UNA CRÓNICA DE LA ELP

LA INAUGURACIÓN EN PALENCIA DE LA SEDE DE LA ELP

 

Los miembros y socios de la «Sede de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en Castilla y León» (ELP-CyL) —fundada en la ciudad de León el 2 de julio de 2005— nos reunimos por primera vez en Palencia el día 12 de noviembre pasado. Fue una inauguración entrañable en la que cada uno de nosotros —dieciséis en total— fue exponiendo, por turno, aquellos motivos y deseos que le habían impulsado a solicitar ser admitido en la misma.

A continuación, tomó la palabra nuestra querida colega Vilma Coccoz —miembro del Consejo de la ELP—, que había acudido para acompañarnos. Con el verbo ágil y apasionado que le caracteriza, fue desgranándonos, a grandes rasgos, la historia de la noción de Escuela concebida por Jacques Lacan a partir de la fundación por éste de la École Freudienne de Paris (EFP) el 21 de junio de 1964; asimismo, nos explicitó los principios y objetivos en los que se sustenta la ELP, fundada en Madrid el 7 de mayo de 2000. Nos recomendó que, para empezar, leyésemos el texto de Lacan titulado «Situación del psicoanálisis en 1956», labor en la cual estamos inmersos, con afán, desde entonces.

En el ágape que siguió a la reunión, todos brindamos porque esta recién nacida Sede se vaya ampliando y fortaleciendo con el transcurrir del tiempo, pues sobre ella recaerá la carga de convertirse en el núcleo de la formación, investigación y práctica del psicoanálisis lacaniano en nuestra Comunidad Autónoma.

 

LAS IV JORNADAS DE LA ELP EN BARCELONA

 

Dos semanas más tarde, ocho de nosotros/as acudimos a las IV Jornadas de la ELP que se celebraron en Barcelona bajo el lema «De la utilidad pública del Psicoanálisis». Allí nos encontramos con compañeros/as venidos desde todos los puntos del país y del extranjero, que se dice. Ya en el cóctel de bienvenida —celebrado el viernes 25 de noviembre en el «Hotel Fira Palace», sede de las Jornadas— pudimos comprobar la alegría que mostraron algunos viejos conocidos del GEP-CyL (gracias a ellos y a su entusiasmo por nuestro proyecto, los ‘gepianos’ comenzamos a adentrarnos en el conocimiento del psicoanálisis lacaniano allá por los últimos años del siglo pasado) porque, al fin, en Castilla y León se hubiese fundado una Sede de la ELP. Fuimos muy bien recibidos y todo fueron parabienes y deseos de que el futuro nos fuese favorable.

Las Jornadas propiamente dichas —con la presencia de  doscientas sesenta personas— comenzaron el día siguiente por la mañana y fueron inauguradas por Cristina Molina (de la Conselleria de Salut de la Generalitat), Manuel Fernández Blanco (actual presidente de la ELP) y José Ramón Ubieto (por parte de la Comisión Organizadora). A continuación, comenzó una sesión plenaria sobre «Los fenómenos de violencia y el derecho a las libertades en nuestro tiempo», presidida por Jesús Ambel y moderada por Fe Lacruz. Intervinieron: José Antonio Naranjo (‘Violentar la libertad’), Iñaki Viar (‘Jokin, un caso actual’), Francesc Vilá (‘La errancia de los jóvenes. Entre la insatisfacción y el desamor’) y Margarita Bolinches (‘A normal person’).

Después, se realizó una pausa para descansar un poco, tomar café y zumo, y los nicotinómanos (entre los que se cuenta este cronista) para fumar. Aprovechamos para ojear, en unas mesas que se habilitaron al efecto, las últimas novedades editoriales sobre psicoanálisis. Allí estaba, por supuesto, nuestra revista «ANÁLISIS. Revista de Psicoanálisis de Castilla y León» que tuvo un recibimiento aún mejor de lo esperado. Compramos varios libros, tanto de modo particular como para el fondo bibliográfico de nuestra Biblioteca de la ELP-CyL. Enorme fue mi satisfacción al encontrarme allí con Gradiva, una fantasía pompeyana, de Wilhelm Jensen (1903), recién editada por Ediciones de la Tempestad —una editorial barcelonesa—. Yo tenía una fotocopia antigua de este texto que inmortalizó primero Freud con su ensayo «El delirio y los sueños en la Gradiva de Jensen» —publicado en 1907, cuatro años después de que esta joya literaria saliese a las librerías—, y, posteriormente, Salvador Dalí (que encontró en Gala a su particular “Gradiva”) y todo el movimiento surrealista.

Y luego, otra vez para adentro del Salón Verdi (así se llamaba el salón donde celebramos las plenarias). La siguiente sesión plenaria, presidida por Amanda Goya y moderada por Miquel Bassols, versó sobre «La experiencia de los Centros de atención y su enseñanza sobre los síntomas modernos». Intervinieron: Elvira Guilañá (‘Los usos del CPCT’), Carmen Garrido (‘Un encuentro con el psicoanálisis’), Mónica Marín (‘Una institución permanente’) y Andrés Borderías (‘Una cierta mutación’).

A las dos del mediodía nos dieron un recreo de hora y media que, en general, fue aprovechado para comer en diversos grupos que inundamos los restaurantes cercanos. Sé de tres asistentes que usaron ese tiempo para ver una exposición pictórica sobre Caravaggio, armadas de un bocadillo.

Durante la tarde se presentaron en tres salones, de modo simultáneo, un total de trece comunicaciones de las cuales, a fin de no cansar en exceso al lector, citaré sólo las que expusieron dos de los miembros de nuestra Sede castellano-leonesa: Fernando Martín Aduriz (‘Los mentirosos patológicos tienen más sustancia blanca’) y Luis-Salvador López Herrero (‘Psicoanálisis: aires de poesía en la Medicina’).

Una vez finalizadas las comunicaciones y los debates subsiguientes, cada mochuelo voló a su olivo, salvo los miembros de la ELP y los encargados regionales de las Bibliotecas, que tuvieron largas reuniones y deliberaciones. Allí, nuestro actual secretario de la Sede de la ELP de Castilla y León recibió el encargo, por parte del Consejo de la ELP, de poner en marcha la redacción del weblog (nuevo término lingüístico nacido de la alborotada matriz ciberespacial cuya traducción castellana sería ‘ciberbitácora’ o ‘cuaderno de bitácora cibernético’) de la ELP en España. Para todos aquellos internautas que puedan estar interesados, anotaré aquí su dirección: www. blogelp.com   

Al día siguiente, por la mañana, nos volvimos a ver en el Salón Verdi. La primera plenaria —que comenzó media hora más tarde de lo previsto debido a las dificultades en el tráfico rodado causadas tanto por la celebración de una carrera de maratón como por las precauciones policiales ante posibles atentados a los personajes del ámbito económico, que se reunían en Barcelona ese día y, cómo no, ante los previsibles alborotos callejeros producidos por sujetos de ideología antiglobalizante— versó sobre «Las prácticas normativizantes y sus consecuencias éticas»; fue presidida por Hebe Tizio y moderada por Mercedes de Francisco. Intervinieron Clara Bardón (‘Unificar criterios’), Félix Rueda (‘Una segregación nueva: el síndrome de Asperger’) y Jorge Sosa (‘O un análisis o la lucha secundaria contra el síntoma’).

A renglón seguido, pausa, café, zumos variados y un cigarrillo —sólo los adictos—. Un último vistazo a las mesas de libros: de la pila que formaba el día anterior nuestra revista sólo quedaban unos pocos ejemplares. ¡Qué bien, coño! ¡Qué alegría y qué satisfacción libidinal tan grande cuando algo que te ha costado un esfuerzo considerable es reconocido por los demás! Quiero señalar, además, que nuestra encargada de las suscripciones, Soraya Merino, se batió el cobre para que eso fuera posible.

Terminado el receso, se celebró una plenaria sobre «Las aportaciones de los AE», presidida por Montserrat Puig y moderada por Shula Eldar, en la cual intervinieron los siguientes AE (Analistas de Escuela): Jacqueline Dhéret (‘Sobre la utilidad pública del psicoanálisis’), Xavier Esqué (‘Creer en el sinthome’), Laure Naveau (‘Ampliar los recursos’) y Estela Paskvan (‘... qué se espera de un psicoanalista’).

Sin solución de continuidad, Éric Laurent (presidente del Consejo AMP-Europa) pronunció una atinada e hilarante Conferencia de Clausura sin título. Por eso, este humilde cronista, que posee bastante gracejo, según dicen, se va a permitir el atrevimiento de ponerle uno: «¿Qué hacer con lo particular del goce inútil de cada uno? Sobre el DSM (Deseo de Segregación Masiva)».  

Ya mi reloj marcaba las dos y cuarto del mediodía cuando se celebró el Acto de Clausura en el que intervinieron Judith Miller (Presidenta de la Fundación del Campo Freudiano), Manuel Fernández Blanco (Presidente de la ELP) y Amparo Valcarce (Secretaria de Estado de Servicios Sociales, Familias y Discapacidad, dependiente del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales).

Judith Miller subrayó, en una sagaz y emocionante intervención titulada «El psicoanálisis y el vínculo social», que es la primera vez que el psicoanálisis afirma aquello que ya se sabe pero que no se decía y que resulta tan evidente: que es de utilidad pública en esta nueva configuración actual de la cultura —de la globalización— y de la asistencia mental, donde podemos asistir tanto a la articulación de una promesa de felicidad, que se convierte en un deber, así como a una universalización del derecho a la felicidad que pretende realizarse, tramposamente, mediante el consumo de los objetos —incluyendo los fármacos, añado yo— sometidos al imperativo de las leyes del mercado.

El psicoanálisis, prosigo, debe abrir un espacio a una política que permita no reducir al ciudadano a un mero usuario de servicios y a un productor-consumidor en una economía mundializada vinculada al régimen de lo Uno. El movimiento lacaniano no sigue el paso de estos imperativos embusteros de felicidad, resiste de modo activo e intenta abrir un espacio donde pueda reintroducirse la palabra del sujeto que, por serlo, está siempre dividido y donde el equívoco pueda ser escuchado.

Pero, por desgracia, este sujeto se encuentra actualmente enmudecido por las normas y protocolos clínicos estandarizados, establecidos en nombre del bien de todos, y sometido a la sugestión y al forzamiento autoritario de las técnicas normativizantes. Dichas técnicas, ya sean psicológicas o médicas —opina este cronista—, prometen el oro y el moro: nada menos que una rápida, feliz y armónica adaptación bio-psico-social del trastornado en lo mental. Dijo Judith Miller que el psicoanálisis lacaniano no se encuentra solo en esta coyuntura de resistencia combativa pues está acompañado por la opinión ilustrada y tiene sobre sí la responsabilidad de hacerse más presente y visible en la opinión pública; además, debe tomar iniciativas que permitan rehumanizar el vínculo social: la creación de los CPCT (Centros Psicoanalíticos de Consulta y Tratamiento) y su reconocimiento y apoyo por parte del Gobierno español son un feliz ejemplo de ello.

Manuel Fernández Blanco se refirió en su intervención a que es un hecho constatado que los analizantes no sólo enferman y se accidentan menos —algunas enfermedades y accidentes no son otra cosa que el modo en el que el sujeto vuelve contra sí la pulsión de muerte— sino que consiguen llevar una vida más humana y con más amor a la vida en su existencia que la que llevaban cuando decidieron acudir a la consulta de un/a psicoanalista, en tanto que el psicoanálisis opone a la repetición muda de la pulsión de muerte (Tánatos) el viejo Eros del amor. Añadió que el psicoanálisis es eficaz porque toma en cuenta la causa y atempera la pulsión de muerte, ésa cuya tiranía produce consecuencias que, traducidas en gastos sanitarios y asistenciales, desequilibran todos los presupuestos y que, además, se dirige con demasiada frecuencia contra lo más cercano al sujeto: la familia, la pareja y el cuerpo. La palabra del sujeto y la escucha del analista resultan ser tan antiguos como eficientes porque no hay fármaco que resuelva el desamor, la tristeza, la desorientación de los sujetos actuales, la violencia de género, así como la orfandad de los sujetos con padres.

Tampoco hay fármacos —añadiría este cronista por su cuenta— contra la estulticia televifrénica, contra el embrutecimiento producido por el desplome de los ideales, contra el hartazgo y el aburrimiento, contra el malhumor generalizado, contra la infatuación ególatra, la envidia, el rencor y la irresponsabilidad.

Todos ellos son sólo algunos de los males que pululan por doquier dentro de esta nuestra aldea global reproductora y devoradora de los infinitos objetos listos para el consumo producidos por la engrasada maquinaria de la tecno-ciencia. Pero es que, según nos indicó Freud hace ya setenta y seis años, en El malestar en la cultura, para sobrellevar esta vida —con su falta en ser, con su dolor de existir, con la ausencia de una inscripción de la relación sexual en lo inconsciente—, desgraciadamente, no podemos pasarnos sin lenitivos que nos la hagan algo más soportable. Siendo el malestar subjetivo, pues, estructural, y el discurso psicoanalítico derivado de las enseñanzas de Jacques Lacan lo demuestra, es ya hora de denunciar bien alto y sin ambages la zafia añagaza del sistema neocapitalista —el canto de sirena de prometernos la felicidad mediante el consumo del objeto, tal como recalcó en su intervención Judith Miller.

Detrás del velo de la bella promesa, que danza con soltura mostrándonos su grácil ombligo, mientras se nos cae la baba ante el goce del espectáculo, se encuentra, agazapada, la voraz bestia, el insaciable monstruo, que, una vez que haya capturado a sus víctimas, les irá extrayendo, sin misericordia, poco a poco, sus jugos vitales (pienso en aquellos sujetos jóvenes que se esclavizan de por vida con una entidad financiera: ya existen créditos a cincuenta años).

Por último, tomó la palabra Amparo Valcarce quien manifestó, en una lúcida y ponderada intervención, el más decidido apoyo del Ministerio que representa a la labor de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de los CPCT que ésta ha creado e impulsa en A Coruña, Barcelona, Bilbao, Madrid, Málaga y Granada. Anunció el establecimiento de un Convenio para su financiación y declaró que, desde luego, ella tenía muy claro que eran lugares de utilidad pública, que creía firmemente en la utilidad pública de la escucha analítica y que esperaba mucho de la labor de los profesionales que en ellos van a ejercer. Todos los asistentes nos pusimos en pie y aplaudimos con largueza sus amables palabras.

Después nos fuimos despidiendo unos de otros con el deseo de un futuro reencuentro en las V Jornadas y con el sentimiento común de haber asistido a un acontecimiento histórico en el devenir del psicoanálisis lacaniano en España.

 

***Texto publicado en «ANÁLISIS. Revista de Psicoanálisis y Cultura de Castilla y León»´. Números 11-12. Abril de 2006.

 

 

EPÍLOGO: «NORBERTO Y ZOÉ, UNA FANTASÍA FERROVIARIA»

(ESCRITO LITERARIO POSTERIOR, NO PUBLICADO)

 

Cuando el tren abandonaba en la ventosa noche la estación de Barcelona-Sants, un profundo sentimiento de alegría y tristeza entremezcladas me asaltó. Pude contemplar, desde la ventanilla del departamento de dos plazas en el que viajaba, las luces de la ciudad desvanecerse poco a poco en la lejanía. Tan concentrado estaba en el paisaje nocturno al que asistía, así como en los recuerdos de los días anteriores, que no reparé en que a mi lado estaba Zoé, pues confieso que yo también tengo una Gradiva... Sintiéndose desplazada de mis pensamientos, carraspeó haciéndose notar. La miré de soslayo, suspiré melancólicamente y le dije:

—Perdóname, Zoé; ya sé que estoy como ausente... Quisiera decirte que estoy muy contento de haber pasado este largo fin de semana en Barcelona, de que tú me hayas acompañado y de...

Ella trancó la puerta, hasta entonces entreabierta, y llevándose el dedo índice a sus labios, que previamente había fruncido hacia adelante,  me chistó ordenándome que guardara silencio. A continuación, acarició mi rostro suavemente; poco después, amusgó suavemente sus ojos  y me dirigió una chisporroteante mirada sensual mientras, sonriendo de modo pícaro, me decía:

—Por supuesto, Norberto, por supuesto... ¡Lo que tú digas!

Luego, comenzó a desabrocharse los botones superiores de su blusa de colorines y pude observar aquel profundo canalillo que se abría entre sus exuberantes y tersos senos; mientras tanto, empezó a susurrar aquellas sus extrañas palabras, para mí incomprensibles —nunca he sabido a ciencia cierta si pertenecen a algún idioma exótico o si son de su invención—, pero que, por el tono de su voz, siempre he dado por descontado que se trataba de bellas palabras de amor...

Al instante, comencé a padecer, otra vez, aquella serie de abrumadoras sensaciones: primero un escalofrío recorrió mi espina dorsal; después el corazón se me desbocó y empezó a golpearme en el pecho, en las sienes y en la garganta; en el cuello se me instaló una serpiente constrictora invisible que con sus anillos me apretaba más y más hasta impedirme tragar saliva y respirar. Me invadió entonces una especie vértigo, pues me sentía flotar y todo me daba vueltas, y comencé a notar un agudo pitido en los oídos seguido de un tintineo de cascabeles y una dolorosa punzada en la nuca, como si me hubieran dado allí mismo la puntilla.

Bañado en sudor y a punto de caerme redondo al suelo, pues me temblequeaban las piernas y ya no me sostenía, me apoyé sobre el pequeño lavabo que había en el habitáculo. Resoplando, me refresqué con abundante agua el rostro y me deshice de la camisa. ¡Joder, qué mal me encuentro! —pensé para mis adentros—; desde hace un tiempo siempre me pasa lo mismo cuando Zoé me susurra esas voluptuosas palabras que no comprendo y me enseña su canalillo... Antes eso me excitaba mucho y me ponía como un toro, pero ahora... ¡Mecagüen la leche...! No sé lo que me pasa, pero es que me pongo muy enfermo...

—Cariño, estás poniéndote muy pálido... ¿Te encuentras mal? —me preguntó ella, mientras se desprendía de la blusa y dejaba ver su busto apretado bajo un delicado sujetador negro.

—Sí, sí, un poco mal... No es nada... No te preocupes, Zoé, que ya se me pasa... Seguro que es de la hijaputa de la tensión... Ya sabes que el médico me dijo que la tenía bastante baja... —le respondí medio ahogado.

—¿Sólo la tensión? —me dijo con tono burlón mientras echaba una mirada furtiva a la bragueta de mi pantalón y soltaba una carcajada.

Me hice el sordo, aunque enarqué las cejas, como que no había oído la alusión, y seguí con mis abluciones.

—Yo creo —prosiguió—, disculpa que te lo diga, ¡y no te me enfades por favor!, que a ti lo que te pasa es que cavilas demasiado, que das muchas vueltas a las cosas; luego, te empiezas a mirar el ombligo y entonces... ¡te entra la neura! Norberto, que te tomas la vida muy a pecho! Pero, ¿tú qué te piensas? ¿Crees que estoy lela y que no me he dado cuenta de que últimamente me rehúyes? ¡Ay, Norberto...! ¿Es que ya no te gustan nuestras fantasías de amor? ¡Pues dilo y no te lo calles, hombre! ¡Nos buscamos otras y ya está! ¡Por mí no va a quedar...! Si ya no te pone lo de las palabritas y el canal de Castilla entre las tetitas...

Como si Zoé hubiera mentado la bicha, un espeso silencio se adueñó a continuación de aquel minúsculo recinto. El monótono traqueteo del vagón pareció ir aumentando de volumen hasta darme la impresión de que, de un momento a otro, íbamos a descarrilar. Noté dentro de mi cabeza un fogonazo y escuché una especie de trueno y el grito de un niño llamando angustiado a su madre. Entonces inspiré hondo, sentí muy cercana aquella serena presencia de Zoé y observé el dulce resplandor de sus pupilas. Eso me tranquilizó. No sin gran esfuerzo, logré sacar fuerzas de flaqueza y me rehíce.

Así es que me senté junto a ella en la litera inferior y comencé a besarla en el cuello —que olía a agua de rosas— y en los labios, y le mordisqueé ligeramente el lóbulo de su oreja izquierda mientras peinaba con mis dedos los rizos de sus cabellos azafranados. Ella emitió unos ligeros gemidos. Nos pusimos en pie y nos abrazamos. Zoé enroscó sus brazos en mi cuello mientras su mejilla aterciopelada rozaba, como una caricia, la mía. Yo palpé con decisión sus firmes y generosas nalgas y la apreté contra mí con fuerza, hasta que sentí sus senos, con los pezones endurecidos, su vientre, su pubis y sus muslos pegados a los míos.

Entonces se produjo una especie de milagro: mi «membrum virile» comenzó a desperezarse, entre oleadas sucesivas de sangre hirviente que le iban llegando, y salió de su desesperante letargo como lo hace un oso poderoso y hambriento que abandona su refugio invernal. Un estremecimiento de ardorosa pasión por lo desconocido me sacudió.

—Zoé... ¡te deseo tanto! —balbucí.

—Yo también a ti, Norberto, amor mío, yo también...