que la masa atómica dependiente y que los rayos del Sol. ¿Y a qué llegó el hombre si ya explota el núcleo primigenio de nuestra existencia terrenal?

La desintegración del átomo, además, libera el antiprotón. ¿Y qué es el antiprotón? Mi cabeza, la cabeza del juez de esta hora, es inmune a la influencia de ese espíritu antagónico que le quita el sentido de justicia a los hombres. Pero —insisto— YO SOY EL JUEZ, y si los hombres pierden su sentido de justicia, se produce fatalmente el choque que ajusticia la Vida. El antiprotón es fuerza de otra vida y antiprotona la cabeza de los hombres para que sea destruida esta evolución, con todos sus Prometeos. Con eso, venimos a demostrar que la voluntad de Dios, puesto que triunfó al fin un desdoblado, ya no pudo defender la supervivencia de la Tierra; esto es, ya no pudo impedir que las desviaciones del progreso explotasen la energía nuclear. Pero queda SU BRAZO, el desdoblado triunfante, para defender la Tierra con razones que no podrán ser impugnadas. Sin embargo, aún comprendiendo, es posible que a los hombres ya no les quede fuerza sentimental para defenderla, porque el antiprotón se la haya quitado.

De nuevo en los peligros que corre la Tierra como planeta, el átomo viene siendo reducido a fuego por el progreso desviado de los hombres. Ese fuego es el mismo que Prometeo le robó al cielo. Y Prometeo, físico atómico de la última evolución o símbolo intuitivo de la mitología griega, ¿por qué fue tan duramente castigado?

Ahora, en las noches de la pampa es frecuente ver partículas atómicas que se precipitan como atacando un vacío y que la fricción atmosférica incendia; pero antes de llegar a su objetivo, siempre son rechazadas, para elevarse y consumirse o apagarse en el espacio. ¿Por qué no hemos de ver, pues, en eso, que el fuego del cielo es el enemigo más peligroso que tiene la Tierra como planeta? Luego, si los megatones de las bombas atómicas ya son tantos y si llegan a utilizarse a fondo en las guerras, ¿por qué no se ha visto aún que su poder calórico puede llegar a superar la resistencia térmica de la materia?

Podríamos afirmar que supera esa resistencia. Luego podríamos preguntar: ¿para qué tantos misiles atómicos y tantas bombas de hidrógeno, si no ha de ser para que nuestra Tierra no sea más planeta, sino cometa, sino estrella “fija”? Es posible que Prometeo haya sido hijo de la misma civilización que tuvo a Hércules por ajusticiador. Pero la explotación de la energía nuclear es consecuencia del progreso técnico-científico; y si nunca existió Prometeo, nos lo inventaron las fuerzas espirituales para prevenirnos contra el avance de tan tremendo peligro.

 

 

 

El antiprotón es un espíritu más

que influye en nuestra vida sentimental;

pero nuestra Voluntad no ha de pesar poco

al servicio del espíritu guía o patrón.

 

 

¿ESTAMOS ANTIPROTONADOS?

A los hispano-pamireños, mis enemigos, que son los que ahora tienen “la sartén por el mango”, resulta ocioso hablarles del antiprotón, pues ellos siempre fueron la otra cara de la Vida. Pero los otros, esos nuestros individuos ¿por qué sigue preocupándolos los problemas de los demás, si esta vez también a ellos les toca morir?

La Justicia, si en la práctica exceptuamos a esos “aristócratas”, es para todos y todos la tenemos que defender. Pero nuestros individuos, aunque no lo ignoren, tal vez ya no lo sientan, lo que equivale a decir que ya sólo son muertos que caminan. Es cierto, comen, beben, se acuestan con mujeres, pero perdieron el sentido de Justicia, y aunque saben que esta vez Dios se nos viene encima con Poderes Ejecutivos Terrenales, nadie se mueve.

Le tememos, es cierto, a nuevas revoluciones; pero los hispano-pamireños que impiden que se abra paso la verdad, no son poco para explotar esos temores. Y para acomodar mejor, a caballo del pueblo de España, lo que ellos son. Pero yo no estoy para permitirlo, y ni tampoco para ser víctima de la pasividad de unos individuos que aunque vean, ya no sienten, puesto que no actúan.

 

 

 

El sentimiento humano es el campo de lucha

donde la vida espiritual decide destinos.

El Otro Mundo (que se supera con la creación)

tiene en ese campo sus tipos anímicos para decidir

las batallas de la Vida. Luego si triunfasen mis enemigos,

que en definitiva sólo son El Anticristo, ¿qué debemos esperar?

 

 

¿QUIÉNES SON LOS NOBLES ESPAÑOLES QUE QUIEREN METER LA VIDA DE LA TIERRA EN UNA NUEVA AGONÍA?

Cinco siglos de odio no es un odio español. Odian de esa forma los que nunca fueron capaces de defender su Yo en la lucha, los que no se desahogan, los fugitivos. Hace de esto algunos milenios, en los lejanos tiempos de las luchas por la organización de la nacionalidad china, hubo una parcialidad de inadaptados que huyó al “Techo del Mundo”, el Pamir, y allí vivió miserablemente, incapaz de retornar al bajo, que era donde estaba la lucha y la vida. No se discute. En aquella época demográfica y económica de la tierra sólo podían vivir en esas alturas quienes huyeron para que no los matasen. “Las alturas del Pamir eran un refugio de flojos”, nos dijo el Otro Mundo. Pero no nos habló de unos fanfarrones que se infiltran con arte y que de todo se apoderan, por lo que se deciden al fin a terminar con ellos.

En el Pamir, sin embargo, no vivían conformes. Y puesto que sabían que en Europa había tierras nuevas, anticipándose a la invasión de los arios, huyeron en masa hacia el sur de Italia, donde no encontraron rivales que seleccionasen la altura de su convivencia. Desde entonces la Vida tropieza en esos lugares con sordos enconos, heredados de padres a hijos, de generación en generación.

Con Roma algunos de esos pamireños pasaron a España, para ser algo en Itálica, la ciudad que los romanos les fundaron. Pero si Itálica no estuviese plagada de vida negativa ¿por qué, a pesar de las invasiones posteriores, había de morir? La mafia, delito organizado y escurridizo, que la gente del Pamir extendió por la civilización occidental, empezó entonces a tomar cuerpo, aunque con otros nombres. En España, el país más individualista de Europa, es donde adquiere mayor dominio. Mas siguiendo, a finales de la Edad Media, con la corriente de los aventureros españoles que se iban a Italia también se fueron algunos de esos mafiosos. Pero sólo para que sus hermanos de Italia, absorbidos por la mayor individualidad de los que habían librado su lucha en España, empezasen a jurar en español sus torvas “vendettas”. Esa emigración de mafiosos hacia Italia ocurrió en tiempos de la Santa Hermandad, una policía brava, pero que la época necesitaba para restaurar el orden constructivo. 

Bueno; esos sujetos han perdido el Yo en la huida, pero como reacción, se ven empujados a ser fanfarrones. Viven en España explotando la prudencia de sus individuos, que precisamente por individuos, procuran desentenderse de los problemas que no les afecten directamente; cosa que terminó por empujar a los mafiosos a escudarse en los castillos de la meseta castellana, donde se convirtieron en todopoderosos “señores de horca y cuchilla y de vidas y haciendas”. Pero aparecieron al fin en escena los Reyes Católicos, y como era de esperar, esos fugitivos no salieron a limpiarse en campo abierto. Eso no es todo, sin embargo, pues el vacío anímico que les produjo sus viejas fugas, que, naturalmente, luchan ilusoriamente por llenarlo, de nuevo los empujó hacia Castilla, donde empezaron en Madrid a ocupar posiciones que degradan la vida de todos. Y lo que es peor para el porvenir de nuestras armas, tenemos que aguantar fugitivas del Pamir casadas con generales. Y con odios de cinco siglos royéndolas.

 

 

 

 

El instinto de conservación tiene dos caras.

Unos hombres lo sienten para huir y otros para empacarse.

El mío tiene que ser el del que gana esta batalla.

 

 

HE AQUÍ LO QUE ESCRIBÍ SOBRE LA “LEY DE PERNADA” QUE TUVIERON ESOS MAFIOSOS

¿Qué es esto? El señor del castillo, un viejo chocho acaso, escoltado y con el arcabuz al cinto, se va a desvirgar a la mujer de su vasallo, y éste, en una época que la virginidad mostraba sábanas en los balcones, espera, tragando humillaciones, que el desvirgador salga, para ocupar al fin su legítimo lugar en el lecho nupcial. A las mujeres, se entiende, alguien tiene que desvirgarlas, pero si recurrimos a una llamada ley ¿qué clase de conquistadores somos?

Entre ciertos animales, la selección natural les da el privilegio de poseer la hembra al macho más fuerte, que es el que le transmite su fuerza a la especie. Entre nosotros, en cambio, ya es la selección social la que rige las inclinaciones del amor. Pero unos nacemos con Principios, que son frenos, y otros, más “matufieros” en la escalada social, sólo figuran entre la clase de los educados. En fin, aunque nosotros nos gloriemos de haber sido los primeros que destruimos el feudalismo, no hemos tenido un Robespierre, el hombre que guillotinó a los señores feudales de Francia ajustándose a la necesidad social de su época. Es que los hombres no cambian, los someten las leyes. Pero ¿a qué leyes viven sujetos nuestros desvirgadores “legales”?

Nuestro feudalismo castellano, por lo demás, no era el de esos châteaux vergeles que posteriormente le dieron tantos maestros a la agricultura francesa, una de las mejores de Europa. Nuestros señores sólo eran tiranos, esto es, fanfarrones que se impusieron ; unos importantes que a nadie le dan importancia, porque sólo da importancia el realmente importante; el que no es realmente importante nos la quita. Cada cual lucha por lo que realmente es.

Pero esos desvirgadores “legales” de doncellas son nobles en España; sin embargo, nunca fueron una espada frente a otra espada. Los mafiosos no pelean de esa forma. ¿Y qué son como hombres del Trabajo? Pero esos “nobles” que nos dieron la Ley de Pernada están ahora en el Palacio de las Cortes fabricando leyes. En el lejano pasado huyeron de China, mas no como derrotados sino como fugitivos, lo que no es lo mismo, pues el derrotado en pelea se desahoga y a veces llega a hermanarse con el vencedor, pero el fugitivo, en cambio, guarda, se envenena y se ensaña mafiosamente. Los castellanos, en suma, sintieron en carne propia lo que esa gente es. ¿Y cómo los miran los vascos, los catalanes, los astures y los gallegos? ¿Y por qué se llenó de bandidos Sierra Morena, si no habría se ser porque abundaban los andaluces que no estaban para ser pisados? Pero yo preferí decirme: “El corzuelo tiene su defensa en la huida; el hombre, en la empacada”.

Por último, los esquimales, que en su medio se defiendes mejor que los advenedizos, pasan por ser una raza inferior, porque huyeron al mundo de las nieves. Pero nuestros desvirgadores “legales” tenían más cerca las alturas del Pamir. Esos adelantados del diablo no vinieron a vivir a España porque sí, los empujó la cara negativa de la Vida, que aunque conduce fatalmente a las Eras Geológicas, hace lo que puede. La vida espiritual es esa lucha y Dios, que también hace lo que puede, tuvo que dejarlos pasar. En la Vida no hay nada absoluto. Después, a distancia de milenios, aparece el hombre que pudo más para librar la lucha por la Vida entre los tipos anímicos de España, igual que Hércules. Hércules, si hubiera podido, habría salvado, salvándose, la evolución vital de su tiempo; pero sólo pudo salvarla de la fuerza negativa, ahorrándole con eso a la Tierra una muerte orgánica de millones de años.

En la India, en el lejano pasado, se ha librado una lucha parecida; pero por algo la Vida situó esa lucha en medio de un pueblo que se enfervoriza con los peligros del Otro Mundo. Ahora, en cambio, con la explotación de recursos en vías de agotarse, ¿por qué la Vida sitúa esta lucha entre los individuos de España? Pienso a veces, con razón, que la Tierra puede necesitar un largo descanso de millones de años. Los fugitivos del Pamir, en fin, sólo están en nuestras alturas para rebajar la vida española, para esclavizar la del mundo y para apoderarse de todo. ¿Y por qué procuran que se casen con militares de graduación sus mujeres? Es más, aun la Ley de Pernada no habrá sido poco para rebajar nuestro espíritu, pues esas semillas genéticas tuvieron que haber prendido en la matriz de algunas de sus desvirgadas.

Yo, sin embargo, no soy poco instinto de conservación, pero supeditado a mi Yo orgulloso, que en este caso es la Vida. Por último, la empacada de esos fanfarrones en España, muestra cómo fue su empacada en la lejana antigüedad, cuando tuvieron que refugiarse en las alturas del Pamir. El pueblo que explotaban agotó entonces su paciencia. Pero a los españoles es posible que ya les hayan chupado el espíritu. Pienso, sin embargo, que la Vida tiene todos sus tipos anímicos para algo necesario, pero si esta vez la Vida consiguiese salvar su altura, no le habría llegado todavía esa necesidad. Pienso también que lo que ocurrió en la India bien pudo haber sido protagonizado por los lejanos antepasados de los hispano-pamireños de esta hora, unos sujetos que también son parte del pluralismo de la Vida. Pero son algo así como el antiprotón del átomo, puesto que sólo sirven para terminar con ella.

Por último, la idiosincrasia de los pueblos es la que forja sus destinos. Luego, puesto que el espíritu tiende sus redes con antelación de siglos, si por obra de mi orgulloso instinto de conservación llegásemos a superar esta crisis de Justicia, tampoco esos mafiosos se fueron de Italia a Norteamérica porque sí. Los títulos de nobleza de esos fanfarrones, en fin, le vienen tapando la boca a los publicistas de España, pero también en Norteamérica las “vendettas” de esa mafia empieza a tapar muchas bocas.

 

 

 

 

En contra de la ley no se debe jugar nada.

La ley es la que nos defiende

 y la que nos ajusticia para defendernos.

 

 

ALTERNATIVAS

La Vida podrá ser ajusticiada como cuando se apoderó de ella Hércules o podrá salvarse para continuar ascendiendo como cuando la vindicta de los hindúes asaltó la casa donde tenían prisionera la Vida Eterna de otro desdoblado que había podido más. Fue en América donde vi la versión cinematográfica de esos hechos. Los hindúes, en la pantalla cinematográfica, se lanzaban como fieras sobre la casa donde tenían prisionera esa Vida Eterna (el doble todavía era una Vida Eterna). En fin, entonces la Justicia se impuso y la Vida pudo continuar. Ahora (vuelvo a insistir) ¿por qué la Vida sitúa esa lucha en medio de un pueblo que no siente tan viva la amenaza del Otro Mundo?

Nosotros, sin embargo, estamos procurando que continúe este progreso técnico-científico que ya va en camino de escalar mundos espaciales; y aunque ese progreso deberá ser corregido, la humanidad no tendría por qué ocuparse tanto de su crecimiento demográfico mientras no trastorne demasiado sus necesidades alimenticias. No podríamos decir lo mismo si triunfase la fuerza negativa, porque ese crecimiento que invade los campos de cultivo, no empujaría necesariamente a la antropofagia legal, con clases de privilegiados y clases de engorde para las carnicerías.

Ahora, en el supuesto de que se me hiciese justicia, quedaría por ver otro interrogante, pues la vida de la Tierra si nada hiciese por terminar con la explotación de la energía nuclear, no ganaría nada.

Por último, yo no sé cómo se le presentará a la Tierra esta nueva caída, si llegara a caer sin estrellarse, pero por el control a distancia sé que se procura anularme para que triunfe el diablo. Y sé también que hasta ahora no se había explotado el carbón y el petróleo procedente de esas caídas, por lo que es posible que la Tierra necesite descanso y almacenamiento. Pero con el cambio de lecho de los mares también viene el descanso por un lado, mientras que por el otro emergen tierras descansadas, nuevas.

La Vida de la Tierra, en fin, nunca tendría por qué caer, si los Reyes de la Creación supiesen defender su Justicia, o sea, todos sus equilibrios.

Sin embargo, el progreso se halla sobrecargado de interrogantes. Electrónica, cibernética. ¿Qué son los robots? ¿Qué los rayos láser? Los científicos, por otra parte, se van alejando de la Naturaleza. ¿Por qué criaturas probeta si no ha de ser ciego afán de distinguirse en una época en que la humanidad empieza a legalizar el aborto? También la tecnología conduce al ocio de la humanidad. Vacío. Degeneración. Suicidio. Si es demasiada luz, somos ceguera. Los sabios se emborrachan y se engríen. La Justicia falla.

 

 

 

 

Las elecciones de la Vida son hijas de su propia lucha

y para poder derrotar a su personificación espiritual (Dios),

es preciso tener mucho orgullo.

Pero son destinos que la Vida necesita,

ya para salvarla toda,

ya para salvar alguno de sus retoños.

 

 

DE DÓNDE ERA ESE GIGANTE MENTAL QUE SE LLAMÓ HÉRCULES

Hércules tuvo templos en Grecia porque los griegos lo tuvieron como animador de sus batallas, igual que Santiago entre nosotros; pero donde dejó más rastro Hércules fue en el país que ahora se llama España. Ahí tenemos testimoniándolo las Dos Columnas que llevan su nombre y la Torre de Hércules en La Coruña y, entre otros, rastros tradicionales de templos en la ciudad que ahora se llama Málaga. Hércules, en fin, era un español que hundió “su maza” en España para abrir el estrecho de Gibraltar, pero que, como vengo diciendo, fue el cambio de lecho de algunos mares.

Ahora, por su individualismo, el pueblo español no se ocupa de quienes se encumbran ni de cómo se encumbran. Los pueblos más gregarios se ventilan mejor. Pero la dejadez social de los españoles tiene sus contrapartidas, y limitándonos a un solo aspecto de nuestro individualismo, pudimos ver en América a sólo ciento diez españoles apoderarse del Imperio Incaico. Todos, pues, por instinto de conservación escudado en el desarrollo de la raza, se habían convertido en capitanes iguales al capitán-porquerizo que los comandaba. ¿Y qué decir del papel que a mí, otro individuo de España, se me asigna? Dios, por último, para defender su Vida, tiene “rama-esferas raciales” que marcan, por la idiosincrasia de los pueblos, destinos.

En fin, en la «Autobiografía» escribí: “La Vida del Mundo se está jugando en España, pero los españoles no podríamos ser árbitros de los destinos de los demás si a los demás no los hubiese condenado ya su propio vivir con sus progresos desviados. Sin embargo, ese protagonismo que tiene mucho de destino, no ha de ser tan grato para los españoles, si no ha de ser para salvar toda la Vida. Hércules salvó la vida de la especie, pero sólo castigándola duramente.”

Para mí, en España es donde se dan más acusadas las dos caras de la Vida; pero cuando los hombres-clave vienen a decidir destinos para toda la Humanidad, ya priva entre los españoles la cara negativa. A la cabeza de todos marchan las brujas, que no son las del palo de escoba de las leyendas, pero sí las mujeres que tiene el diablo para derrotar a Dios, si puede. En la época de Hércules, éste era el único hombre, por así decirlo, que le quedaba en España a la cara positiva, pues frente a él ya estaba la esclavitud de todos y como consecución, la nueva Era Geológica. Pero Hércules prefirió caer volteando. Ajustició. No permitió que triunfase la otra cara. Salvó la libertad.

Ahora, el Rey del Mundo Psíquico es el Juez de las almas en el Tribunal de la Muerte, que es lo que decide lo que las almas han de ser en otras vidas; por lo que al reencarnarse, no importa cuándo, empiezan a ser, precisamente por su manera de ser, su nuevo destino. ¿Por qué nuestros jueces, que son delegados de la Justicia Divina, condenan a tres o cuatro muertes a algunos reos, si no ha de ser para que paguen en otras vidas?

Los castigos de la Vida son más de nuestro mundo que del otro. ¿Por qué, en fin, se ocuparon algunos intelectuales de una esplendorosa civilización negra que desapareció bajo las aguas cuando ajustició la Vida Hércules? ¿Y por qué vino después a traficarse tanto con la esclavitud negra, si no había de ser porque muchísimas almas de esa civilización tenían que ser castigadas? Pero también entre los españoles de esa época no fueron pocas las jerarquías (posiblemente los mayores figurantes) que al cabo de milenios tuvieron que remar atados en las galeras a latigazo limpio. La Justicia de la Vida es así. La muerte, en fin, se la vive en esta vida.

Por último, los hombres con Autoridad Oficial se deben a los Derechos de los demás. Debemos, pues, tener leyes severas para castigar su falta de respeto a los Derechos de los demás. Federico el Grande se salvó para la Historia por haber respetado los Derechos de El Molinero de Potsdam.

 

 

SEGUNDA PARTE

Los clariaudentes somos hombres de la vida de Dios, y al desdoblarnos, tenemos que enfrentarnos con Dios, para ser destruidos o para convertirnos en brazos de Dios en la Tierra. La lucha empezamos a librarla después con las fuerzas del diablo que quieren imponer el delito, o sea, por hallarse más bajo que la altura de la Vida y, como consecución, la esclavitud y la nueva Era Geológica.

A continuación muestro aspectos de esa lucha zancadillera, que empieza por ser la de unos espíritus que, si se los deja, empujan la Vida de la Tierra hacia esa agonía de esclavos.

 

 

 

 

Si el fanfarrón es mucho

y puede andar armado,

los hombres decentes

también tiene que armarse.

 

 

EL FANFARRÓN SÓLO SE EQUIVOCA CUANDO LO APORREAN 

En el pasado, en Castilla, mis nobiliarios enemigos eran los hombres del arcabuz. Ahora (leo en la crónica de sucesos), una duquesa abofeteó en la calle a un hombre, sacó la pistola y disparó unos tiros. No creo que la policía haya investigado a fondo ese hecho, no por la mujer en sí, sino por sus títulos de nobleza. Por lo demás, esos títulos ostentados por fanfarrones ¿qué hieren, dónde actúan? Yo cuando me tocó dar pasos por la Administración Pública, que todas las reglas pisaban. Bueno; esos fanfarrones tienen a su servicio hombres jóvenes, y si yo concurría a un escritorio para escribir a máquina, ellos iban detrás de mí para hacerme el vacío hablándoles a los directores de esas casas del “trapero” que allí estaba tecleando.

Sabemos, en fin, que abundan los que sólo juzgan a la gente por el trabajo que les toca hacer. Pero, en fin, lo cierto es que a uno de esos espías le oí hablar de Maracaibo. Se trataba de un repatriado de Venezuela, que había venido, junto con otros repatriados, en mi mismo barco. Unos derrotados, en suma. Pero ¿por qué el Gobierno repatriaba jóvenes de veinte años que se habían ido por su propia cuenta a abrirse paso en América? ¿No habría sido mejor para ellos la prueba de fuego de la lucha económica? Pero en Madrid habían encontrado un “trabajo” que no habrían podido encontrar en América. Eso no es todo, pues en una ocasión las rascabuches de esa aristocracia hicieron emborrachar a un competidor para que me quitase la presa. Yo le pegué un empujón y llené el saco en menos de cinco minutos. El borracho se quedó tirado en el suelo, con cara de asombro. Pero en ese trabajo no todos son borrachos. También andan (andaban) desocupados circunstanciales y hombres orgullosos, muy derechos, que prefieren esos trabajos enteramente libres, y zahoríes (clarividentes) que encuentran bajo la tierra el hierro con sólo mirar el suelo.

Seguí, por medio del correo, ocupándome en el extranjero de mi intimidad profanada; pero un día, en el Palacio de Comunicaciones, un funcionario pretendió molestar mis envíos. Al yo defender su legalidad, el funcionario se echó a temblar delante de mí. ¿Qué inferior de las alturas había empujado a la arbitrariedad a ese hombre sólo para que fuese un pobre diablo?

Entonces pensé que España sufría una inversión de jerarquías. Pero ahora que se está jugando la Vida del Mundo, es preciso ver otras causas de inversión jerárquica. De las alturas, en fin, en los pueblos jurídicamente organizados, no debe bajar nada que menoscabe el Yo legal del hombre. Se vive dentro de la regla o de la ley. Eso es lo normal. Lo que podemos llamar libertad. Pero en España tenemos unos mafiosos con títulos de nobleza que se hacen temer, no para enderezarnos, sino para torcernos. ¡Y ay del que no se someta a sus torceduras! Por fugitivos, son fanfarrones. Luego si no aparecen al fin quienes les “paren el carrito”, sólo han de estar para ir detrás de sus desafueros y nunca han de equivocarse. A la sombra de la prudencia española, en España “el campo se les hizo orégano”. En el pasado llegaron a apoderarse de todo, incluso de los reyes y del virgo de las mujeres; pero sólo mientras no aparecieron en escena los Reyes Católicos, los únicos que fueron para ellos una grave equivocación. Y si entonces no se convirtieron en galgos, como en los primeros tiempos de su formación, como en China, fue sencillamente porque tenían donde refugiarse. ¿Por qué esos reyes querían destruir todos los castillos? Tengo entendido que sólo destruyeron dos castillos.

 

 

 

 

La población crece,

las minas van a menos,

 los campos de cultivo también se achican.

¿Por qué hay quiénes persiguen

la recuperación de materia prima industrial?

 

 

¿SE VA A HUNDIR ESPAÑA?

Los espíritus dijeron: “Lo que conviene es que nadie le pueda”.

La persecución a distancia, aunque molestaba, nada podía, y la persecución de mi trabajo, que sin embargo, por mi natural encogimiento, me hacía desarrollar más en la estirada, me decidieron a ganar suficiente dinero para ir a América a luchar por recobrar mi doble; y entonces me fui a construir un hotelito de cuatro habitaciones en el Cerro de las Vacas, ahora Barrio San Blas. Pero las brujas de esa aristocracia sólo querían que no pudiese venderlo y que perdiese todo el dinero que en él había invertido, y acuadrillaron a los chavales del barrio para que se lanzasen con su griterío contra mí. Pero yo no debía de ser ese pobre hombre, y los chavales, huyendo de mí, buscaron refugio en un patio. Yo invadí el patio. Acudieron entonces unos quince hombres armados con garrotes. ¿Por qué tan oportunos? ¿Y por qué caían con tanta fiereza sobre mi cabeza aquellos garrotes, si no había de ser para destruírmela?

Yo sólo embestía y avanzaba, protegiendo la cabeza con el mango de una pala que había recogido del suelo. Ellos (los quince hombres) retrocedían. Uno de éstos me volvió la espalda, porque el filo de mi pala le iba sobre su frente. Yo, que procuraba no comprometerme mucho, contuve el golpe, para no romperle las costillas. Al transponer, en su retroceso, la puerta de la calle, me la cerraron. Entonces alguien llamó por teléfono a la Guardia Civil. La Guardia Civil les respondió que me presentase en el cuartel.

Cuando conseguí abrir la puerta y salir a la calle, les grité imponiéndome:

— ¡Óiganlo bien! No puedo reconstruir ahora toda la frase que borboté en la exaltación del momento, pero sé que les dije que SE IBA A HUNDIR ESPAÑA. Apoyados en sus garrotes, ellos bajaban la cabeza. Camino del Cuartel de la Guardia Civil, que quedaba lejos, reflexionaba sobre lo que acababa de decir. ¿Por qué había de hundirse España? Pero ahora, a tantos años de distancia, ¿en qué líos se va metiendo la vida española? ¿por qué el terrorismo? ¿Por qué el separatismo? En España se han metido, desde lo alto, con el Espíritu Rector de la Vida, y cuando a la Vida se la saca de su Camino, es preciso ir a buscarla entre la maleza para reencaminarla. Por lo demás, si en las alturas se jerarquiza el delito, ¿a qué invasiones nos expone ese vacío vital? Es más, los hispano-pamireños que robaron el ducado del príncipe Don Juan saben que yo desciendo de los Reyes que crearon la Nación. Las naciones son entidades jurídicas que deben ser justicia para todos sus habitantes. Si no lo son, van perdiendo fuerza intrínseca, empiezan a dejar de ser naciones, para caer al fin en los vacíos vitales que tiran de las invasiones. A España, en suma, la están metiendo en el lío de tener que expiar mucho, si no hacen nada por ser Justicia.

Después de transcurrir unos días, con los trastornos consiguientes, retorné al barrio para darle los últimos retoques al hotelito. Pero ya no hubo chavales que me gritasen. Nadie se metió conmigo. Vendí, pues, la propiedad y con más de veinte mil pesetas de esa época en el bolsillo, me fui a tramitar el pasaporte para ir a luchar a América por ser el dueño absoluto de mi intimidad. Sin embargo, todavía me esperaban nuevas dificultades. Un funcionario de la Dirección de Seguridad que tenía que ponerme impedimentos, saltaba nerviosamente sobre su pupitre. Y cuando fui al Palacio de Justicia a buscar el certificado de penales, tuve que empujar la puerta de una Superioridad para que la ventanillera cumpliese con su deber.

¿Y por qué se disminuían de esa forma esos empleados españoles, si no había de ser por el acose rastrero de unos títulos de nobleza ostentados en España por una raza fugitiva? De nuevo estaba, mientras aguardaba el pasaporte, en la caseta que tenía por las orillas de Madrid. Allí tenía unos vecinos que todas las semanas me pedían dinero y que recibían la visita de unos cuñados jóvenes, hermanos de la mujer, que sus patrones habían trasladado del cortijo de Andalucía al “cortijo” que tenían en las proximidades de Barajas. ¿Pero por qué esos nobles hispano-pamireños tenían tierras del ducado del príncipe Don Juan? ¿Y qué escribanos eran los que fraguaron esas escrituras?

Bueno; aunque los vecinos continuaban pidiéndome dinero, ya no lo necesitaban, porque en la casa de una hispano-pamireña donde ella “hacía hacienda” la habían sobornado. Tenían, pues, que buscarme líos, y no sólo ellos, porque esa aristocracia también soliviantaba a otras gentes del barrio. Después de todo, ¿de qué recursos se valieron para destruir la vida de don Leandro Fernández Moratín?

Mi vecino, en fin, y uno de sus cuñados se pusieron a jugar a la pelota delante de mi puerta cerrada. ¿Quiénes les habían dado la pelota?... Yo terminé por decirles buenamente que no golpeasen mi puerta. Ellos se retiraron. Pero la mujer sobornada salió entonces de su vivienda provocándome, y tras ella, su marido se metió en la mía dispuesto a agredirme. Yo, que tenía motivos para andar bien armado, desenvainé la daga que llevaba debajo del mono. Él huyó. Yo corrí detrás de él hasta el patio, donde me aguardaba su cuñado con un enorme peñasco sobre su cabeza; pero no pudo arrojármelo, porque el otro se interpuso, atontado, entre los dos. Yo, entonces, aunque tirando de la daga para atrás, lo herí un poco en el vientre, y puesto que había premeditado hundirla en los corazones y continuar avanzando, también lo herí un poco a la altura del corazón. Llega entonces en una camioneta un guardia, y puesto que me intimaba rendición encañonándome con su pistola, le grité: ¡Tire!

Burlándome de mi inofensividad, en América había escrito: Las cárceles siempre me conformé con mirarlas desde fuera. Pero en España, a los cincuenta y siete años de edad, conocí al fin la cárcel. “La cárcel iba a ser asaltada”, adivinó un augur que metieron en mi celda. Y fue precisamente una condesa, con luengo feudo en Alicante, la que metió al adivino en la cárcel para que adivinase que “la cárcel iba a ser asaltada”. La adivinanza es meta de caminos sentimentales, esto es, como ejemplo, puesto que hablamos de metas en los caminos. Si nosotros tomamos el camino de Roma, sabemos que llegamos a Roma. Pero tiene que quedarnos fuerza vital.

Bueno; pienso que esa condesa es una pamireña más que me persigue roída por odios heredados. Pero la adivinanza no fue poco entre los funcionarios de la cárcel, ya que contribuyó a que me pusiesen en libertad. En la cárcel había gritado: ¡No soy pan comido! También estaba en la cárcel, por ese tiempo, un marqués muy rico, pamireño y mafioso, que había hecho su fortuna traficando con estupefacientes. En España, sin embargo, no se trata de un caso único, pues abundan entre esos “aristócratas” los sucios negociados, exactamente iguales a los de sus hermanos de Norteamérica. Pero los mafiosos de Norteamérica explotan a fondo la prostitución, un filón que no ha de ser tanto entre nuestros aristocráticos mafiosos, excepto cuando casan a sus mujeres.

Cambiemos ahora de tema: Después de darle mil pesetas a un abogado para que hiciese algo por mi reivindicación, se me vinieron encima nuevas dificultades. Me negaron contra derecho en la Dirección de Seguridad la salida del país; y al salir de la cárcel, me encontré con que el barrio de chabolas en el que tenía la caseta había sido desalojado. Entonces busqué hospedaje. Pero para recuperar de nuevo materia prima industrial, no me convenía vivir en el interior de la ciudad, por lo que me fui a comprar tierras por las afueras para sentarme en ellas. Tropecé, en Pueblo Nuevo, con un lote en venta, y el letrero avisativo, descolorido, muy viejo, me indicaba una tasca lejana. Cuando yo fui, el dueño no estaba. Pero los hombres que seguían mis pasos lograron encontrarlo, y prevalidos de la importancia de las brujas que los mandaban, le ORDENARON que no vendiese ese lote. En Ascao, 28, del mismo Pueblo Nuevo, encontré dos lotes que estaban en venta desde años atrás, porque puesto que no permitían que se edificase, nadie quería comprarlos. Después de ver yo a sus dueños (unos viejos que querían hacer dinero), quedé en volver. Pero cuando fui, ya los habían vendido. Con eso, las aristocráticas brujas habían sentado al fin un precedente justo: compraban las tierras que habrían de vender algún día. Pero a mí, sólo me querían expulsar de Madrid.

Pude, al fin, ganarles el tirón. Pude asentarme en mi propia tierra. Pero entonces, al volver a mi libre trabajo, se me vinieron encima “dumpings”, las visitas a los fielatos, las hileras de carros de recolectores domiciliarios en las casas donde yo vendía. Pero yo vendía mucho y bueno. Encima, había empezado a cargar camionetas de papel enfardado. Entonces las aristocráticas brujas hundieron el precio del papelote. El papel ya se encontraba a montones por todas las partes. Nadie quería ser esclavo. Nadie lo juntaba. Y, naturalmente, las divisas iban a menos, porque el Gobierno tenía que incrementar la importación de celulosa. Pero, ¿por qué nadie se ocupaba de tamaño estropicio? ¿Y qué se hizo después, sólo porque no querían trabajadores libres, con ese trabajo que tanto personal ocupaba en Madrid? Yo vendía el hierro a cuatro pesetas el kilo. Ahora que las pesetas son ya pesetitas, ¿a cuánto lo pagan?

Empecé entonces a prestarle más atención al trapo, que también vendía a cuatro pesetas, y la inducción de esa nueva búsqueda me ayudaba, cosa que no es nada nuevo en la vida de los elegidos. Ocurría, pues, que una mujer tenía un montón de trapos en su casa esperando vendérselos a un trapero; pero terminaba por decirse: ¿para qué quiero esto aquí? Los cogía y los tiraba. Si alguien quisiese darme algo, cosa que si ocurría, podría ocurrir de lejos en muy lejos, lo rechazaba. “Eso no es trabajo”, dije cierta vez con justificado motivo.

(Sólo se pretendía rebajarme. La mujer encargada de darme dos papeles, había vivido inquieta, esperando que yo pasase por la calle para salir a dármelos. Pero mi descortés respuesta la hizo ver mucho. Los títulos de nobleza que se habían acercado a ella ya no eran tanto para ella).

En otra ocasión, y siempre en la misma calle Fuencarral, un hombre corrió detrás de mí para darme sacos llenos de papel. No los quise, mejor, para rechazarlos, le dije que “no iba a las casas”. Si los hubiese aceptado, aún sin mala intención del dadivoso (el que corría sólo corría para ayudar a “un pobre hombre”, no era mala su intención), me habría disminuido, y lo que aparentemente pareciese ayuda, me convertiría en menoscabo; y ya no sería tanto para cargar camionetas de papel ni para llenar sacos de otras materias primas de la industria, porque me faltaría la ayuda del espíritu: “Ayúdate, si quieres que yo te ayude”. Sin embargo, esas aristócratas que procuran poner la vida española a su baja altura, pretendían que el personal de San Isidro, la prisión de los “mangantes”, me encerrase. Pero yo ya andaba armado.

Esas brujas de la aristocracia hispano-pamireña, en suma, siempre tropezaban con fuerzas espirituales mayores. En mi nuevo barrio ya no consiguieron acuadrillar, en parte porque mis nuevos vecinos ya sabían algo de las peleas que me habían impuesto. Yo no andaba mal con nadie. Saludaba a los más próximos, les hablaba del estado del tiempo y me iba a mi trabajo. Por supuesto, no les hablaba de mi bilocación, de la persecución a distancia que sufría, porque me tomarían por loco, Pero los locos son espontáneos. No calculan. Puesto, en fin, que esas brujas de la aristocracia no conseguían matarme ni meterme de nuevo en la cárcel, decidieron meterme y matarme en los manicomios; y una noche del mes de diciembre del año 1959, cuando yo tenía cincuenta y nueve años de edad, cuatro guardias de la policía armada fueron a arañar mi puerta. No golpearon recio, porque no era la ley la que los mandaba. Mucho vacilaban, y movidos por esa vacilación, habían terminado por alejarse de la puerta unos doce metros. Yo que sentía que los cuatro guardias estaban sirviendo a mis enemigos, me armé de un largo cuchillo, abrí la puerta y salí a hacerles frente.

Insisto: Aunque vacilando, sin saber qué camino tomar, los cuatro guardias se hallaban unos doce metros distantes, y yo corría, agresivo, hasta donde ellos estaban, jugándome la vida a cuerpo descubierto. Ninguno de los cuatro guardias pudo desenfundar su pistola, ni para intimidarme ni para matarme, si no obedecía. LOS HABÍA DESARMADO DIOS. Les salía, por fin, el tiro por la culata, pues cuando la injusticia es grande, eso puede ocurrir. Pero si la policía se ciñe al deber, es fuerza de Dios que no la puede desarmar Dios, que puede, sin embargo, llegar a desarmar a España, como cuando Don Rodrigo, si las jerarquías olvidan la Justicia. Al llegar a donde los cuatro guardias estaban, no los agredí y dejé caer el cuchillo. Ellos entonces se recobraron, me amarraron y me llevaron al manicomio. Sin embargo, yo no era loco. No podía serlo, porque en la lucha mental había podido más mi Razón. Y no vale, por lo demás, con el desdoblado que pudo más, el cuento de los “no aprobados” que viene condenando a morir en manicomios a los perseguidos. Pero ¿por qué manicomio, si la Vida conduce a los Jueces de la Vida por donde los necesita?

(Torcer la Vida desde las alturas es desatar la violencia, porque la condición normal de la Vida es la legalidad y la derechez. No sé, en fin, qué va a ocurrir en España; pero si le quitamos la defensa a la defensa extraordinaria de la Vida, ¿qué podemos esperar? No sé si era todavía Director de Seguridad el conde Mayalde, un hombre que se está aprovechando de las tierras del príncipe Don Juan).

 

*** Texto publicado en «Cuadernos de Psicoanálisis de Castilla y León», nº 3. Diciembre de 2001, pp. 71-111.